La angustia del que escribe; termina cuando el que lee, demuestra interés en lo escrito.
- Ventura Cota Borbón III
El días pasados, en España, se celebró el Día Mundial de la Lengua Materna. Castilla La Vieja, fue el génesis del castellano o español que tiempo después nos fue “heredado” por los “conquistadores”. Desde ahí, surge el epónimo del idioma que actualmente hablamos. Dicho festejo, trajo a mi memoria un artículo que apareció en una revista que me encontré en la Ciudad de México (diciembre de 1999), fechada en 1968. En ella se presenta una reseña que acaparó mi atención cuyo título de momento no recuerdo claramente, pero que decía más o menos lo siguiente: “...el señor Emilio Azcárraga Milmo, propietario de Televicentro pretende unificar el idioma español o castellano. Para dicho propósito, ha decidido invertir una fuerte suma, y ordenar los estudios correspondientes a unos catedráticos miembros de la Real Academia Española. El objetivo toral no se conoce, sin embargo, la promoción de don Emilio no ha sido del todo desinteresada. Los grandes magnates son como el rey Midas, que todo lo que tocan lo convierten en oro, o por lo menos, no tocan nada que no se convierta en oro, lo que viene a ser lo mismo. Se especula que es para ahorrar costos en lo que respecta a la traducción y adaptación de las historias en la producción de sus telenovelas”. Tal parece que nunca se supo nada del referido estudio y bien pretendida idea. Eso se deduce en virtud de que jamás por medio alguno se ha oído noticia sobre ello. Y creo, en lo personal, que en lo pretendido por don Emilio Azcárraga, había algo de razón.
En cierta ocasión, estando a bordo de una embarcación chilena llamada “Vicuña”, me sucedió algo que a continuación les relato: Era víspera de año nuevo, y el comandante de la nave me invitó a cenar. En ese convite estuvimos 8 personas, incluyendo al capitán del buque, su esposa e hija; una preciosa chamaca de algunos 20 años. En la mesa, después de degustar unas sabrosas viandas se nos brindó el consabido postre. Éste consistía en unos panecillos (cuyo nombre en Chile es corpas) acompañados de dulce de cajeta. Después de haberlos probado, comenté que la cajeta tenía muy buen sabor. En ese momento, las ahí presentes se notaron algo turbadas y una de ella –la hija-, hasta un poco sonrojada. Primero azoro y, después risas causaron mis palabras. De momento no entendí el porqué. Posteriormente, en la sobremesa, el capitán personalmente me explicó la razón. Como regla general y especialmente frente a las damas, no debía usar yo libremente esa palabra: Cajeta. Para algunos países sudamericanos, entre ellos por supuesto Chile, cajeta es el nombre con que se le conoce entre el vulgo, al aparato genital femenino.
Es obvio que después de dicha aclaración, el turbado fui yo. Pero, a mi vez le expliqué al capitán, que en México llamamos cajeta a un dulce elaborado con leche quemada, azúcar, vainilla, canela y otros ingredientes. Él comprendió y, asunto concluido. Naturalmente que las siguientes veces que llegue a usar esa “palabrita”, fue frente a la demás tripulación y con una premeditada alevosía.
Esto me recuerda otra anécdota sucedida a un embajador de México asignado en Argentina por allá en los 80’s. Acudió a la comisaría para denunciar que se le había perdido el escuincle a la gata, al que describió como chaparro, prieto y cacarizo. Hubo que mandar a traer un intérprete para saber que se trataba del pive de la mucama, petiso, morucho y picado de viruelas.
Como se habrán dado cuenta, las confusiones de este tipo, casi siempre se dan con palabras de uso cotidiano, es decir, más del pueblo. Desde luego que hay sus excepciones. Pero son raras. Entonces, por comodidad, se concluye que la unificación de nuestro idioma español o castellano – en caso de surgir una nueva propuesta – debería empezar con cierto tipo de vocablos.
Es posible que entre las ponencias en la celebración del Día Mundial de la Lengua Materna, estuviera contemplado el tema, si no de la unificación del idioma castellano, sí la de parecerse el expresarse en algunos países hispanohablantes. Así es que retomando el análisis de la propuesta de don Emilio Azcárraga, de unificar el español o castellano, resulta que no es tan descabellada la idea, como se pensó en su tiempo. Con todo ello nos evitaríamos dificultades al hablar, escuchar, escribir, o simplemente leer algo escrito por alguien ajeno a nuestras costumbres comunicativas.