Aun la casa solitaria alberga un poco de ese aroma de café que me envolvía cada mañana, recuerdo cuantas veces fui despertado por ese dulce olor, y el de panecillos de canela recién sacados del horno, hoy, al abrir mis ojos, solo los gritos del silencio hieren mis oídos, no estás y añoro ahora tus quejas por el desorden que me seguía a todas partes, mi mala costumbre de no subir la tapa del inodoro al orinar, y la peor de apretar el dentífrico por el lugar mas absurdo. Partí un día cansado de la rutina, buscando nuevos objetivos, y te deje desconsolada, entre detergente y montones de ropa sucia que ya nunca usaría, me fui tras el canto de sirena, alumbrado por marquesinas de efímeras promesas, y viví, tal como quería, Pasiones juveniles, sexo renovado, aliento fresco de fruta recién mordida, mientras tu lidiabas con tu dolor y con los niños, yo gozaba un instante de locura, luego ocurrió lo lógico, se acabó la magia, murieron las luces de la bulliciosa noche, y solo quedaron borrachos amanecidos pateando latas de cerveza, volveré a casa me dije, ya está bueno de la fiesta, pero tu no estabas, solo el aroma del café, no recién hecho, café de días que marcaban la distancia, mezclado con humedad de encierro y de olvido, un pedazo de papel arrugado y manuscrito, que aun llevo en mi cartera fue tu única despedida, en el huellas de seca humedad denotaban lagrimas, las lagrimas de la injusticia que mi conducta te infringió, no hay dirección en este pedazo de papel, solo lagrimas secas, y el inconfundible olor de tus manos impregnadas del delicioso Arábigo Borbón, tu grano predilecto, el café de reyes como reina lo eras tu, te imagino partir con la frente en alto, con un nudo en la garganta, y los ojos se me nublan ante la magnitud de mi pecado, si pudiera, de un plumazo borraba esa parte de mi vida, ahora se que tus quejas eran música celestial a mis oídos, ahora se que tu ruidosa rutina matutina en la cocina era regalo de Dioses misericordiosos, ahora se que no hay descanso para el alma en pena, que con una risa en la garganta, y la locura en el alma acabó con aquello que era tu único anhelo, un hogar con aroma de café y panecillos de canela.