Sinopsis: La guerra ha cambiado su cara. Durfild el Nigromante, abandonado por el oscuro Kailos, decide enviar a los Nurin-auks contra éste y sus huestes. Mientras tanto, los jinetes aprovechan para refugiarse en la ciudadela.
Pero lejos de conformarse con tal acción, el brujo invoca luego a otro ser, La Sombra y La Nada.

Como anunciando lo que pronto iba a suceder, un cielo sombrío y amenazante se cernía sobre el delgado y fantasmagórico torreón de Ningraff.
A lo lejos, una de sus puertas se abrió y tras ella apareció el viejo Durfild, con su cabello canoso y su raído traje azul océano. Éste observó la yerma y cuarteada tierra que rodeaba la torre, y vio que a la izquierda había una mancha oscura, como una gran sombra, que parecía respirar y sentir. Sonriente, se acercó a ella y le dijo algo en voz baja.
y de pronto, obedeciendo a una supuesta orden del viejo, la enorme mancha se puso en movimiento.

Lenta pero implacable, la nueva amenaza lanzada por los enemigos de la Paz avanzó por la misma senda que poco antes pisaran las pezuñas de los demonios Nurin, y a medida que se movía hacía desaparecer, como si se los tragara, como si los hundiera en su profunda y terrible oscuridad, todos los árboles, los animales, rocas, plantas,..., que se cruzaban en su camino. Y es que ese era el poder de aquel ser, borrar como si nunca hubiese existido todo lo que tocase.
Después de varias horas en marcha, por fin llegó al valle de Wikglor. Los soldados, incluso los Nurin-auks, al verla venir hacia ellos, cayeron presos del terror. Ante ellos estaba El Fantasma Negro, el destructor, el invencible.
Intentaron huir, dejando a un lado la batalla, pero atrapados en aquel valle de herradura, con los arqueros y las catapultas del castillo en constante actividad, la masacre estuvo servida.
Algunos hombres, entre los que estaba Kailos, lograron huir a las colinas, mientras los Nurin-auks, en su mayoría, se hundieron en la sombra.
Después, todo quedo en silencio, pero la amenaza continuaba avanzando hacia el castillo, y ni las flechas ni las catapultas podrían detenerla.