El hombre esperaba en la oscuridad. Era Julio y el frío calaba los huesos. Dentro de poco escucharía el sonido apagado del automóvil. Una pareja pasó por su lado y él, instintivamente, se cubrió su rostro. No tendría más de veinte años, pero sus gestos parecían corresponder a un hombre mucho más maduro. La vida se había apresurado en curtirlo antes de tiempo. Cárcel, miseria, malas compañías y el deseo oculto de romperle el alma a todo lo estáblecido, se transformaron en las filosas herramientas que fueron delimitando su carácter arisco. Ahora esperaba una entrega de droga cuyo valor ascendía a varios millones de pesos. Los escrúpulos no existían en su impreciso código de ética, ya que ésta la había escrito de acuerdo a sus propias necesidades y a las de sus turbias ocupaciones. El automóvil apareció como una pequeña mancha blanquizca en el horizonte de aquella perdida callejuela de arrabal. Se reacomodó el grueso abrigo y fijó el pensamiento en esa que sería una de sus más importantes misiones. Se le consideraba un personaje bastante útil en el negocio. Eficiente, silencioso, duro, insobornable y todos los apellidos que correspondiesen para definirlo y valorarlo en ese sub mundo de códigos secretos y trágicos designios. El vehículo se detuvo delante suyo y un rostro moreno se dibujó tras el vidrio. Era Fonseca, uno de los distribuidores de la droga, que sin mover un músculo de su impasible rostro, abrió la puerta trasera del coche y lo invitó a sentarse. El muchacho obedeció y con gesto de desagrado se arrellanó en el asiento, cerró la puerta y el automóvil partió, tan silencioso como había llegado.
La entrega se realizó sin complicaciones y en el lapso de un año, el muchacho había ascendido casi sin mayor esfuerzo en la lista de indispensables del oscuro sistema. Por esos días conoció a Malena, una joven prostituta de nutrido currículo, que se quedó prendada de ese hombre enjuto, varonil y poco amable, que la utilizaba como quien usa una camisa y luego de arrojarle el dinero convenido, salía de la alcoba, elaborando sus nuevos proyectos. La muchacha, en una de esas noches impregnadas de alcohol y humo, le confesó su admiración. El calló y nada dijo. A la noche siguiente, la tomó entre sus brazos y derramó repetidas veces sobre ella algo parecido a la pasión. Cuando hubieron terminado, ella notó en sus ojos una indefinible pena. No se atrevió a preguntarle nada...
Hace tres meses que el muchacho huye con un maletín repleto de dinero. Ha viajado al norte del país, ha cruzado la frontera y luego ha titubeado y regresado de nuevo a su patria. Presiente que sus perseguidores están demasiado cerca. Tan cerca que es muy probable que acaso mañana, antes que el sol aparezca, habrá sido descubierto. Pero algo le impide alejarse, algo que se parece demasiado a esa vida que tanto desdeñó, algo que se alimenta de besos y caricias, algo que tiene rostro de mujer y que proyecta en su vientre a un ser que llevará su mismo nombre y que sólo le conocerá por los relatos de su madre, la redimida y enamorada Malena.
Me ha parecido que describes muy bien la situación del traficante. Me ha gustado el planteamiento que se entrevé al final: a pesar de ser un hombre sin escrúpulos también tiene sentimientos y es capaz de arriesgarlo todo por amor. Saludos.