En la fuente de un jardín de gran belleza, jardín como aquel yo no había visto nunca, había flores por doquier, todas hermosas, de lindos colores a cuál más preciosa, todas con ricos perfumes. No había ni una mata seca, todas las hojas verdes, los árboles tan grandes que daban la mejor sombra, otros más pequeños como si fueran almendros llenos, también, de flores que daban contento; sólo con verlos entraba un sosiego tan dulce como la miel que de un panal iba cayendo.
Entusiasmada yo estaba de ver aquel jardín tan bello, y mi mirada lanzaba de un lado a otro para todo verlo. Yo quisiera mejor contaros como era de bello, pero es que no tengo palabras para expresarlo porque para apreciarlo hay que verlo.
En ese jardín, que os cuento, estaba la gran fuente. ¡Esa si que daba contento!, El ruido que hacia el agua al caer era una delicia, ¡ Qué frescor el del agua!, ¡ Qué transparencia la suya¡, ¡ Qué bonita de ver!, Cuando la lanzaba hacia arriba y volvía a caer. Era como un reguero que hiciera mil piruetas, para volver a caer en el suelo. Desbordarse parecía, por el agua que contenía, pero siempre retornaba por donde salía.
Como ya os digo, yo no había visto nunca nada como aquello y me pregunté: “¿dónde estoy?”, Y me respondí: “En el Cielo”, “Porque yo no he visto nunca nada tan bello”, por eso supuse que estaba en el Cielo, pero me volví a preguntar:
-“¿Cómo es que yo veo el Cielo?, Eso no es posible, ¡Sí yo vivo en la tierra!”.Pero luego me dije:
-“Pues esto que yo he visto tiene que ser del Cielo, pues yo no he visto nunca un paisaje tan bello”.
Pensé y pensé, pero no podía comprenderlo. Entonces, un día que estaba yo dando un paseo, vi una estrella bajar desde el Cielo, y la mire deslumbrada, y eso sí me dejó extrañada. ¡ Ver bajar una estrella del cielo!, Y otra vez la pregunta, y otra vez la duda.
Pero me armé de valor y mire a mí alrededor para ver si alguien podía ayudarme. Pero ¡qué desilusión!. No había nadie. Así que aproveche ese valor y me dije: “Esto lo averiguo yo”. Y me puse a caminar con paso firme y pensé: “Yo encontraré la respuesta”.
Así que caminé despacio pero siempre derecha, y allí, en una gran altura al final de una cuesta, vi una luz como no había visto ninguna, y me dirigí hacia ella. Me costo trabajo llegar allí pues era dura la cuesta, pero cuando lo conseguí estaba tan satisfecha que allí fue donde encontré las respuestas de todo lo que me pregunté aquí en la tierra.
¡Ignorante de mí!, Me dije. ¿Pero no fui ciega? Quise comprender y comprendí, y eso es lo que yo quiero que comprendáis vosotros, este cuento, pues a mí me ha hecho bien comprenderlo.
Pilar Infantes Martínez Copyright © 2003 La Gran Bondad Reservados todos los derechos