Había una vez una muchacha, cuyo padre era lechero, con un cántaro de leche en la cabeza.
Caminaba ligera y dando grandes zancadas para llegar lo antes posibe a la ciudad, a dónde iba para vender la leche que llevaba.
Por el camino empezó a pensar lo que haría con el dinero que le darían a cambio de la leche.
- Compraré un centenar de huevos. O no, mejor tres pollos. ¡Sí, compraré tres pollos!
La muchacha seguía adelante poniendo cuidado de no tropezar mientras su imaginación iba cada vez más y más lejos.
- Criaré los pollos y tendré cada vez más, y aunque aparezca por ahí el zorro y mate algunos, seguro que tengo suficientes para poder comprar un cerdo. Cebaré al cerdo y cuando esté hermoso lo revenderé a buen precio. Entonces compraŕe una vaca, y a su ternero también….
Pero de repente, la muchacha tropezó, el cántaro se rompió y con él se fueron la ternera, la vaca, el cerdo y los pollos.