Con un enorme moretón en la boca y un niño en brazos, María revolvía lentamente un espeso atole mientras su abultado vientre gemía protestando por el peso del niño, tenía seis meses de un embarazo solitario y falto de cariño, esto no era lo que ella esperaba de Mauro ni del matrimonio, y aunque él era cariñoso con el niño, a ella la trataba como una más de sus propiedades, tan solo unas horas antes le había golpeado por una camisa a la que faltaba un botón, y se recriminaba la siempre niña por ese descuido imperdonable sin detenerse a pensar que ella tenía derechos de mujer y que nada justificaba la violencia hacia un ser indefenso. Una lágrima escapó y no pasó desapercibida al niño que ya hablaba sus primeras palabras, “¡podque llodas mamita?” inquirió el infante, “no es nada hijito, es el humo de la estufa” mintió María reviviendo en su mente viejas vivencias al lado de su madre, y dio rienda suelta a un llanto descontrolado ante la suerte que le había tocado vivir y que quizás era la misma historia re editada de mamá. María de los Ángeles no amaba a Mauro, se había dado cuenta en la puerta de la iglesia, pero no había sido valiente para huir y ahora ahogaba su sufrimiento embutida en sus deberes de esposa y de madre. El síndrome de la mujer maltratada, buscando excusas para no violar los preceptos impuestos por la sociedad, soportando golpes y violaciones continuadas, mancillando su integridad en salvaguarda de hijos inocentes a la tragedia que se esconde tras la puerta de una habitación. Su esposo ahora disfrutaba de su acostumbrada noche de tragos, lo que venía después de eso no era extraño a María, era la repetición de la historia de todos los viernes de los últimos años, gritos, uno que otro golpe y luego abuso de su cuerpo, por último los ronquidos de un monstruo al lado de una mujer que comenzaba a comprender porque a veces un ser humano bueno a los ojos de todo el mundo es capaz de asesinar a otro.
Continuará...
Exelente forma de expresar la impotencia de una mujer que no encuentra una vertiente para salir. Aún recuerdo ese momento sentada en el piso, practicamente desplomada no pudiendo ocultar a mi hijo aquel llanto. Apenas tenía dos añitos. Sentadito a mi lado, con su suave manita me acariciaba. Sus ojitos reflejaban una gran madures ante la situación. Me preguntó: "mami polque lloras" no le hagaj caso está bolacho, yo sé que tu eres buena". No lo sentía por mí, sino por mi hijo y el que llevaba en mi vientre. Por Dios ... como pude.