Todo el mundo conocía de la amistad que me unía con el Juez. Al parecer, ellos también, porque es difícil ser amigo de un juez sin que las demás personas lo sepan. Así que ellos además sabían que ni el juez ni yo habíamos logrado éxitos económicos y por esa razón vivíamos modestamente; era de todo sabido que sólo yo podía llegar donde aquel Juez famoso por la rigurosidad y la justeza de sus sentencias, pero sobretodo por su carácter incorruptible, y es que desde pequeño fuimos como la uña y el dedo, y así crecimos y así nos mantuvimos. Quizás por eso acudieron a mi con aquella oferta que me ayudaría a acomodar a mi familia y de paso ayudar al Juez, mi amigo, a ser Juez porque un Juez no puede serlo si no dispone de una mansión y conduce un automóvil de lujo.
Cinco millones de dollares pueden no resultar una suma atractiva para algunos, pero para mi amigo el Juez y yo, esa cifra significaba mucho y ese fue el total que me ofrecieron para convencer a mi amigo de participar en un pequeño negocio donde no tenia la necesidad de cometer ningún acto de corrupción, ni faltarle a la ética, porque esa suma era casi un regalo con relación a lo que ellos pedían.
Resulta que mi amigo, el Juez, acababa de juzgar a un hombre por haber asesinado a su esposa en un ataque de celo, crimen pasional que el homicida había confesado en la misma sala de audiencia y mi amigo lo encontró culpable de todos los cargos puestos en su contra, reservándose el fallo que incluía la cantidad de años que le impondría y que según la ley oscilaban entre los cinco y los cuarenta.
Los cinco millones de dollares era justamente para que mi amigo el Juez dictara diez años en su sentencia y no la máxima de treinta o cuarenta, como era su costumbre, y fueron muy inteligentes estos abogados porque el inculpado acababa de cumplir tres años en la cárcel y si mi amigo el Juez dictaminaba diez años, el inculpado podía salir libre inmediatamente - según la misma ley- si mantuvo una conducta irreprochable en prisión, un buen comportamiento que también podría lograrse con otra suma parecida a la ofertada a nosotros, en distintas instancias.
-Podría comprarse un auto nuevo, pensé sobre mi amigo el Juez, asimismo se compraría una casita decente, mientras mi guitarra y yo dejaríamos de ser los invitados de las fiestas para pasar a ser los anfitriones. Le sobraría dinero a mi amigo para adquirir esa biblioteca de códigos penales y procedimentales antiguos de que me hablaba, y de mi parte, podría recuperar a Sandra, ya que siempre supe que se fue de mi vida por las carencias ya que nunca pude ofrecerle el estilo de vida que ambicionaba, fueron de las tantas cosas positivas que especulé en el par de horas que les pedí para tomar una decisión al respecto.
Aunque también reflexioné sobre el dolor de la familia de la mujer asesinada especialmente en el trauma eterno de sus hijos y me hice algunas preguntas: ¿no ha sido la impunidad el principal enemigo de la justicia dominicana? ¿No seguirán los Abogados mediocres y perdidosos corrompiendo la conciencia de jueces probos? Y mi amigo, el Juez, después de disfrutar de esta suma de dinero sin haberla ganado ¿No lo seguiría haciendo? ¿Quién y qué se lo impediría?
Me encontraba sofocado en estas disquisiciones cuando me preguntaron por el veredicto y mi respuesta fue un no rotundo, decisión que tomé amparado en la justa convicción de no contaminar el pulcro camino que el Juez, mi amigo, se había trazado y por lo que era considerado el más probo de la justicia dominicana. Los corruptores aumentaron la cifra primero a siete y luego a diez millones de dollares, ofertas que también rechacé para seguir respirando el oxigeno limpio de un hombre libre.
Por eso me dio tanta nauseas el olor de aquel Whisky que mi amigo el Juez me brindó en la inauguración de su mansión, y me sentí tan incómodo en aquel automóvil Mercedes Benz del último modelo en el que me llevó a conocer la casita de playa (Summer Cottage, en su nuevo vocabulario) donde le vi por última vez. Recuerdo que su risa me hacia daño, me asqueaban aquellas risotadas con la boca llena de comida, pero la repulsión mayor la sentí cuando me habló de su buena suerte, de ese número de lotería que compró de manera accidental y que resultó ser el número ganador, eso si me dio rabia.
Sé que cuando aparezca su cadáver, si es que aparece, seré yo el primer individuo que la Justicia llamará a declarar, no porque vayan a saber que yo fui la última persona que lo vi con vida, si no porque también los policías y los fiscales saben que yo era su mejor amigo, el amigo del Juez.
Joan Castillo,
12-06-2005.