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Categoría: Urbanos

MISKI

El no encontrar trabajo te empuja a hacer cualquier cosa para cubrir tus necesidades básicas. Y si eres poeta y desde chico has amado las letras, escuchado el grito que atraviesa tus sentidos, la perfección en cada brisa que respiras, y llegas a compartir con el mundo tu vivencia, arrancándoles el brillo en sus ojos muertos, y ese eco del alma: “Oh”… sería suficiente, pero no alcanza para lo básico…

Alquilé un coche para usarlo como taxi. Recuerdo lo tonto que fui al principio. Muchos clientes se aprovechaban de mi inocencia. Con el tiempo, me bastaba con mirar la cara del pasajero para saber cuanto debía de cobrar.

El trabajo de taxista cubría mis necesidades básicas, pero uno se cansa de todo. Había mucha competencia, sino fuera por el arte, hubiera tirado todo al diablo. Cada mañana que empezaba a trabajar tenía que cruzar las calles más miserables de la ciudad, con las veredas repletas de gente ofreciéndote el periódico, revistas, libros y DVD piratas, mendigos, drogadictos… Odiaba pasar por aquella calle, me deprimía, parecía que pasara por la cloaca de un infierno repleto de ratas…

Una mañana tuve que pasar inevitablemente por esa calle… Traté de medir la velocidad para no detenerme, pero fallé. Mientras frenaba vi casi en la esquina a un hombre muy grande; era viejo, con el pelo blanco y erizado, cubierto con una chompa vieja que le llegaba hasta el ombligo, un pantalón azul que le llegaba hasta las pantorrillas, sin zapatos mostrando una pezuña parecida la pato… Cuando estuve a su lado, me di cuenta que estaba ciego, en los ojos tenía dos especies de mollejas en carne viva. Tenía en su manazo un tazón que la acercaba a cada auto que pasase por su lado, pidiéndoles una limosna con una especial sonrisa que descubría uno que otro diente. Rezaba porque no se me acercase, pero tuve otra suerte.

- Papay… ¿Miski? – me dijo.

No entendía el quechua, y pensé que pedía dinero.

- No tengo – le dije.

El hombre se irguió y continuó marchando por la parte lateral de la pista, asido de un bastón que lo guiaba. Me sentí atraído por el ciego, y por el retrovisor pude verle doblándose en cada coche y, extendiendo su vasija, con su sonrisa decía: “Miski”… De espalda parecía un oso, balanceándose de un lado a otro para andar…

Todo el día la palabra “Miski” resonaba en mi cabeza. Por la noche me di cuenta que el día había sido terrible comercialmente. “Miski tuvo la culpa”, me dije, pensando que a la mañana siguiente tendría otra oportunidad para manifestar la bondad y seguro que mi suerte cambiaría, eso era lo que pensaba.

Nunca he sido agorero, pero, durante toda mi vida tuve el gusto por la buena lectura y escribir en mi diario… Esta vez, no pude escribir, ni leer ni disfrutar de la buena música… Extrañamente aún seguía pensando en Miski, y, apenas comencé a escribir acerca del ciego, la pluma se soltó, y plasmó buenos poemas que pude disfrutar en mi soledad. “Sí - me dije -, Miski.

Salí mas temprano de lo normal y, pude ver al ciego, con sus cabellos blancos y con sus muñones en los ojos que parecía ser que me esperaba.

- ¿Miski? – volvió a decirme.

Cogí un par de monedas, y las eché en su vasija. El sonido metálico de las monedas hizo brillar su sonrisa, y, con una pequeña señal de gratitud, continuó su marcha, dejándome el sentimiento de estar frente al poema hecho carne. Aquel día fue fantástico, en la parte económica, y, por la noche, cogí la pluma y papel y me sumergí en un poema.

Cada mañana necesitaba encontrarme con el ciego para entregarle una propina, pues sabía que tendría un día y una noche lleno de inspiración. Hasta que una mañana no pude encontrar. “Bueno – me dije – se habrá dado un día de descanso”. Pero al día siguiente y siguiente y siguiente tampoco lo encontré.

Perdí las ganas de escribir y leer… Parecía que la magia se había esfumado junto al ciego. Comencé a preguntar a toda la gente miserable del lugar, si le conocían, pero nadie conocía su paradero. Tuve la impresión que no le vería más… Sin embargo, no hubo día en que pasando por aquella calle, preguntara por el ciego.

Dejé el taxi y me dediqué a vagabundear. Continué escribiendo pero nada especial, hasta que una mañana en que repartía unos volantes ocurrió el milagro. En la esquina de la misma calle estaba mendigando el gigante ciego, noté que le faltaba una pierna, sin embargo, sonreía como si nada le hubiera pasado, acercándose a los autos con la misma vasija de siempre, diciendo:

- ¿Miski?

Me le acerqué y después llenarle su vasija con todo lo que tenía en mi bolsillo, le saludé…

- ¡Oh! – me dijo – Papay, ¿pero, qué ocurrió con tu auto?

Sorprendido por su intuición, le narré mi historia, y el, siempre sonriente, sinitó mi tristeza y me dijo algo que nunca olvidaré:

- Aun puedes sonreír papay, puedes escribir tus cositas dulces, miskis… Papay, puedes pedir; pide cosas dulces, siempre miskis, y verás que pidiendo encontrarás lo que necesitas para sonreír. Deja que el viento te llene con su aire, y deja que tu mano escriba lo que el aire te cuenta, papay…

Se irguió y con su sonrisa se alejó de mi lado hacia otros carros. Dejé mis volantes y empecé a caminar hacia mi casa, deseaba conocer ese aire y su palabra…



Paris, 11/11/04
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 11973
  • Fecha: 30-11-2004
  • Categoría: Urbanos
  • Media: 5.62
  • Votos: 58
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3991
  • Valoración:
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