*Son RELATOS:
"La ciudad me decía
que no quería morir sola,
que no la abandonara”.
José Hierro, 1994.
MUCHAS VUELTAS
Aquella mañana despertó con un viento impetuoso que golpeaba las contraventanas con furia, nunca antes lo había escuchado así. Se acurrucó aún más entre las sábanas con las mantas hasta el mentón, al tiempo que hacía intención de semihundirse en el acogedor almohadón de pluma. Afuera el viento silbaba con fuerza y la pobre luz del día que se filtraba entre las rendijas inundaba la habitación de una tenue penumbra. Después de dar varias vueltas en busca de mejor acomodo, decidió seguir adelante con el plan iniciado la tarde anterior, se había acostado pronto, hastiada, casi deprimida por los seis meses largos que duraba ya su desempleo, así que ese día estaría dedicado a su disconformidad, lo había intentado todo y era su único modo de protesta... No haría nada en toda la jornada. Se sentía menospreciada e infravalorada, una mujer como ella, con su selecta formación académica y, tras los años de experiencia continuada, fiel siempre en la misma empresa, se encontraba ahora avocada a un futuro incierto del que no se consideraba merecedora, sobre todo cuando los modos empleados para su despido obedecían a causas injustamente provocadas. Estaba harta de repetirlo, pero de nuevo repasó en su mente los últimos acontecimientos desde la llegada de aquella directiva proveniente de la central, la fuente de sus desvelos. Ahora cobraban particular sentido cada una de sus palabras...
-A irónica puedo darte dieciséis vueltas!
No era precisamente un saludo de bienvenida, pero sí un adelanto del cariz que reveló en las incontables ocasiones que estuvieron obligadas a colaborar. Hasta entonces las gestiones planificadas que siempre habían obedecido con buen desarrollo comenzaron a flaquear. Hasta el mismo director de Recursos Humanos, ajeno a las tareas de organización empezó ahondar en terrenos ajenos y a involucrarse en tareas lejanas a su responsabilidad, pero donde dejó ahora mostrar el oculto lado frívolo de su ambivalente personalidad. Tanta novedad había que agradecérselo a la nueva directiva y era de esperar que, con las equivocaciones, los cambios también se empezaran a notar sin tardanza. Sin embargo nunca imaginó que el final pudiera resultar tan frío, ella que tanto mimo puso en cada objetivo, incluso en cada uno de los datos trabajados, tan sólo bastó una llamada de teléfono para dar por zanjados los años de ilusión ganados a base del propio esfuerzo. Tampoco creyó que cercana a los cuarenta sería una carga para el mercado laboral, pero estaba comprobando la oscura faz de una situación que ella no se había buscado.
Había decidido que aquel sería su día de huelga, su especial jornada de puertas cerradas y, a juzgar por el enojado ímpetu del viento, aprobó la fecha elegida para su consoladora idea. No le vendría mal tampoco ayunar un poco, así comprobaría lo cierto de quienes lo recomiendan, aunque en verdad la molestaba levantarse para enfrentarse a la cocina. El viento sacudió todas las contraventanas sin hallar el modo de penetrar en la estancia, pero ella lo tomó como aplausos a su original proyecto. Se acordó de repente del diario que guardaba en el cajón bajo del comodín, había dejado de anotar sus incidencias en él después del fracaso de su matrimonio, después del aborto, pero antes de firmar la separación definitiva. El trabajo precisamente sirvió para paliar esa carencia, cuánto denuedo concentró en su labor entonces. Se incorporó y buscó entre los jerseys hasta encontrarlo bajo los pijamas. Volvió a sentarse en la cama y hojeó las páginas, sin leerlo, tan sólo rememorando los recuerdos que salían al encuentro libres ahora del olvido.
A pesar de haber traspasado el umbral del mediodía la escasa luz que entraba parecía oscurecerse más. Percibió entonces el fuerte olor a humedad, sin duda era aquel día el señalado para no hacer nada y acarició el lomo del diario apretado contra su pecho. No se levantaría, no bajaría a la cocina, guardaba unas galletas en el bolso, mañana sería otro día diferente... Su férrea voluntad sólo dio un quiebro a la hora del café, miró el reloj. Una puede desafiar al hambre, ayunar y regenerar el organismo si se lo propone, pero qué difícil resulta prescindir de esos pequeños aditamentos que marcan los hitos informales al cabo del día y ayudan a distraerse de las habituales ocupaciones. Buscó con la mirada el lugar donde había dejado las zapatillas, nada más que por ubicarlas, no pensaba moverse... Aunque algo caliente le vendría bien para entonar el resto de la tarde.
Casi había posado el pie en el suelo cuando lo que parecía el estruendo de un trueno creció hasta convertirse en ensordecedor. Luego, lo inusitado de los golpes hizo que botara en la cama. Aquello no era el viento, eran auténticos golpes contra la ventana, como si alguien propinara puñetazos al otro lado. Cuando abrió un vendabal de lluvia y viento le azotó el rostro, empapada de arriba abajo, no podía dar crédito a lo que sucedía. El ruido de las aspas del helicóptero le impedía oir los gritos del militar que le hacía señales para que saliera:
-¡No hay tiempo que perder, vamos, señora, vamos!
Ella posó los pies desnudos en la escalinata y se abrazó al soldado, mientras éste le ceñía la cintura con un brazo. No pudo evitar que el viento le arrancara el diario y cayera al vacío, con el cabello enmarañado en su rostro, hundido contra el uniforme de su rescatador, se aferró a su cuerpo y a la vida con todas las fuerzas que fue capaz de reunir, al tiempo que el helicóptero se alejaba y les izaba sobre los escasos tejados supervivientes de aquella catástrofe.
Desde el aparato contempló incrédula la magnitud de lo acontecido, la ciudad sumergida, el nivel de las aguas sobre casas y edificios. Algunos chalés de la zona alta, como el suyo, quedaban inundados hasta el ático, podía distinguirse gente en las azoteas batiendo los brazos con desesperación y también cuerpos flotando, arrastrados por una corriente parduzca de agua letal. Dirigió sus ojos hacia el polígono industrial, nada quedaba de aquellas empresas, los campos, todo se lo había tragado la enorme masa de agua. A lo lejos, el embalse roto fundía su caudal en la desgracia. Otro soldado le arropó con una manta, pero su mirada permanecía absorta en la silueta del helicóptero sobre las aguas oscuras de la ciudad desaparecida.
F I N
*”Es una Colección de Cuadernos con Corazón”, de Luis Tamargo.-