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MUERTE PREMEDITADA

Amanecía aquella mañana desesperado. Se despertó pensando, como nunca lo hacia, en su familia. Un derroche de recuerdos lleno su mente en una fracción de segundo. Se despertó, aquella mañana por fin se despertó. Algo le hacia falta. Sentía que algo llegaría No sabia exactamente que era, pero lo sentía. Daniel, sentía que algo no andaba bien.

Se metió al baño y se ducho con afán; el agua límpida que de la llave surgía y que se llevaba el viciado aroma de su sudado cuerpo, no pudo quitarle esa angustia. Se vistió a medias. Hoy no iba a trabajar, no, hoy no, quería respirar, sentirse libre. Caminó durante una hora. Observaba cada cosa, cada lugar como si fuera un inspector. Lo que antes le causara admiración, ahora era motivo para ser despreciado; lo que antes le causara hambre ahora le causaba asco. Se sentía realmente extraño. ¿qué era?. Llego el ocaso. Se sentó en un lugar solitario a esperar que esa densa niebla que cubría sus sentido se disipara, pero no paso. Se sintió miserable, lloro. ¿qué era?

Decidió ir a una tasca a relajarse, a beber algo de agrio alcohol que le hiciera olvidar, pero fue en vano. Salía de la taberna a las 9 de la noche. Doblo la esquina, tratando de encaminarse hacia su humilde y horrible apartamento. De repente al doblar la calle se tropezó con un par de grandes ojos negros, acompañados de una piel blanquísima y unos labios rojos. Una mujer. Ella observo con detenimiento las varoniles facciones del rostro de Daniel, junto con sus bonitos ojos color avellana, que la hechizaron. Se quedaron quedos observándose uno al otro, como si al frente tuvieran el ser mas extraño que hubieran visto en sus vidas. Tras un largo tiempo de haberse observado, se sintieron familiares. Parecieron despertar de su sueño, disculpándose el uno del otro tras haberse observado cerca de 10 minutos. Daniel dejo que sus instintos masculinos afloraran y la invito a beber algo. Ella se dejo guiar. Daniel sonrió para sus adentros: este era el momento que había estado esperando, su desesperación se había disipado.

Llegaron de nuevo al bar y pidieron algo de beber. Bailaron, hablaron y rieron y sellaron la noche con un beso. Daniel estaba ahora tranquilo. Esto era lo que tanto temía, el encuentro con esta dulce chica.

Entonces ocurrió: mientras ella pedía permiso para asistir al tocador, entraron dos hombre, con un revolver y una mascara que ocultaba su rostro, pidiendo el dinero del lugar. Daniel se levanto en un extraño e improvisto impulso y se atravesó entre el revolver y el cajero. Pidió con suavidad el atacarte que se sentara y no se moviera. Temblaba el revolver, sudaba el ladrón...
Como un sabueso, Daniel percibió los nervios del randa, sintió su inexperiencia, y en un exagerado derroche de confianza, tomo el cañón del revolver con su mano y ordeno a su dueño que se retirara.

Esta petición fue respondida con un estruendo sordo y un grito generalizado de todo el lugar.

Por fin Daniel descubrió que era lo que deparaba su destino aquella mañana: iba a morir esa noche.
Datos del Cuento
  • Autor: Aleg
  • Código: 14577
  • Fecha: 14-05-2005
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 4.66
  • Votos: 41
  • Envios: 0
  • Lecturas: 1525
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