Era una mañana luminosa, de esas que invita a vivir, el sol bañaba mi jardìn, todo esplendor de un 24 de diciembre esperando el momento de recibir al niño Jesùs.
En mi casa todo era alegrìa en es dìa tan especial en que uno cuida hasta los màs mìnimos detalles. Existe en mi familia una tradiciòn de hornear budines y panes y eso hacìa yo entre otras cosas.
De pronto siento llamar a mi puerta, salgo y allì me encuentro una niña pequeña, muy delgada, descalza y su aspecto era andrajoso, me dice conun hilo de voz: ¿tiene algo para comer?...
Mirè esos ojitos opacos en ese rostro pàlido y fue como si un recibiera un impacto, como si alguien me enfrentara en ese momento con esa cruda realidad para enseñarme algo, darme un mensaje quizàs.
Entrè presurosa, tomè uno de mis budines, tambièn un arbolito que adornaba la sala, què màs podìa hacer, correr hacia ella que me esperaba en el dìa de nochebuena, yo tenìa su regalito de Navidad.
La abracè y ella corriò feliz con su niñez aùn palpitando en un simple obsequio, se perdiò en la vida y no la volvì a ver.
Nunca olvidarè esa niña, otros niños existen con carencias de todo tipo pero ella llegò hasta mi en ese dìa tan especial y sentì que era una señal para mostrarme cual es el verdadero camino de la humanidad, el camino debe ser siempre ir hacia los màs necesitados sino que sentido tiene todo lo demàs, eso es lo que me dejò esta pequeña en mi corazòn ese dìa de Navidad.-