Me llamo Abdalá, soy trovador que hace sonar su laúd con armoniosos acordes, y poeta al que gusta componer bellos romances y loas.
Y aunque mi nombre es árabe, profeso la religión cristiana, por lo que a todos los que son como yo, se nos denomina “Mozárabes”.
Corre el año mil cuatrocientos….y algo, y aunque esta gran ciudad Califal es poblada mayoritariamente por árabes mahometanos, a pesar de ser partidario del cristianismo nada tengo que temer, por ello deambulo por las calles de mi ciudad; Córdoba, vistiendo sin el mayor temor mis ropas arábico-andalusíes, a la vez que rezo en una de sus iglesias.
En esta ciudad nací en el seno de una familia mozárabe descendiente de aquellos que siglos atrás vinieron de los desiertos africanos, para internarse después en la Península por las tierras del sur, e invadirla lentamente hasta casi su totalidad.
A pesar de mi origen musulmán y africano, me siento íntimamente ligado a ésta, mi tierra de Al-andalus.
En ella vivo, y por ella muero.
Aquí, en las tardes del estío, gozo al escribir mis versos de amor bajo la fresca sombra que generosos me brindan los naranjos, limoneros y parras de mi huerto-jardín, -situado casi en la orilla del viejo Guadalquivir, que por aquí pasa-, donde también me gusta componer las alabanzas a todo lo bello, oyendo el rumor del agua que sale inquieta y saltarina por los surtidores de la fuente, para caer luego mansamente chorreando por sus tazas, fundiéndose y rompiendo sus gotas la quietud y el sosiego del espejo que forma tan cristalino y vivificante líquido, que de la fuente vuelve otra vez a correr por pequeñas acequias y canalillos que recorren regando los arriates colmados de las más bellas y variadas flores y plantas.
Por las noches bajo los blancos resplandores que la luna ofrece en las horas previas a la meditación; los jazmines se abren, la albahaca, las rosas y los claveles parecen reventar brotando y derramando su fragancia en el cálido aire que inunda el espacio, despertando los sentidos que parecen estar adormecidos.
Tales efluvios sirven de bálsamo al alma inquieta por la melancolía, y al cuerpo cansado, que recuperan así la placidez de la paz y quietud sosegadoras, que inducen al reparador descanso nocturno.
En ella establecí mi familia, y en sus templos rezo al Dios cristiano.
Si el Paraíso cristiano, o el jardín del Edén están en algún lugar; ese sitio es mi Córdoba, en Al-andalus, donde su embrujadora magia te hace sentir sueños que te transportan a los idílicos parajes de la Arabia, llenos de oasis colmados de frescos pozos y esbeltas palmeras, bajo cuya sombra, beben y descansan las caravanas de hombres y camellos que desde Oriente a Occidente cruzan los desiertos.
Con esos pensamientos puestos en mis ancestrales orígenes, me dormí en el jardín esta pasada noche, a la luz de la luna, y cuando los primeros rayos del sol madrugador vinieron al nuevo día, se colaron por entre las hojas de la parra y los limoneros, posándose sobre mi cara, que al sentir el calor, hizo que me despertara devolviéndome a la realidad: estaba dormido sobre mi cama y el odioso despertador no dejaba de sonar anunciándome que llegó la hora en que tenía que levantarme y coger el coche para ir al trabajo en esta calurosa mañana del día 9 de agosto del año 2.005.
Muy bello fue el hechizo, mientras duró el sueño.
Toda una delicia de sueño. Tu manera de escribir es impresionante. Felicidades. lucy-a