No sé realmente como pasó. Sólo sé que estoy aquí sentado mirando a la gente que está en esta oscura habitación. No deben ser más de diez. Están asustados y las mujeres están llorando. Están todos en un amontonados en un rincón.
Miro en el piso alfombrado y veo una persona de bruces con toda su espalda ensangrentada. Miro mis manos, y todavía tibia por su inconsciente uso, veo la causante.
Hago el esfuerzo de recordar algo y no puedo.
Afuera se escucha las estruendosas balizas de la policía y a los curiosos que se empiezan a amontonar buscando algo de morbo.
Realmente no recuerdo como llegué a este cuarto piso ni como entré. Sólo me acuerdo haber estado en mi trabajo y haber contestado una llamada. Lo demás es confuso. Es como si yo hubiera estado dentro de este cuerpo observando y otra persona fue la que actuó. Pareciera que son recuerdos de una vieja película.
Mi respiración se empieza de a poco a agitar y una gota de sudor empieza a recorrer lentamente mi cara desde mi sien. Afuera se puede escuchar a la policía hablando por altavoces. También escucho algunos gritos y llantos. Me gustaría estar en mi casa haciendo mi rutina vespertina.
Levanto mi vista y allí esta esa gente, a quienes nunca había visto, todos con el terror incrustado en sus ojos. No sé que hacer. Me gustaría tanto como ellos estar tranquilamente en casa, siguiendo con nuestras aburridas vidas, aburridas pero seguras y serenas.
La policía me dice que haga mis peticiones y suelte a un rehén. Yo no tengo ni peticiones ni rehenes. Si sólo pudieran devolverme mi anterior vida...
Me gritan que me entregue, no quiero entregarme por que yo no he hecho nada malo. Sé que si lo hago no me van a creer que no recuerdo como estoy acá. Tampoco quiero ser el juguete de la prensa ni ser el blanco de los moralistas que sólo buscan publicidad. Yo no quería hacerle nada a nadie.
Miro el arma. Es un revólver. Miro las balas. Sólo quedan dos. Estoy confundido.
Me acerco a la ventana y miro afuera. Hay mucha gente, parece que soy el evento del mes. Siento unos cautelosos pasos detrás de mí. Avanzan lentos pero se empiezan a acelerar lentamente. Me doy vuelta y veo un hombre que ya esta casi encima de mí con la mirada encabritada, pero se detiene bruscamente y se cuelga de mi cuello. Veo sus ojos: están desorbitados. Cae estrepitosamente al piso. Veo mi mano y ahí todavía con un hilillo de humo veo a la cómplice de la fatal caída de aquel hombre que quería ser el héroe de la jornada, o quizás sólo quería ver a su familia. Pienso que no va a poder ser posible mientras lo veo de espaldas en el piso, y en especial observo su abdomen del cual comienza a salir borbotones de sangre.
La gente aquí adentro empieza a gritar y a llorar. Afuera puedo escuchar las botas de cuadrillas de botas policíacas golpeteando rítmicamente el piso. La gente afuera empieza a vociferar palabras que no puedo entender muy claras, pero que creo que son para mí.
Me siento más relajado, más tranquilo, más afable, no sé por qué.
Siento las botas que ya se acercan por las escaleras. Miro a la gente que está delante de mí. Ellos son como yo, sólo trabajadores, y no me gusta atemorizar a esta gente, es más, no me gusta atemorizar a ningún tipo de gente. Soy una persona pacífica. Sólo he tenido un mal día que no recuerdo el por qué es malo.
Sigo mirando a la gente que me acompaña en esta habitación en este mal día. Pienso que yo puedo mejorarle el suyo, siento que al fin puedo hacer algo bueno, siento que puedo devolverle la tranquilidad y paz a sus días con un acto que no me cuesta mucho: pongo el revólver en mi sien, cierro mis ojos y dejo que las cosas fluyan.