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Maldito Borges

Parecía ser una noche de sábado típico en el bar: Conversando con los amigos de siempre sobre tontería y media (o sea, de nuestras vidas), inventando frases jocosas en servilletas mal dobladas y pensando en negocios inimaginables con futuras deudas y segura quiebra al mes de puesto en marcha el plan, sin embargo, este sábado no iba a convertirse en uno más. Mi horóscopo lo decía y eso que yo nunca leo el horóscopo pero no pude resistirme a escucharlo cuando, horas antes y antes de salir, una querida hermana lo leyó sin mi consentimiento: Esta noche puedes encontrar el amor, fue lo último que recuerdo haber escuchado. No le preste demasiado atención pero eso frase reboto de vez en cuando en mi mente durante el trayecto al “Don punk”, el primer bar que descubrí cuando era mucho menor que ahora y pensaba que, muy idiota yo, el Daiquiri era un país Centroamericano.

Discutíamos con los amigos acerca de quien era un poco más ganador que el otro o en todo caso quien es el menos perdedor de todos y bueno, también estaba en tema de conversación las últimas novedades y chismes literarios donde, por lo general, yo termino por contar todo lo que sé sobre un supuesto escritor que hubiera preferido ser escritora y del cual invertí tiempo precioso y dinero mal ganado para poder leer sus obras que menciono haber devorado con más vergüenza que orgullo, en fin, mientras estábamos tratando de entretener a la noche antes que esta nos aburra a nosotros: La vi.

Sentada en una esquina, alejada del barullo que emite la gente normal y la fiel rockola que por suerte tiene canciones bastante contemporáneas pero muy cerca de su vaso con ron y cola y un libro de considerable grosor (la verdad no logro divisar bien que trago y libro es porque no tengo mis enormes anteojos) una chica llama demasiado la atención que descuido cuando estoy entre copas y/o amigos. Recuerdo inmediatamente la frase que leyó mi hermana en el horóscopo y pienso que tal vez esta noche pueda conseguir el amor, que la verdad no es la gran cosa pero que ciertas noches, como esta, me interesa. Me acerco sin pensar a su mesa, y digo sin pensar porque si lo hubiera pensado no lo hubiera hecho y mucho menos después de lo que paso minutos más tarde. Le pregunto si tiene fuego para prender mis cigarrillos y sin mirarme siquiera me dice que no, porque ella no fuma. Bueno, esperaba esa respuesta y fui tonto al preguntar porque ya me había percatado que en mesa respectiva no había un cenicero que delatará su condición de fumadora. Felizmente había pensado en otra pregunta audaz. ¿Puedo sentarme a tu lado?. Ahora que analizo la situación, pienso que tal vez no estaba en mis cabales, que no estaba completamente lúcido o que verdaderamente soy el torpe que mis amigos dicen que soy. Yo todavía mantengo mis dudas al respecto y esperaría una quinta opinión.

Para el asombro de mi boba pregunta la chica en mención dijo que si. Que si podía sentarme a su lado siempre y cuando no emitiera ningún sonido innecesario o necesario, en otras palabras me pedía amablemente que no le dirigiera la palabra porque estaba muy concentrada en el libro que tenía entre manos. Acepté su propuesta para no caer el acostumbrado ridículo al que me tienen acostumbrados las chicas que me dicen que no y me senté silenciosamente a su lado. Note que el libro que robaba más atención que mi presencia era del gran Jorge Luis Borges. Me quede anonadado de que una chica tan joven leyera al afanado y famoso escritor. Ahora, no estoy subestimando a la chica lectora, más bien la halago porque yo hace un buen tiempo intente leer a ese simpático señor y lo único que pude entender fue nada.

Así que para aparentar más de lo que sabía o en todo decir lo único que sé acerca de ese genio literario me atreví a hablarle que yo también había leído es libro, que me pareció estupendo, y claro que le dije: Ah! Yo también escribo poesía. Cuando termine de habla sus ojos miraron los míos y sentí que al fin íbamos a entablar conversación, que intercambiaríamos teléfonos y direcciones electrónicas, que seriamos amigos en un principio y amantes al final, que nos visitaríamos mutuamente y que esta noche nos despediríamos con un gran beso pero nada fue así. Mi pensamiento iluso se desinflo de pronto. Ella tuvo la culpa porque no esperaba que me iba a pedir, que por favor, le recitará un breve poema de Borges de ese libro que ella no se cansaba de entender. De pronto empalidecí, puedo imaginar mi cara de espanto y mis maneras aterradas por el sudor que empieza a recorrer a mi cuerpo debido a que yo, en mi magra vida, nunca pero nunca entendí al señor Borges y menos memorice un poema del maestro.

Miro hacía otro lado, parpadeo, pongo cara de circunstancias o de tarado repentino. No se que decir, pero trato: Me permites un momento por favor mi celular esta timbrando. Pero ella no es tonta e inmediatamente dice: Yo no escuche nada. No, no-digo- lo que pasa es que vibra y por ello se que me están llamando y finalmente agrego: Debo contestar ahora. Me levanto de la silla y salgo corriendo con la mano en el bolsillo aparentando coger el celular que no tengo ni tendré porque odio esos aparatos inútiles que han secuestrado un tanto de la poca libertad que tiene la gente que encuentra glamoroso tener un celular. Claro que no volví a entrar ni bien salí del lugar, mis amigos deben haber pensado que enloquecí de pronto al verme corriendo hacía la salida del lugar o que quizás no quería pagar mi cuenta esta noche, lo cual podría ser válido y muy ingenioso para otras noches.

Llegue a casa, limpie mi sudor alcohólico y rompí en todos los pedazos posibles el maldito horóscopo que me predigo suerte en el amor esta noche. Afortunadamente mi hermana no estaba en casa porque de lo contrario pudo haber sucedido una desgracia de considerable magnitud. Inmediatamente encendí el ordenador y en la infinita web me dispuse a leer todos lo poemas escritos por Borges, el héroe inocente de esta noche, pero era lógico que debido a mi estrechez mental no iba a entender mayoritariamente nada y pensé que mejor sería una buena idea no ir por temporada indefinida al “Don punk” y mientras ese tiempo pasa me dispuse a escribir mi vergüenza para que ahora también sea ajena.
Datos del Cuento
  • Categoría: Sin Clasificar
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