Hace poco llegaron a mi memoria pasajes vividos hace treinta años o un poco, más en compañía de mi abuela paterna. Ella se llamaba Alicia Agripina Reyes, pero de cariño siempre la mayor parte de sus nietos le decíamos Mamanina. Una anciana adorable. Yo la quise mucho, puedo decir sinceramente, que fue una madre para mi y mis hermanos, pues ella, alalimón con mi progenitora, nos criaron; es decir, toda la vida vivimos juntos bajo las mismas cuatro paredes allá en mi inolvidable casa de la calle 10, a los pies del monumento al Benemérito de las Américas, don Benito Juárez.
A Mamanina le recuerdo con su cabello siempre recogido y sostenido hermosamente por una diadema con incrustaciones de pedrería multicolor. Era una viejita bonita y hasta cierto punto, vanidosa. Contaba en su haber con bisutería variada. Siempre andaba olorosa, limpia, era de esas ancianas que no le gustaba estar “percudida” decía ella y por lo tanto cuidaba mucho su aseo personal.
A más de su infaltable diadema, por lo regular no se quitaba una gran cadena tipo torzal con una medallota de la virgen del Sagrado Corazón de Jesús. A propósito de eso, sobre la recámara principal de la casa, hubo durante muchos años un cuadro muy grande con esa imagen, sin exagerar creo que medía un metro sesenta de alto por noventa centímetros de ancho. Y cuando por las noches despertaba, en mis infantiles miedos, el sólo mirar la bendita imagen, reconfortaba mi persona y el sueño volvía plácidamente.
Mi abuela fue una persona totalmente independiente. Nunca le gustó depender de nadie, ni en cuestiones monetarias, porque han de saber que ella para ganarse unos “centavos” –como llaman los mayores al dinero-, hacía ropa a sus amistades y vecinos, vendía chucherías que traía de la frontera y todo ello satisfacía sus necesidades económicas.
Cuando entraba la temporada de calor, agarraba camino para Nogales, cuyo clima es un poco más benigno, y por aquellos rumbos se estaba hasta dos meses. Unas veces se llevada a algunos de mis hermanos o a mi. Esos viajes fueron inolvidables. Allá, de chamaco, me tocó presenciar varias veces el caer de los copos de nieve, o el caer de las personas con las calles escarchadas de hielo en aquellos meses fríos de invierno.
Mi abuela nos consentía mucho, especialmente a mí, decía que yo era su nieto preferido, por el gran parecido físico y de carácter con mi abuelo –su esposo-, y por esa razón, los mejores y buenos regalos eran para mí.
La recuerdo cuando nos llevaba al mercado. Todo el preparativo del “viajecito” era un show. Desde muy temprano en la mañana, bajábamos a la calzada García López a esperar el camión de la misma ruta: Calzada. Éste –muy viejo por cierto, pero aguantador-, lentamente recorría de oriente a poniente desde la calle 20 hasta subir por donde está hoy el semáforo de la Chevrolet, y tres o cuatro cuadras doblaba para bajar a la altura de donde está la gasolinera Delicias. Hasta allí llegaba la ciudad en aquellos tiempos. El caso es que hacíamos como una hora de la calle 10 a la 20, pero lo interesante de todo esto, es que los nietos íbamos contentos porque la abuela nos llevaba a pasear y a compras.
Como todas las personas de su edad, Mamanina tenía sus ideas. Han de saber que a ella no le gustaba dormir en el interior de la casa. Fuera calor o frío, siempre durmió en el corredor. Mi padre le montó una especie de casita. Le acomodó una amplia cama, chifonier por un lado y sus libros de oración que no le faltaran. Ahí mismo, le adaptó una lámpara e hizo una especie de casa de campaña…para nosotros los niños, todo eso era como un juego y nos turnábamos para dormir con ella. Cada noche en esa inolvidable “casita” era una aventura imaginaria que nos daba alegría.
Mi abuela nos hacía empanadas de carne, pan de dulce, semitas, tortillas de harina, dulce de tomate o limón, orejones y capirotada en Semana Santa sin faltar los ricos tamales de carne y los “tontos” (nunca supe por qué les decían así), han de ser porque no les ponía nada.
En fin, recordar es volver a vivir. Mi Mamanina falleció un 31 de julio de 1983, ayer se cumplieron 22 años…Jamás la hemos olvidado.