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Manos Santas

Nací y pase los primeros años de mi vida en un pueblo donde solo una persona tenia televisión, la mayoría de la gente tenía una vida sencilla, solo pensando en el día que vivían, sin pensar en el futuro, por mi parte creí firmemente aun a mi corta edad que debía haber en el mundo algo más que lo que me rodeaba. La gente era demasiado supersticiosa, y mil veces antes de visitar un doctor, preferían curanderos, brujos, sobadores, parteras y cualquier cosa que pudiera parecerse, lo más alejado de la ciencia posible.



Cuando tenía cinco años un suceso cambio mi vida, mi tía había quedado invalida por una hinchazón en la rodilla, que no pudo curar el sobador, ni en los extremos el brujo, en mi inocencia y según lo que me había enseñado yo tomé sus rodillas entre mis manos y le dije –Le pediré a Dios por ti-. Al siguiente día al despertar tenía una fila de gente ante mi puerta, esperándome y a mis Manos Santas las que habían levantado a mi tía de la silla en que estaba postrada.



Yo no entendía entonces lo que pasaba, pero por indicaciones de mi padre, atendí a todas las personas, tocando aquello que les daba problemas y diciéndoles la misma frase –Le pediré a Dios por ti-. En ese mismo contingente, un anciano de bastón me dijo –Yo no necesito que me cures nada, pero hay algo que debo enseñarte, te visitaré esta noche, pero es nuestro secreto-. El me regalo una revista, la Pantera Rosa, lo recuerdo muy bien, porque yo trabajaba por un mes entero, haciendo mandados a las señoras, para poder ahorrar lo suficiente y comprarme una de esas revistas.



Muy ilusionado esperé al viejo, cuando todos durmieron, el tocó a la puerta, extrañamente nadie se despertó, así que yo atendí al llamado, el viejo entró con mi consentimiento y sentado en el sillón sujetando su bastón me dijo. –Yo también fui como tu alguna vez, con Manos Santas, pero me equivoqué dediqué mi vida al bien de los demás y ahora estoy solo pudriéndome por dentro- por supuesto para mi esas palabras no tenia trascendencia, a mis cinco años  no entendí nada, pero obedecí sus indicaciones cuando él me dijo –Puedes tener todo lo que quieras si haces lo que te digo-. Eso fue lo único que entendí, porque la vida que llevaba hasta entonces era demasiado incomoda para mi, mi padre aunque tenía dinero, nos hacia vivir peor que, mendigando la comida, la ropa que yo usaba era regalada por alguien más, ya rota, mugrosa, mi madre ni siquiera se ocupaba de mi, era un niño de la calle en pocas palabras. El viejecillo me ofreció comida, techo, juguetes, todo lo que un niño podía necesitar. En ese punto no lo pensé, así que obedecí, me fui con él, me llevó a una casa lujosa, pasando el canal, donde las personas de  mi pueblo no iban porque era territorio “Del Narco”, ahí me trataron como un rey, y al día siguiente el viejo me dijo –Es hora de conocer a tu Dios, el que te ha dado el Don-. En la cabecera de la mesa estaba sentado un señor que vestía un traje blanco, su pelo era cano, y estaba descalzo…



El me tomó de la mano, y dijo -Estas Manos Santas, me pertenecen, te di el don de poder hacer con ellas lo que quisieras y lo estas usando mal, las creé para mi beneficio, para que compartieras mi dolor, mi sufrimiento, de ahora en adelante dirás “Hágase la voluntad de mi Dios”, cada vez que toques a alguien y yo me encargaré del resto, a cambio tu tendrás todo lo que desees”. El trató no parecía malo, y por más de 8 años, hasta mis 13 cada vez que tocaba a alguien para sanarlo decía –Hágase la voluntad de mi Dios-. Viví en la riqueza absoluta, no me hizo falta nada. Durante todos esos años no había visto al señor de blanco, el viejecillo era quien cuidaba de mí.



Pero una noche se presentó ante mí, vestido de blanco otra vez, pero con los pies llenos de sangre, diciendo –Hiciste un gran trabajo, ahora hagamos mi voluntad-, tomó mis manos entre las suyas y dentro de mi cabeza, como sin una película de mi vida se exhibiera vi pasar todos esos años y los rostros de las personas que había sanado, cuando las imágenes se detenían nos encontrábamos frente a ellos, el señor de blanco alzaba las manos al cielo con una risa retadora  decía –Hágase mi voluntad-, la sangre de sus pies subía tiñendo el traje de rojo, no empapándose, si no como si escurriera hacia arriba, sus manos se ponían negras y unas enormes uñas color plata, cortaban las mandíbulas de las personas para que el pudiera abrirlas tanto como para meterse por su boca, como si fuera cualquier pedazo de plástico, se metía completo, las personas entonces parecían secarse, la piel se ponía dura y se les pegaba a los huesos, entonces desde dentro el señor ahora de rojo sacaba la mano rompiéndolos para salir, cuando lo veía de nuevo este tenía un par de cuernos largos y anillados, de su nariz y boca salir fuego, con el cual de un soplido convertía los cuerpos en cenizas… de ellas recogía una pequeña canica que guardaba en una urna de oro.



Me dijo –Cure sus males con tus manos, pero nadie preguntó jamás que era lo que yo quería a cambio cuando tu decías “hágase la voluntad de mi Dios”, yo solo quiero sus almas… el cuerpo hasta aquí llegó-



A ver si esto les motiva un poco para preguntar siempre que se pide a cambio de un favor…


Datos del Cuento
  • Categoría: Terror
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