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Margarita era un niña muy criticona a la que todo le parecía mal. Como siempre estaba enfadada se ganó el apodo de Margarita La Amargada, porque no había ni una pizca de dulzura ni en sus palabras ni en sus gestos.
Margarita se enfadaba si no podía ponerse sus vestidos o sus zapatos favoritos, y prefería fingir que estaba enferma y pasarse sola el día metida en casa sin hacer nada que ir al colegio con un conjunto que no fuera de su gusto.
Un día, Margarita se dio cuenta que no veía bien la pizarra, pero no dijo nada, porque por nada del mundo se iba ella a poner gafas. Los días pasaban y Margarita cada vez sacaba peores notas. Sus padres y profesores pensaron que era por su tozudez, sin darse cuenta que era su soberbia lo que le impedía reconocer que no veía bien.
A mediados de curso llegó a la clase de Margarita una niña nueva, pero Margarita no pudo verla bien de lejos. Aún así le pareció desagradable y fea. Ni mucho menos iba a reconocer Margarita los celos que sentía porque ese día la nueva era el centro de la clase en vez de ella con sus hermosos vestidos y sus increíbles adornos para el pelo.
Dispuesta a amargarle el día, Margarita esperó a la nueva en el lavabo. Cuando se abrió la puerta y entró la niña nueva acompañada de otras compañeras, Margarita esperó a que la nueva se lavara las manos. Entonces, mirándola a través del espejo, le dijo:
-Hay que ver qué pelo rubio tan mal peinado y tan sucio llevas. Y qué vestido verde tan horroroso. Esas flores son lo peor que he visto en mi vida. Y a ver si comes un poco menos, que parece que te estás poniendo fondona. Aunque tampoco se puede pedir mucho, con lo bajita y lo fea que eres.
-Margarita, qué desagradable eres -le dijo una de sus compañeras.
-Digo la verdad, ni más ni menos -dijo Margarita.
-Si no es por ella, es por ti -le dijo la niña-. La niña que has descrito no es nuestra nueva compañera, sino tú misma. Ella es más alta y está más delgada que tú, tiene el pelo pelirrojo atado en un coleta impecable. Además, no lleva vestido, sino unos pantalones vaqueros con una camisa a cuadros blancos y rojos.
Margarita, roja de ira, salió corriendo de allí. Sus compañeras, que la habían estado observando, se acercaron a ella. Una le dijo:
-¿Qué te pasa, Margarita? ¿A que no ves dos en un burro?
-¡No veo nada! -gritó Margarita.
-Ya nos parecía a nosotras que esos nuevos vestidos que traes no son de tu estilo y que esa nueva forma de peinarte no encaja.
Las amigas de Margarita acompañaron a su compañera a casa y le contaron a su madre lo que pasaba.
-¿Por qué no contaste nada? -le dijo su mamá.
-No quiero llevar gafas. Son horribles -dijo Margarita.
Su mamá la miró muy seria y le dijo:
-Horrible es como sales últimamente de casa. Horribles son tus notas y horrible es tu actitud.
Margarita accedió a graduarse la vista y a ponerse gafas. Descubrió que había muchos modelos y que le daban un toque intelectual muy interesante.
Desde entonces, Margarita no está tan amargada y, como ve muy bien, puede disfrutar de muchas más cosas. Incluso de vez en cuando es capaz de decir alguna cosa agradable, cada día un poco más.
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