Existe dentro de la vida de los seres humanos, circunstancias en ocasiones ajenas a su propia voluntad, que los conducen a caminos equivocados; mas, cuando esos caminos torcido los llevan a truncar sus ilusiones y cambiar su destino, éstos reaccionan de varias maneras.
Lo conocí hace poco más de tres meses. Es bajo de estatura, complexión regular, tiene una cicatriz a la altura de la patilla derecha y es seguro en el hablar, lo que denota su inteligencia y sabiduría que le ha dado el estar internado en un centro penitenciario. En realidad son pocos los internos que buscan una manera espiritual de llevar su condena, él ha aprendido a hacerlo; de hecho, la enfermedad que padece, así lo han obligado a conducirse. Desconozco el tiempo que lleva ahí y lo que aún le queda por purgar. Ignoro también si es inocente o culpable de lo que se le acusa. Sólo sé, que es un ser humano que posiblemente cometió un error y está pagándole a la sociedad, repito, si es que acaso es culpable.
Su nombre es Sergio y desde un tiempo a la fecha, le digo “pariente”. Por razones que es ocioso platicar, no les contaré cómo fue que tuvimos un primer contacto, sólo les diré que éste se dio y es sólido y que nos ha fortalecido a ambos.
Dentro del penal la vida es dura. A pesar de que la mayor parte de la sociedad tiene una idea muy firme de que sólo están dentro delincuentes, muchos de ellos no lo son. Se dice que las prisiones del País son lo contrario de lo que indica su nombre: centros de readaptación social, cuando todo mundo sabe, es decir, es un secreto a voces, que en realidad es una escuela para el vicio y la delincuencia. Quien por desgracia, ya sea que lo merezca o no, cae dentro de un penal, empieza una vida dantesca, una pesadilla atroz, tanto para el o ella, como para el resto de su familia.
En lo personal no creo que el hombre –por antonomasia- sea malo del todo, eso trae a mi memoria una frase que he escuchado por el diario vivir y dice más o menos así: “...hasta el peor delincuente alguna vez fue niño, y como niño nació puro y limpio de todo mal y corrupción, la vida lo empuja por senderos incomprensibles que terminan por llevarlo, unas veces al bien, pero otras al mal...y eso determina su destino...”
Cuando el hombre o mujer tienen aún la capacidad de reír, de soñar, en el amplio sentido de la palabra, de asombrarse por un amanecer, o por la sonrisa de un niño; de escuchar el trinar de los pájaros, de contemplar un amanecer, de creer en Dios –como cada cual lo comprenda-, de amar, de sentir conmiseración por los demás, de ayudar al prójimo, de llorar por algo o alguien, de expresarse con tanto amor de su madre, esposa e hijos y un sinnúmero de cosas más; entonces, sólo entonces sabemos que aún hay esperanzas y sentimientos buenos dentro de ellos y que esa alma que se cree perdida, aún mora dentro del cuerpo y muchas cosas como la comentada anteriormente, lo he visto en muchos internos; especialmente en mi amigo Sergio.
Dentro de los penales, los castigos que se infligen van creando en las personas, odios, resentimientos, frustraciones, complejos, que en lugar de ayudar en la rehabilitación de individuo, lo van forjando hostil y desconfiado. Al final de cuentas, cuando por fin sale a tratar de reincorporarse a la sociedad, no sabe qué hacer ante el mundo nuevo que ve, y aunado al rechazo sistemático de los demás, opta por delinquir y esto lo lleva de nuevo al lugar al que supuestamente entró para rehabilitarse por cometer alguna falta, comenzando una vez más, el círculo vicioso. Para los que sufren aún hay esperanzas.
Las historias que he encontrado dentro de los penales, son verdaderas piezas dramáticas, una estúpida telenovela, es una burda caricatura ante esas tragedias humanas que se tejen en la diversidad de los caminos que sólo se dan más allá de las rejas...