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Me he levantado temprano

 

Hoy me he levantado temprano, muy temprano.
Estoy ahí, parada a la vera del camino, saboreando y disfrutando con cada partícula de mi cuerpo los rayos incipientes del sol; están temerosos, de que las gotitas que esparcen bendiciones les opaquen, ya les dan diversos toques de colores, de pronto rojizos, naranjas, ya de color oro, el rey, el gran astro de nuestro planeta, me hace saber que ha llegado el otoño. Mis pasos, sin pensarlo mucho me han llevado a ese lugar que es un campo sagrado, al camposanto. Alcanzo a divisar sus bardas tan altas, que pienso por un momento, los que estamos afuera no deseamos pasar y los que están dentro, no creo que puedan salir ¡es raro verdad que si! Su entrada resguardada por las grandes rejas de hierro que tienen figuras caprichosas; estas se encuentran abiertas en señal de bienvenida, semejando almas a punto de emprender el vuelo; sus corredores, siempre tan ausentes, en abandono, hoy son recorridos por tantos visitantes ya que es este un día muy especial, hoy convivimos por única vez en el ano, los vivos con los difuntos en una comunión de almas, porque celebramos “La Fiesta del Día de Muertos”. Al fondo alcanzo a distinguir las tumbas, pulcras, relucientes, tan blancas. Las flores frescas que las cubren despiden sus aromas, y esparcen su perfume en el ambiente; por aquí, por allá distingo rostros que no ocultan su pesar, el dolor duele no se puede ocultar.
Se destacan de uno y otro lado, los puestos de flores. Ahí parado muy ceremonioso descubro al “Gardenias”. Hoy Don Vicente Valerio, no ofrece sus ramitos para los enamorados; tampoco desempeña el papel de Cupido, ni es el cómplice de los noviecitos de la alameda. Muy digno presenta en sus manos: Mano de león y cempasúchil. Más allá distingo al pinta cruces, carga su pintura y diligente traza uno que otro epitafio de los que le han encomendado; un grupo de cantantes ofrece sus servicios, de las cuerdas de sus guitarras, salen notas, lúgubres, tan tristes, sus melodías lloran con el desconsuelo del adiós, del olvido, del tiempo ido y el que nunca jamás se podrá atrapar. Desde muy lejos me llegan las campanadas de la iglesia, y, tal vez mi imaginación me juega alguna broma, porque alcanzo a escuchar el susurro de rezos, el roce de las cuentas de un rosario, letanías, canticos; el olor de las velas, del incienso y el crujir de las llamas, que se quejan al suave embate del viento y de la tuene llovizna que se deja sentir y que al tocar nuestra piel nos hace estremecernos, sacudiendo nuestro cuerpo y porque no, también las conciencias. Las lágrimas saladas que caen del cielo, sin esforzarse mucho le dan al día ese toque nostálgico, místico, dramático, doloroso.
La solemnidad del día contrasta con el bullicio de la calle, las calaveritas de azúcar, el pan de muerto, las canas, las naranjas, y, el papel de china picado, que adorna escaparates, algunos los usan como guirnaldas, cuelgan, y se mueven al cadencioso ritmo del trajín de la gente y al suave frenesí del contacto humano, en donde la catrina con su vestido típico mexicano, sus zapatos de tacón alto rojos, y su boca carmesí, coquetea con su contoneo a su acompañante esquelético, el que con la galanura de su traje de charro, también exhibe su palmito y ambos, alegres festejan y bailan al compas del mariachi en una sinfonía sin fin. Sus cuencas están vacías, y sin embargo aun brillan y destellan con la misma ilusión que les alimento en vida. El charro con su sombrero, luce tan encantador, tan atrayente, y la sonrisa que muestran sus quijadas sueltas al abrirse y cerrarse, dejan oír el chasquido de sus dientes con un alegre tin tan, con su sonido tan chasqueante, burlesco, riéndose de esta vida que es tan efímera, veleidosa, de oropel, tan corta, pero tan digna de ser vivida y vivirla bien; su mueca que pudiera ser tan terrible y aterradora es ese puente tirante entre la vida y la muerte, entre lo desconocido, lo incognito, lo intangible, pero tan real, como es la muerte; que nos indica que ese sueño dulce y su beso sutil, es tan solo un más allá, y, nos brinda la oportunidad para distinguir esa gran diferencia entre la vida y la muerte. Ese gesto de burla bulliciosa, lo hace destacarse varonil, galante no puede una sustraerse a su grácil encanto.
Que agradables e innumerables sensaciones puede recrear la mente humana con tan solo dar el primer mordisco y paladear el exquisito sabor de mi calaverita de azúcar en la boca, pues tan solo han pasado unos cuantos minutos de este embrujo, y sin notarlo he viajado en las alas del carruaje del ensueño, de la fantasía, del éxtasis; de verdad se extraña nuestro México, a los muertos, las tradiciones, sus rezos y sus leyendas.
El ayer, el hoy y porque no el mañana, se pueden conjugar en una metamorfosis mágica, en un instante que puede durar por toda la eternidad, en un huequito del corazón donde se guardan todos los recuerdos de los que amamos y quienes solo nos han dicho hasta pronto.
Morir es encenderse bocabajo, hacia el humo y el hueso y la caliza, y hacerse tierra y tierra con trabajo.
 

 

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