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Categoría: Ciencia Ficción

Memorias

Todo se desvanecía a mi alrededor, ni la más mínima percepción de esto me dejaba escapar de la realidad en la cual me encontraba. Era todo gris como siempre lo había sido desde el día en que empezaron los inusuales sueños. En esa realidad deformada, distinta a todas, como eran todas entre sí a su vez, pude distinguir lo que siempre distinguía que me hacía despertar, muerto de miedo, era yo, pero un yo distinto al yo normal, era raro, como si ese yo diferente quisiese mostrarme algo pero nunca supe descifrar qué. 
- Levántate -de lejos acusaba una voz-.
Me levanté sobresaltado de mi catre, sí, en el instituto dormíamos en catres, y sentada sobre el pie de aquel encontré a Doria, ella es mi terapeuta personal. Me sorprendió sobremanera ya que la vi exaltada, casi como si tuviera miedo de algo. Tuvimos la charla matutina donde le conté sobre mi sueño y ella me dijo, como hacía todos los otros días, que por el medio que sea probara dejar ese sueño, que no tenía ningún sentido seguir intentando descifrarlo y era contraproducente con el tratamiento.
Me vestí y fui a merodear un rato, antes de la cena, por los pasillos, haber si algo lograba distraerme. Como era de esperarse, la sala central estaba llena de reos y locos, porque aquellos si estaban perturbados por dentro, no podrían cruzar la puerta si esta se encontrase abierta, pero yo no, era muy diferente a ellos. Yo estaba en el instituto porque, según me contó el director Braulio, al ver a mi mujer asesinada por una banda de asaltantes contraje un desequilibro mental, leve, pero no habría problema pues con su tratamiento estaría de vuelta en la calle en solo unos meses. 
Se hizo la tarde y me encontré aburrido y fastidioso al no poder salir afuera a causa de la fuerte tormenta que “atacaba” al instituto; vi caer varios árboles por mi ventana. No solo estaba aburrido sino también perturbado por el sueño que me hostigaba noche a noche. Contra esto no encontré solución, pero sí para el aburrimiento; decidí darle una oportunidad a Joan, el único paciente con quien uno podía llegar a hablar sin sentirse que lo hacía con alguien inferior, pues al igual que yo, y dentro de poco estaría afuera. Jugamos a las cartas toda la tarde; me sentía feliz, raramente aquel hombre podía hacerme recordar los tiempos fuera del instituto como nadie había hecho antes y alejar de mí esa sensación distinta, perturbadora que me afligía. Imprudente o no, decidí contarle, sabiendo que si Doria se enterase se molestaría mucho conmigo así que sería mejor aclarar antes un pacto de silencio con él. Le dije todo sobre mis sueños, pero fue para bien ya que extrañadamente me insistió en que investigase sobre estos y viese si podía descifrar algo.
- Soñar es una efímera sustancia que no podemos evitar, pero, como el amor, ésta desaparece al amanecer. Si vuelve a la noche siguiente y de igual forma, entonces preocúpate -recordé la frase de Joan-.
Y calló la noche y con ella mi impaciencia por primera vez de soñar. Ya no tenía miedo. Intentaría averiguar algo, estaba decidido a no volver con las manos vacías otra vez. Soñé, pero fue diferente, ahora este yo diferente pero a la vez parecido a mí hablaba y lo hacía rápido, tanto que no podía seguirle el ritmo. Al final, escribió una frase en el papel: “Es mentira, tú estas sano pero jamás volverás a salir en libertad.....TIVX, ¿Qué es lo que tomas?” Fue raro. Me sentí sobrecogido ante lo que acaba de ver. Para mi suerte fue el último día que soñé. Me levanté, pero esta vez le mentí a Doria, dije que no había soñado nada, a lo cual respondió con una mirada aliviada. Cuando se retiró fui inmediatamente con Joan, mi amigo, a contarle todo cuanto recordaba de la noche anterior. Me dijo que investigase, para él las letras podían llegar a ser un código relacionado con mi pasado; él me ayudaría a recordar lo que fue de mi vida antes del instituto para intentar traducir el significado de aquella frase. 
Nos juntábamos todos los días en la sala del pabellón b, jugábamos un rato a las cartas y terminábamos en su cuarto practicando lo que él llamaba hipnotismo, donde con un péndulo me dejaba inconsciente y así yo lograba recordar mi pasado. Por ejemplo, que yo era un respetado abogado, trabajaba en un alto estudio de mi ciudad, pero luego de la muerte de mi mujer entré de lleno en la investigación que se llevo a cabo para encontrar a sus homicidas. Los días pasaban en el instituto y según Doria, no mejoraba mi estado, todavía faltaban meses para poder salir de ahí. Me seguí juntando, ya era un hábito, con Joan a ver si descubríamos algo importante, pero nada trascendente pasó hasta el 17 de noviembre del aquel año, Joan me dijo que descubrió en la sesión que yo fuera del instituto había encontrado quién había sido el culpable del asesinato de mi mujer y que solo una semana después terminé acá adentro, ahora solo nos faltaba saber qué ocurrió durante esa semana para completar el pedazo de historia que me faltaba, ya nos habíamos olvidado de descifrar el sueño y nos impusimos saber primero cómo yo había terminado en el instituto. 
No abría pasado más de unos días cuando en medio de la noche se apareció Doria, asustada, en mi habitación. 
- Ábreme la puerta. ¡Ahora! -gritándome-
Abrí la puerta lo más pronto que pude. Nunca la había visto así. Me dijo que ella me quería, más que a un paciente, que quería que me curase lo más pronto posible, así iba a poder, dejar el instituto y volver a mi vida normal.
- Acaso crees que no se lo que haces, abrí los ojos, deja el tema de tu sueño, lo único que logras así es perjudicarte ti mismo.
Yo, contrariado, el único que sabía de todo esto era Joan, le negué lo que había escuchado. Joan jamás le contaría, el odiaba a las autoridades y me lo había prometido.
- ¿De qué hablas Doria?, yo ya ese tema lo he dejado hace tiempo.
Y lo que escuché a continuación evadió toda duda que tenía sobre mis sospechas.
- No intentes mentirme, te conozco hace ya un año y además fue Joan quien vino a comentármelo porque pensó que esto sería lo mejor y hizo bien -masculló con voz afligida-.
Defraudado, ese era mi sentimiento hacia el único amigo en que había sabido confiar en todo el tiempo. Cómo él, que era uno de los míos osaba a traicionarme frente a las autoridades, sabiendo que esto cuando menos me traería una entrevista con Braulio y una extensión de otros meses en el tratamiento, que a cada día se hacía más largo como si el día anterior nunca hubiese pasado.
- Me tendrías que haber hablado de esto en nuestras reuniones -espetó ella-. Así habría sido mejor, ahora deberé hacérselo saber a Braulio y que decida lo que crea conveniente.
- No, eso solo me traerá más problemas, y lo sabes, porque no -apelando a la lástima que creí vislumbrar en su mirada- me ayudas con éste sueño que atormenta mis días.
Para mi sorpresa aceptó, si una vez terminado el tema dejaba de frecuentarme con Joan y me dedicaba a pleno con el tratamiento. De mi parte no hubo problemas, le conté todo lo que había avanzado con Joan y la invite a que presencie las sesiones que con él tenía. 
- No hace falta -dijo-, ya se lo que quiere decir esa frase. Me voy. Lo siento mucho.
Me abrazó fuerte, ya había olvidado lo reconfortante que puede ser un abrazo, y luego me besó. Se fue sin más por la puerta donde había venido, no importaba ya, mañana hablaríamos del tema.
Estaba exhausto, fue mucho para una noche.
Pasaron días y nunca volvió a entrar por la puerta de mi habitación. Lo último que escuché de ella había sido que lo sentía mucho. ¿Qué sería lo que ella sabía sobre mi sueño y no quiso decirme?, otra vez me sentí solo como en mucho tiempo no me sentía. No solo dejo de ser mi terapeuta sino que ya no la vi más dentro de la institución. 
A la semana Braulio me citó para presentarme a mi nueva terapeuta, puras formalidades, evadiendo todo pregunta mía sobre el paradero de Doria; luego de la presentación quiso hablar a solas. 
- Ya no verás más a Joan, es por tu bien.
Fueron las mismas palabras que tiempo atrás había utilizado Doria. Sin más le hice caso, pues lo único que quería de una vez por todas era terminar con el tratamiento para poder salir de aquel instituto, claustrofóbico me parecía ahora. Me prometí a mí mismo no hablarme y preocuparme más sobre el sueño, sólo me llevaba a problemas; era mejor así. 
Pasaron días, semanas y me sentía mejor, ya no hablaba con Joan y me había olvidado de Doria y todo lo referente al sueño. Ahora tenía una junta semanal con Braulio, quien evaluaba mi tratamiento semanalmente. Esto quería decir que de seguramente en muy poco tiempo vería la luz, estaba ansioso por ver llegar ese momento. 
Todo se vino en picada. Una noche, al volver de una de mis reuniones, ya muy tarde, encontré sobre mi catre un pedazo de papel plegado sobre sí. Para sorpresa mía, estaba firmada por la misma Doria, la cual hacía casi un mes no veía, y decía: 
“Lo descubrí, no es un código, se trata de un libro, la pregunta era el título del libro y las letras, en principio desordenadas, caóticas, ahora les pude encontrar un orden, T.XIV; debe de sugerir el capítulo seguramente. Estoy convencida, se trata del libro personal de Braulio pero no se como podrás hacértelo. Ten mucho cuidado.
Con cariño, 
Doria.”

Todo se volvía confuso nuevamente, como los primeros días. Ahora, mi nueva terapeuta, al ser los momentos finales del tratamiento me dijo que debía tomar una medicación más fuerte. La medicación era en verdad fuerte, me sentía agotado después de cada sesión.
Y pasaron nuevamente días y no imaginaba como podía hacerme del libro que guardaba Braulio, allí se encontraba el saber que dejaría de una vez por todas librarme del sueño. Ahora me entraba una duda, sería verdad lo que había escrito esa persona parecida a mí en el sueño.
“Es mentira, tu estas sano pero jamás volverás a salir en libertad -esa frase resonaba ahora en mi cabeza-.”
Las semanas siguientes me sentía peor que de costumbre, mucho peor, podía pasar poco tiempo de pie durante el día para terminar siempre en la cama; dormía más de la mitad del día. Para mi fortuna, en una de las citas semanales con Braulio me encontré con que en su oficina no había nadie. Esperé alrededor de cinco minutos y nadie apareció, era mi oportunidad. Entré a su despacho, la puerta estaba abierta, y como si alguien me guiara encontré el libro sobre su escritorio; estaba abierto. Sin más lo agarré y arranqué las seis hojas que hacían a mi capítulo, T.XVI. No podía llevármelo todo, se daría cuenta pero sacando solo un par de hojas tardaría más, si es que lo hacía, además jamás tendría que saber que lo sustraje yo y no alguna otra enfermera que pasara por ahí.
Estaba en mi habitación, las hojas se encontraban encima de la mesita ratonera, pero tenía miedo a leer, que podría encontrar; tenía miedo. Primero decidí volver rápido al despacho y decirle a Braulio que me retrasé para la cita porque se había atascado la ducha.
Para mi sorpresa, todavía Braulio no había llegado a su despacho, donde estaría me preguntaba, ya hacia media hora que nuestra cita tendría que haber empezado. A su ausencia decidí volver a mi cuarto y leer las hojas de una vez por todos.
“Para que retrasarlo más, si a la larga iba a terminar leyéndolas igual -pensé-. Seguro no encontraré nada relevante.”
De vuelta en mi cuarto, me senté alrededor de la mesa y me dispuse a leer las hojas. No encontré nada especial, solo descripciones de medicamentos pero ninguno era el que a mi me daban. 
Pestañeé al ver lo que tenía frente a mis ojos, no podía creerlo.
“Dopzaquemina: Su función es tener bloqueado mentalmente al paciente para que pueda seguir inducidamente el tratamiento requerido. Tomar una vez cada dos días. Precaución, en altas dosis, puede traer dolores de cabeza, alucinamiento y finalmente el paciente podría llegar a quedar desequilibrado mentalmente con las respectivas consecuencias que ésto trae y no son necesidad de este texto explicar.”
“Yo tomo Dopzaquemina, está claro, me están drogando, quieren tenerme acá, ¿para siempre?, él hombre de mis sueños tenía razón -pensé alarmado-.
Dejé los papeles arriba de la mesa y fui corriendo a buscar a Joan, quien hacía ya casi un mes y medio no veía, seguro que a éstas horas todavía lo encontraría jugando cartas con alguno compañero en la sala. Pero no, allí no estaba, pero por suerte lo encontré en su habitación. Estaba durmiendo, no dude en despertarlo. Fue raro.
- ¿Quién eres? -me preguntó-. Vete sino quieres que comience a gritar.
- Vamos, ya se que estas enojado porque te abandoné durante este tiempo, pero tenía que hacerlo, era para bien de mi tratamiento, tenía que quedar bien con Braulio.
- Ya te dije que no se quien eres, te lo digo por última vez, vete, déjame dormir en paz -esta vez su tono era mayor-.
Hablaba enserio, no valía la pena que me quedase ahí, le estarían inyectando drogas como lo estuvieron haciendo conmigo, debe ser lo más seguro. Pero yo no iba a terminar como todos los locos que rondan los pasillos durante todo el día en el instituto, yo no, tenía pensado escaparme esa misma noche.
Volví a mi habitación para buscar algo de ropa y dejar el instituto en la noche, la cual era ideal, ninguna tormenta se avecinaba. Llegué al cuarto y no había nada, completamente vacío, ni siquiera las hojas. Tenía miedo, me invadía una sensación extraña que recorría mi cuerpo. Salí de mi habitación y desesperado corrí por los pasillos hacía la puerta central, afuera no había seguridad pensaba, solo unos metros me separaban de mi libertad. 
El recorrido se me hizo eterno, pero logré alcanzar al fin la puerta. Me lancé hacia ella con todas mis fuerzas pero estaba cerrada; rebote del golpe y choque con el piso. Me levanté afligido y atrás mío para mi sorpresa estaba Braulio empuñando un arma.
- Jamás te escaparás de mi cárcel -tenía un tono morboso al hablarme-.
Lo miré y sin más me arrojé hacia él. Tuve un momento de iluminación.
- Ya lo recuerdo todo, fuiste tu quien mando a matar a mi mujer, ella estaba preparando una denuncia para lograr cerrar este lugar y reubicar a los enfermos -entre golpes le dije-.
- Tardaste mucho en descifrarlo creo, y en el camino me hiciste que frenase a Doria y a Joan, es una lástima. Ahora estas sufriendo lo que ella quiso detener, no te parece esto una paradoja.
- Tú eres el único loco en este lugar -le respondí-.
No le dí tiempo de que realizase ninguna acción, lo golpeé fuertemente en la cara y le saqué el arma. Le apunté a su cuerpo. Cuando estuve a punto de dispararle sentí un fuerte golpe en mi espalda y me desvanecí.
Desperté, estaba en un lugar oscuro, un lugar donde nunca antes había estado. Estaba todavía dolorido por el golpe. Alguien entró, se prendió la luz. Eran Doria y Joan.
- Lo sentimos mucho -dijeron casi al unísono.
Al segundo, también llegó Braulio.
- Eres más peligroso de lo que pensábamos, estamos ahora en el pabellón de máxima seguridad -me dijo él-.
- Doria, Joan, de que habla, ustedes saben que me tienen aquí encerrado a causa de las drogas.
- Otra vez ha recaído -dijo Joan a Doria-.
- Mi nombre es Eugenia, soy tu terapeuta desde hace siete años, y él se llama Augusto, es un ayudante mío que se esta encargando especialmente de tu caso -me dijo aquella mujer extraña que yo llamaba Doria-.
- Pero yo si me llamo Braulio -añadió el director-. Es para mi una pena decirle que su tratamiento otra vez a fracasado y era la última oportunidad que le dábamos, se lo advertimos. Ahora, o acepta los asesinatos que cometió Durero o vamos a tener que realizarle la lobotomía.
- Pero ustedes se equivocan, mi nombre es Diego, y estoy acá hace menos de dos años -reproché-.
- Mejor salimos y usted le explica doctora -dijo Braulio-.
Se retiraron los dos de la habitación. Y así que damos solos, otra vez, doctora y paciente como siempre había sido pero esta vez las circunstancias eran distintas.
- Hace unos meses tuviste una nueva recaída, otra vez volviste a inventarte una doble personalidad para evadirte; ya lo has echo varias veces. En la noche, si Augusto no te paraba ibas a matar a Braulio, eso fue la gota que rebalzó la copa, lo siento. O aceptas ante todos tus crímenes y pasas a la cárcel a cumplir tu condena, que en tu estado serán no más de diez años y quedarás libre o sigues con tus evasiones, doble personalidad y vamos a tener que realizarte la lobotomía, donde no es seguro que vivas después de la operación -dijo con tal firmeza que me enmudeció-.
- Yo no soy ningún asesino, losé, Braulio me tiene drogado y seguro que con ustedes también hizo algo, él conspira contra mi por venganza por lo que mi mujer estuvo apunto de hacerle. ¿Por qué no me dice la verdad Doria? -dije confundido-.
- Veo que sigues todavía aferrado a tu pseudo personalidad, es una lástima. Tienes hasta la noche para decidir que quieres hacer, la operación es en la mañana. Si decidís decir la verdad yo estaré esperándote a la salida e intentaré que te quedes acá, con nosotros y termines la pena en el instituto, para eso tendríamos que declararte como inimputable y que se tomen las medidas de seguridad al respecto. Esto es lo mejor pero no puedo decidir por vos.
Pensé sus palabras unos minutos y finalmente lo decidí.
- Lo siento doctora, yo no soy ningún asesino y usted lo sabe. Prefiero morir inocente a vivir toda mi vida como un asesino con una realidad que no es la mía -dije firmemente-.
Me hizo un gesto con la mano y se dispuso a dejar la habitación.
- Estate listo, a las ocho es la operación -espetó súbitamente al salir-.
Ya pasaron varias horas; experimento una sensación de soledad y calma que no esperaba. Todavía deben quedarme unos minutos antes de que vengan a buscarme, espero que después de la operación, si salgo con vida, pueda encontrar este libro para recordar mi historia y no dejar que me impongan una falsa realidad. Espero encontrarlo cuando vuelva.
Están tocando la puerta, mi tiempo se acabó. 

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