Segunda parte
Pude ver que entraste por la ventana esta mañana. Me dije, ¡de nuevo perdió las llaves! Pero te vi así, añeja, te faltaba una media. El hombro descubierto, el cabello desordenado: no habías pasado la noche en casa. Miré entonces la cama y me sorprendió ver otro cuerpo a mi lado. Cerré los ojos y maldije en voz baja. Los abrí de nuevo.
Pensé que estaba loco, "otra vez las estúpidas pastillas". Tuve una leve esperanza de que ese cuerpo fuera parte de mi desgraciada imaginación. Quería pensar que eras tú la de la ventana y que la mujer en mi cama era el erótico despertar de un solitario.
Pero no. Pasé mi mano por ese cuerpo y sentí la rugosidad de una piel batallada. Escuché entonces tu voz desde la ventana.
- Querido, ¡hay que comprar leche! Por Dios... lo había olvidado por completo.
Supe que el tratamiento me estaba volviendo más loco de lo que estaba. Una mujerzuela era mi esposa y en mi mente, de nuevo esa dama ardiente que no cesaba de apoderarse de mis sábanas. ¡Pero recordé entonces que no estaba haciendo ningún tratamiento! Y de nuevo la voz desde la ventana, pero ahora más cerca, diciendo, amor, la basura sigue en la cocina.
Dios! Definitivamente estaba loco.
Sin embargo le respondí. – No querida, la basura sigue en la cama. Así me di cuenta de quién realmente tenía que estar a mi lado. Me puse de pie y sin mirar lo que dejaba, me acerqué hacia la ventana, la abrí, te vi allí abajo, esperándome con los brazos abiertos, y me lancé en pos de tu recuerdo.
Tercera parte
Me levanté de la cama después de una noche lujuriosa. Creí sentir su mano en mi espalda, pero miré su lugar y estaba vacío. Las cortinas de la ventana abierta ondulaban por el viento. El frío estremeció mis ideas. No quise asomarme a la ventana para cerrarla. Tuve pánico. Fui al baño, vi mi seno morado reflejado en el espejo. Pensé que nuestra noche anterior había sido algo violenta. Y sin censurar mis pensamientos, deseé su muerte. Ya estaba harta de tener que soportar sus golpes a cambio de sexo.
Entonces, por fin me decidí corroborarlo. A paso lento me acerqué a la ventana. Estaba ahí, estúpido patán. Sus piernas en desorden Su cabeza mojada. Lo venció la locura y un charco de sangre enlutó mi alegría. Casi con una sonrisa, me acerqué al armario y te abrí la puerta. Estabas sin ropa, con los ojos cerrados, casi como un ángel. Te desperté. Me miraste con sorpresa. Yo te asentí con la cabeza. Sonreíste. Todo terminó, te dije, y de la mano te guié hasta la cama. Nos acostamos y entre besos, fuimos quitando esa ventana de la pared.
Primera parte
Llegué hasta la puerta y cuando busqué la llave en el bolsillo no la encontré. Miré por el orificio y observé luz. Acerqué la oreja a la madera y escuché tu gemido. !Maldito! pensé. Yo que venía así, sin ganas de hablar de pensar, tuve que tragarme mi cansancio y contener el odio repentino. Sabía que estaba contigo, dentro y fuera de ti. Bajé a la calle y di la vuelta. Me trepé por la enrejada y subí hasta el segundo piso. Me asomé por la ventana. Descubrí su cuerpo abusando de ti. Su rostro exacerbado por la excitación. Me dio asco. Pero me contuve. Y aguardé a que sus últimas energías se consumieran. Cuando ya los jadeos quedaron olvidados, abrí la ventana y entré en silencio. Me acerqué a la cama lo suficiente como para ver los dos cuerpos agotados y dormidos. No sentí angustia, ni amargura ni desprecio. Ni siquiera ese nudo en el estomago. Simplemente te vi y supe que te deseaba demasiado, a pesar de tus elecciones. Di media vuelta y retrocedí unos pasos. Me detuve frente al armario. Abrí la puerta, me quité la ropa y me escondí adentro. La cerré y aguardé que vinieras a buscarme.