Mi madre siempre me pidió que jamás mintiera, y nunca pude hacerle caso. Mi vida toda era una de esas cosas y, la verdad, no me sentía tan mal. Todo lo que conseguí en mi vida es producto a mentiras y mentiras. Creo que mamá se equivocó en todo menos en una sola cosa: que jamás iba a ser feliz. Eso es verdad. Por ello la paso sin dormir, tan solo veo películas y leo libros sin parar apenas salgo del trabajo y estoy un rato con mis hijos pues hace años que me he divorciado. Y en verdad me aburre todo, hasta mi propia sangre... ¿Seré un marciano? Puede que si, pues no recuerdo cómo diablos llegué hasta la casa de mis padres, y, ¿serán ellos mis padres? parece que todo es mentira, hasta tu, hasta yo... ¿por qué? Quizá porque no somos felices así como mamá me decía. Creo que debo de buscar la verdad, pero… ¿en dónde? ¿En una mujer...? ¡¡¡No!!! ¿En hombres? ¡¡¡No me gustan los hombres!!! Entonces... ¿en una vida aburrida en el campo? ¿Escribiendo poemas? ¿Orando a Dios? No, en verdad, no creo que sea por allí. Por lo tanto creo que debo de buscar una ayuda en un mundo en donde sus raíces son la mentira, y el producto de un mundo tan complicado que tan solo los niños de dos años pueden ser felices sin mentir. En mi caso, creo que continuaré en mi camino de letras, es decir, continuaré mintiendo en un mundo lleno de mentiras... Y si me sale un bello poema, puede que esté rozando la tangente de la felicidad, la paz, y esas cosas ridículamente hermosas, simples, pero eternamente verdaderas...


Lince, febrero del 2006