De ninguna parte viene, para ningún lugar va, sus huellas las describen con férreo espanto, inmensos cuervos rapaces de cuyos picos emanan la codicia envuelta en brillo tan hermoso, tal cual dorado resplandor perfecto.
Su nombre es un enigma, por lidio con las mujeres en la cúpula rebosante de sangre, torero le podrían llamar, más allá de 300 cruces sembradas y otras miles de lágrimas de sangre derramadas solo mercenario es digno para él nombrarse.
Sobre sus 10 palmos de estatura, un lienzo ennegrecido recae sobre sus pesados hombros, sus manos hedientas de barro y algunas monedas cargan la pesada katana gastada hasta oxidarse por haber lamido tanto aceite humano, mientras recuerda como esta, al rozar con el viento cargado de olor a miedo humano se enciende su fiero filo al compás de un fugaz desenvaine.
Ya el placer para él solo la muerte lo es, sobre sus 40 años y ya encanecidos cabellos el arrepentimiento una estupidez le ha de parecer; ya pocas lágrimas hay que derramar de sus ojos rojos que el mismo infierno vieron reflejar.
Ya su carne se desgarra, los huesos crujen, las tripas estallan y como sangre brotan por su boca, mientras su piel palidece, acorde a la nieve brilla. Su hedor a muerte asciende, ya los demonios en su cabeza bailan, su espada cae, su pie tropieza, ya su enorme cuerpo en el piso deja caer y en tal humillante y podrido lecho el gran mercenario en su muerte, de cena a lobos, cuervos y chacales habrá de servir, mientras estos en su dulce y suculenta orgía solo pueden reír