Recuerdo que cuando era pequeña, mi tía solía decir: “Me encanta los truenos, pareciera que se fuera a acabar el mundo”. Cuando llovía pasaba un largo rato asomada a la ventana y sus ojos tristes contemplaban un horizonte cubierto de neblina. Cuando sonaban los truenos, yo, llena de terror, corría a refugiarme a sus brazos, ella sonreía y acariciaba mi pelo.
Algunas de las veces cuando llovía, se entristecía de tal modo, que rompía a llorar y después pasaba días sin hablar. Verla así me ponía triste y le preguntaba a mi madre el por qué de sus situación y ella respondía:
-Cosas de ella, déjala tranquila.
Por ser una niña, nunca nadie me decía algo sobre el estado de mi tía, de sus prolongadas ausencias. Yo me daba cuenta de muchas cosas, pero nadie me explicaba nada al respecto y mis preguntas siempre quedaban en el aire.
Para que se le pasara la depresión, yo le pedía que jugara conmigo o que me acompañara al río. Al principio se negaba, sin responderme, sentada, ni siquiera me miraba; pero tanta era mi insistencia, que la tomaba de las manos y la halaba, tratando de pararla, hasta que lo lograba. Ella cuidaba de mí cuando íbamos al río. Recogíamos flores y piedritas de colores (que luego yo le lanzaba a los pájaros, ganadome un regaño de mi tía). Poco a poco se alegraba y se le iba la sombra de la mirada y sus ojos se ponían brillositos…
Las veces que ella volvía de esos “viajes”, llegaba más rara de lo que se iba, y yo siempre le mostraba un montón de dibujos que había hecho acerca de las cosas que pasaban en la casa durante su ausencia, para ponerla al tanto de los acontecimientos. La última vez, regresó más demacrada y con el rostro sombrío. Como siempre, le enseñé los dibujos, también le mostré un retrato de ella hecho por mí.
-Toma tía, igualita a ti- le dije cuando se lo entregué. Lo miró un largo rato, me lo devolvió diciéndome:
-Pero si he salido muy triste…
Y tomándome muy fuerte del brazo y apretando la dentadura dijo:
-¿Así me ves?
La miré a los ojos y no me vi reflejada en ellos, solo pude notar un vacío en su mirada que me atemorizó. Inmediatamente mis lágrimas hicieron acto de presencia y ella me soltó. Salí corriendo al cuarto y me escondí debajo de la cama. Después de un rato mi madre preocupada, preguntaba y buscaba por mí, yo le oía gritar mi nombre, pero no hice caso. Una y otra vez recordaba esa mirada, cruel y perdida. Me quedé dormida. Cuando desperté, ya era de noche y tenía hambre. Me dirigí a la cocina y allí estaba mi madre, llorando y siendo consolada por mi tía y mi abuela. Mi medre me abrazó y me preguntó dónde había estado, que mi padre había salido a buscarme, creyendo que me había perdido en el bosque; no me atreví a decir el verdadero motivo por el que me había escondido debajo de la cama, sólo me limité a decir que estaba jugando y me había quedado dormida.
Cada vez que llovía, mi tía se pegaba de la ventana y lloraba, lloraba desconsoladamente. Una escuché a mamá y a la abuela hablar sobre un tratamiento.
-¿De qué hablan?- pregunté curiosa.
-Nada niña- dijo la abuela- ve a la cocina a que está tu avena servida. Y después de quejarme porque no me gustaba la avena, me obligaron a ir a la cocina y siguieron hablando en susurros para que yo no escuchara.
Yo dejé de acercarme a mi tía. Llegué a la conclusión de que la lluvia le dolía y mi curiosidad fue otra… ¿Por qué?
Una noche escuché a mis padres discutiendo sobre ella. Papá decía que debían enviarla y mamá decía que no, que siempre llegaba peor, entonces él decía que estaba mal sacarla, que tenían que internarla. Sabiendo que mi padre podría castigarme por eso, entré a la habitación preguntando:
-¿A dónde van a llevar a la tía?
-¡Y bueno!- dijo papá muy bravo- ¿Ahora tienes la costumbre de escuchar tras las puertas?
-¿A dónde van a llevar a la tía?- repetí.
-¡Sal de aquí!- gritó él.
-Ve a dormir- dijo mi madre, tratando de calmarnos.
-¡No!- grité desafiante- ¿A dónde llevaran a la tía?
-¡Esa niña está muy altanera! dijo papá mientras salía del cuarto y luego dijo,-¡No la estás criando bien María Luisa!
-Mamita, dime que tiene la tía- supliqué
-No está muy bien, eso es todo- dijo para salir del paso.
-¿Por qué? ¿Es la lluvia, verdad? ¿Es por la lluvia?
¡Ay niña! Deja de hacer tantas preguntas y ve a dormir- dijo mamá sacándome del cuarto. Pero con toda curiosidad y preocupación que sentía, no tenía ganas algunas de dormir. Fui a la sala y la tía no estaba en la ventana, aún llovía. La puerta estaba abierta y cuando iba a cerrarla, vi que mi tía tenía una pala y estaba cavando en el patio bajo el aguacero. Llamé a mi padre y éste salió y la cargó para meterla a la casa, ella histérica gritaba que la soltaran. Mi madre lloraba.
Con el paso del tiempo, ella empeoraba. Un día estaba encaramada en un árbol y sólo vestía ropa interior, para bajarla costó mucho, otro día mientras cenábamos, se subió a la mesa y empezó a saltar y a patear los platos mientras gritaba y reía desquiciadamente, también nos invitaba a hacer lo mismo, debo decir que me pareció gracioso. Mi padre ya no la soportaba.
Una mañana, tratando de saltar un alambrado, mi brazo se encajó en una de la púas, cortándome una muñeca. Llegué a casa llorando, no tanto por el dolor, sino por el vestido manchado de sangre. Una vez curada mi tía se acercó a mí y me dijo susurrando:
-La próxima vez, asegúrate que sea mas profundo… y en las dos.
En ese momento no entendí lo que quiso decirme.
Cuando llegó el invierno la situación agudizó. Papá amenazaba a mamá con enviar a la tía. Ellos peleaban mucho. Mamá no sabía qué hacer, hasta mandó a llamar al cura, a ver si eso servía de algo.
Un día, de repente, tía se tranquilizó. Mi madre y mi abuela estaban contentas. Parecía normal, parecía ser la de antes, casi no lloraba, sonreía más, jugaba conmigo. En una ocasión, cuando íbamos al río ella sugirió que jugáramos a la escondidas y yo llena de emoción (ya saben como son los niños, se emocionan por cualquier cosa.) acepté. La busqué por todo el bosque y no la encontré. Pensando que se había escondido en la casa, me fui hasta allá. Llegué, todos en la casa estaban alborotados, recuerdo que mamá lloraba. Tal era la conmoción, que todos me ignoraron. Cuando iba a buscarla a su habitación, papá se dio cuenta y corrió rápidamente a cerrar la puerta, pero antes, alcancé a ver un par de piernas colgando, balanceándose…