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~Un día desperté en medio de un desierto. No, no era un desierto sino el centro de una ciudad perdida en el medio de nada. No, era París, pero en una época muy lejana. Un hombre vestido de forma extravagante se me acercó. Si no fuese una ávida lectora de historias, no sé qué habría hecho; por suerte, supe enseguida de quién se trataba: una enorme nariz dibujaba una sombra postiza en su cara y de sus ojos se distinguía una mirada estrecha, fugaz, como si quisiera estar en todos lados a la vez, pero no acampar en ninguno.
‘¿Por qué vistes de forma tan ridícula’, me preguntó, ‘esas ropas no se usarán hasta dentro de varios siglos’. ‘¡No me lo vas a creer!, pero vengo desde dentro de esos varios siglos’. Como lo había intuido, Cyrano no se alarmó. Se acercó con esa pluma horrible cayéndole del sombrero y me observó detenidamente; creo que incluso intentó saber a qué olían mis ropas. Estuve durante todo el día disfrutando de su valiente compañía, incluso Cyrano tuvo que salvarme en varias ocasiones de algunos dementes que querían llevarme a la hoguera, sólo por ser mujer y llevar uno pantalones y una blusa un poco abierta.
Cuando llegó la noche, Cyrano me dijo que tenía que volver a mi tiempo. El problema es que así como no sabía cómo había llegado hasta ahí tampoco tenía idea de cómo regresar. Por suerte, este hombre además de inteligente era amable y me ofreció un hueco en una casa sucia y oscura. Todavía no había luz eléctrica así que nada de tele ni diversión; después de la cena, a dormir y taparse con unas mantas bien pesadas.
Pasó el tiempo. De a poco me fui haciendo a la idea de que viviría para siempre en el siglo XVII. Había aprendido a peinarme y vestirme como cualquier dama de la época. Y cuando ya me había deshecho de mis viejos pantalones y estaba tomándole el gustito a mi nueva vida, Cyrano me presentó un nuevo invento en el que había estado trabajando durante meses: una máquina del tiempo con la capacidad de autodestruirse al pisar otro siglo; el único inconveniente era que si los cálculos se hacían mal corrías el riesgo de aparecer en otro tiempo y ya no poder regresar. Pese a ello, me arriesgué. Y es gracias a eso y al trabajo incansable de este maravilloso hombre que hoy puedo narrarles esta historia.
Algunas noches extraño tanto aquella época que tengo que encerrarme a oscuras en mi casa, ponerme el viejo vestido y pasearme descalza. Pero lo mejor son los días en los que Cyrano viene a mi casa para conversar conmigo: es como si nuestros siglos o nuestros corazones estuvieran emparentados de algún modo.
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