En estos momentos me siento bien desesperada. Me acuesto cada noche con la esperanza fallida de que te encontraré en algún rincón fantasioso. Que te robaré un beso, que te haré mío nuevamente hasta que el sol descubra el instante mágico en que rocé tu piel como si fuera la primera vez. Me convenzo de que esto no pasará de ser palabras, pero por dentro me muero de ganas de que se convierta en realidad. Me siento ingenua, me siento culpable, me siento incapaz de ser merecedora de tan tonta y descabellada fantasía. Pero es un mal necesario. Más ahora que ya tengo la satisfacción de que lo logré. Aún si cuando me estuve acostumbrando a la idea de sentir el olor de tu cuerpo en las mañanas se desvaneció antes de poder memorizármelo. Es un dolor que añora inconfundiblemente mi alma para reconocer nuevamente que estoy viva y que nunca ha latido mi corazón con mayor esmero que en esos breves momentos en que te tengo cerca. De seguro me imagino que la vida tiene otro sentido, y que es una locura temporera pensar que mi destino fue amarte. Pensar que el mero hecho de colocar mis manos sobre mi pecho y decir humildemente que deseo que mi amor llegue a tu alma desde el remoto lugar donde me encuentro, es una ingenua locura. Son sólo palabras, me digo a mi misma en descontento. Son sólo el invento de mi vana búsqueda por el sublime instante de una felicidad existencial. Son conclusiones que yo misma no entiendo, son razonamientos viejos, que mucha gente que existió antes que yo pudo hasta pensar. Pero nada es suficiente, nada me complace. Sólo la añoranza de que pueda mirarte a los ojos y soñar. Soñar que nada se interpone, que nada nos detiene, y que sólo basta la luz tenue que nace en la mirada de dos que se aman. No creo poder alcanzar el número de palabras adecuado para describir lo que siento. Es un dolor placentero, es una rabia que consuela, es una culpa que me libera. Es reconocer vencida que soy presa de un desliz que quizás pude evitar desde muy jovencita pero que me obsesioné con tenerte, me atreví a seducirte y desde entonces no conozco otra forma de ser feliz. Eres tú, y siempre serás tú. Lo escribo y no puedo creer que lo esté haciendo, exponiendo al vacío un sinnúmero de secretos que jamás pensé que admitiría. Quizás me sirva de terapia todo esto y te agradezco que lo leas sin deseos de definir lo que escribo. Porque ni yo misma le hallo coherencia. Debe ser una anormalidad dedicarte una página o dos cada vez que me dispongo a limpiar mi mente de tantas ideas locas. Quiero volver a verte, quiero volver a dejar todo suspendido en lo incierto. Entrar en una habitación anónima para entregarte todo lo que tengo, todas estas sensaciones mudas que no puedo manifestar en nadie más. Quiero contemplarte por horas, quiero escuchar tu voz acostada sobre tu regazo, sintiendo la vibración que tu alma emana desde muy adentro. No sé ni porque esto me parece tan importante, si al final todo se lo lleva el tiempo. Pero de alguna forma eso constituye una parte muy elemental de tu perfección. La manera en que aún con tus insolencias más crueles me pareces intocable. Es allí que reconozco que debe ser una dimensión desconocida del amor. Que no hallaré forma de justificarte. Siempre serás tú. Todo será acerca de ti, lo que yo pueda hacer para ti, lo que el mundo tiene para ofrecerte. No sé, no creo que encuentre suficiente palabras o si alguna de ellas logre convencerte de todo esto. Ni yo misma estoy segura si esto es real. Sólo sé que lo deseo con ansias, que no puedo dejar de pensar ni un instante en todas las maneras en que podría llegar hasta donde ti y cambiar para siempre el resto de nuestros días. Te pido nuevamente que consideres mi invitación de vernos. No me importa si cada vez que nos veamos se sienta como la ultima vez. Al menos me conformo con vivir el momento; con llevar prendida del recuerdo la vivencia que más añoro y para recordarme siempre, que el camino del amor es largo.