Un día como cualquier otro, salí de mi casa y me adentré en el bosque... ¿Dónde estaba el bosque por el que paseé ayer? Ya no existía; los hombres lo habían talado. Me fui a la playa a tomar un baño en las aguas cristalinas del mar... ¿Dónde estaban las aguas cristalinas en que me bañé ayer? Tampoco existían ya, ahora eran negras y malolientes. Quise tumbarme a tomar el sol... ¿Dónde estaba el sol que iluminaba el mundo ayer? La contaminación lo había cubierto.
Empecé a pensar en todo esto, pero dentro de mi cabeza retumbaba insistentemente una palabra: “humanos, humanos, humanos...” ¿Qué le hemos hecho a nuestro mundo? Lo hemos destruido por completo con nuestras fábricas, con nuestros barcos, con nuestros aviones, con nuestros coches y con todos nuestros avances... ¿Avances? No sabría qué decir sobre esto.
Los bosques han desaparecido, los mares se han transformado en vertederos y el sol se ha apagado y el hombre solo se plantea qué será lo próximo que invente, y aunque sabemos que nos estamos perjudicando, realmente todo el mundo sueña con coches más rápidos, casas más bonitas y más espectaculares, viajes en barco y en avión o viajes en coche, electrodomésticos que cocinen, planchen, frieguen, barran y laven ellos solos, muebles hechos con maderas tropicales de no se sabe que extraña y escasa especie, abrigos hechos con piel de animales de los que talvez queden doscientos ejemplares en todo el mundo... el ser humano quiere ser dueño y señor de todas las criaturas que existen en la tierra y en los mares, pero ¿de quién será dueño y señor cuando haga desaparecer a todas estas criaturas?
Me siento en la sucia arena de la playa y me quedo dormida; mis pensamientos se van volando hacia el cielo y empiezo a imaginar cosas. Sueño que he encogido hasta tener un tamaño suficientemente pequeño como para meterme dentro de una de las burbujas que hay en las olas del Pacífico y viajar dentro de ella. En un momento la burbuja sube a la superficie y puedo ver la playa de la isla de Bora-Bora que se va acercando desde el horizonte y al momento siguiente se hunde y puedo observar la enorme cantidad de pececillos de colores llamativos y formas caprichosas que en las cristalinas aguas de la costa nadan entre los corales sin reparar en mi presencia. El murmullo de las olas me envuelve y cierro los ojos para concentrarme en absorber cada una de las vibraciones de este bello sonido. Después de unos minutos, la ola en que voy yo con mi burbuja rompe contra la orilla y mi burbuja, una vez que llega a la arena, explota y me quedo en medio de esta gigantesca playa.
De repente, la arena que hay bajo mis pies se abre y caigo por un agujero.
Voy a parar a un bosque, concretamente a un nido construido en el suelo con hierbas y raicillas entrelazadas con hierbas más finas y pelos de algún animal. Es el nido de un gorrión.
A mi alrededor hay siete huevos blanquecinos con un moteado rojizo. Salgo del nido y me encuentro con una hormiga. Subo sobre ella y me lleva hasta una planta muy frondosa entre las hojas de la cual me dispongo a pasar la noche para estar a salvo.
En el camino hacia la planta he podido observar que este bosque carece de contaminación y basuras, y que los animales viven aquí en paz y armonía con la naturaleza.
Me meto entre las hojas de la planta y me quedo dormida.
A la mañana siguiente, al despertarme, me encuentro sobre una nube blanca, suave y esponjosa. Asomo la cabeza por uno de los lados de la nube y desde el cielo me veo en la playa durmiendo. De repente empieza a chispear. Mi nube de sueño desaparece y me despierto en medio de una playa de aguas negras, con la arena sucia y con el sol cubierto por la contaminación.