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Mi vieja cola

Mis ojos están agotados. Debe de ser por esas pastillas para el dolor de cabeza que lo hacen a uno sentirse como un personaje onírico. Mis manos están llenas de heridas producto de cientos de golpes que hice a la pared mientras dibujaba mi cara que no puedo reconocerla ni recordarla cuando me miro al espejo. cada es vez mas y mas viejo, sin cabellos, ciego. en fin, se acerca el final o el inicio de un viaje que debo retomar poco antes de llorar por la primera vez en este planeta. Mis padres dicen que era un ser feo, lleno de vellosidades, incluso, murmuraban que tuve una coleta pegada al espinazo, allí donde termina mi culo. Un monstruo bebé con el apellido de mis padres. Me aislaron sin darme cuenta y cuando me la di, fue necesario llorar, en mi caso aullar. Vi el sol cuando cumplí los nueve años. Escapé de casa a los catorce luego de sacarle los ojos a quien se me atravesaba. Nunca me encontraron pues encontré una morada donde el excremento florece por los sombríos y secos campos de los bosques muertos. Seres extraños me recibieron. Uno de ellos no llevaba brazos, pero sí piernas. Los demás eran algo así como yo pero más jóvenes. Viví en ese lugar por años hasta que una tarde vi cómo una multitud de gente cargados de antorchas en sus manos y llenas de armas de todo tipo, empezaron a matarnos uno por uno. Escapé como siempre y me escondí por los mares de la ciudad. Nadie me veía, tan solo las gaviotas y uno que otro vecino del mar, pero, qué se podrían imaginar al ver un bulto negro, como un perro, paseando por las orillas, jugando con las olas y las gaviotas… Mi casi era especial. Hablaba y cantaba con el mar y la luna y el cielo y las estrellas. Me escuchaban atentamente hasta que llegaba el día y estos traían a gente nueva y bella. Aprendí a ser como ellos. Los observaba con suma atención mientras seguía imaginando si no soñaba. Conseguí, es decir, robé ropa y empecé a caminar como ellos. Entré en la ciudad y conocí a mujeres extrañas. Todas del mal vivir. Nunca tuve hijos, no, eso jamás. Miraba mi colaza de canguro y me asustaba. Miraba mi imagen y no era tan terrible. Viajé de un lugar a otro hasta llegar a un pueblo en donde me acostumbré a vivir. Ellos gustaban cantar por las tardes. Eso me conmovía. Canté y eso para ellos era como si un perro aullara. Les gustaba porque era intenso, salvaje, puro y natural. Busqué una cabaña y lentamente y con todo el tiempo que me da la vida, empecé a comerme a cada uno de los vecinos que se cruzaban por mi vida. Pasaron los años y casi no quedó nadie, excepto los perros y gatos y ratas. Seres humanos. Sólo seres humanos cantando dentro de mí. Me atraparon y me llevaron a un sanatorio. Cortaron mi cola. Algo extraño me pasó cuando terminaron. Era como su me hubiesen quitado lo mas natural de mi vida. Quedé enjaulado una vez mas y el tiempo pasó. Pastillas y mas pastillas y veo como mis dedos están agotados de tanto pintar en las paredes. Pienso en lo que son las personas y siento que son mas terribles que el peor de mis pensamientos. Me ha quitado las uñas, los dedos, las manos. Muñones es lo que tengo. Tengo un espejo en una jaula y siento que esa imagen no existe ni existirá. Sigo esperando mi viaje, mi retorno, mi destino, mi lecho del sueño…

San isidro, enero 2009
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 20602
  • Fecha: 04-01-2009
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.64
  • Votos: 101
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3601
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