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Midas, hijo de Gordio y Cibeles, era el rey de Frigia. En todos los mitos en los que aparece, nunca se le representa como una persona demasiado inteligente.
Tras la muerte de Orfeo, Dioniso dejó Tracia. Su viejo guardián Sileno, bebido como siempre, «ebrio de vino y años» (Ovidio) se perdió por el camino y fue recogido por los agricultores frigios, que le llevaron ante Midas. El rey, que ya había sido iniciado en el culto que se le rendía a Dioniso, reconoció de inmediato al anciano y organizó un banquete con diez platos en su honor. Después le llevó hasta el dios de nuevo y éste, encantado de tener de nuevo a su viejo maestro a su lado, quiso agradecer el gesto de Midas y le concedió tres deseos. Midas deseó que todo lo que tocase se convirtiese en oro. El deseo se cumplió y, aunque al principio estaba encantado con la novedad, muy pronto se vio rodeado de lujo y brillo y hasta lo que intentaba comer se endurecía al convertirse en metal. Incluso el vino, un don de Dioniso, se convertía en oro líquido al tocar sus labios.
Al darse cuenta de que así estaba condenado a morir de hambre y sed, Midas le rogó al dios que le liberase de sus «manos de oro». Así lo hizo Dioniso, que le ordenó lavarse las manos en el río Pactólo, donde siempre se ha encontrado oro desde entonces.
Midas ya no necesitaba riquezas ilimitadas, pero eso no hizo que adquiriese un poco de cordura. A menudo pasaba los días al aire libre, convirtiéndose en un devoto seguidor de Pan, dios de la naturaleza que había conseguido tal virtuosismo con la flauta que llegó un momento en que se atrevió a retar a un concurso nada menos que a Apolo, para demostrar quién era mejor, tal y como ya había ocurrido con el infortunado sátiro Marsias (ver Marsias). Tmolus, el dios de la montaña, sería el juez de la competición. Midas estuvo presente en el concurso y se mostró incondicionalmente entusiasmado ante la actuación de Pan. Pero a continuación Apolo interpretó una pieza magistral que convenció a Tmolus para darle el premio. Todos estuvieron de acuerdo con la decisión menos Midas, que incluso llegó a protestar. Apolo se puso tan furioso ante tanta estupidez y desconocimiento sobre el talento musical, que convirtió sus orejas en las de un burro.
Midas, cuyo carácter no era divino sino muy humano, estaba, por otro lado, avergonzado de esta circunstancia y decidió desde entonces cubrirse la cabeza con el tocado tradicional en Frigia. Sólo su barbero conocía su deformidad y estaba obligado a guardar el secreto, pero el peso de la promesa era tal que no pudo resistirlo e hizo un agujero en la tierra en el que susurró que Midas tenía orejas de burro. Después de quitarse ese peso de encima, tapó el agujero y regresó a casa. En el punto en el que había susurrado brotaron unos juncos que proclamaban sus palabras cada vez que soplaba el viento y así todo el mundo pudo saber que el rey tenía orejas de burro.
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