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Milagro en la tala

RACM

Manuel había salido para el pueblo a hacer las diligencias de costumbre. Pedrito lo había acompañado, pues su padre había prometido comprarle una gorra de pelotero.
Camila, en estado de embarazo avanzado, desgranaba gandules sentada en la entrada de la casa. Asi se entretenía todos los días. Era una terapia en lo que llegaba el día de parir. Estaba así distraída, cuando soltando los gandules que tenía en las manos, salió corriendo en dirección de la tala. Había divisado una bandada de changas en la tala.
Se bajó para coger una piedra y sintió un fuerte dolor. Se llevó las manos al vientre e hizo una mueca de dolor. Descansó varios segundos y volvió a emprender carrera hacia la tala. Ya dentro de la tala volvió a sentir los dolores, pero siguió espantando las changas. Tropezó con uno de los surcos y cayó en tierra. Los dolores aumentaron. Cerró los ojos y los mantuvo así por un largo rato. Comenzó a sudar copiosamente. Sintió nuevamente una punzada en el vientre y le dio miedo.
Se quedó quieta. Parecía que estuviera muerta. Cuando abrió los ojos vio a varias changas revoloteando a su derredor. Sintió cuando una changa se posó en su vientre. Levantó la mano a duras fuerzas para espantarla. Al terminar el movimiento, volvió a caer en estado soñoliento, sacando fuerzas de aquel cuerpo casi sin vida, dio un grito para pedir ayuda.
La voz apenas le salió. Volvió a gritar. Más allá de la montaña, casi imperceptible, se escuchó un eco. Un tercer grito, esta vez casi apagado, no salió más allá de la tala.
Los dolores se agudizaron. Trató de levantarse, pero no lo logró. Reclinó la cabeza en un promontorio de tierra. Se llevó las manos al vientre. Apretó
suavemente y soltó un leve quejido.
Sendas lágrimas rodaron por sus mejillas. Un hondo suspiro se escapó de su pecho antes de inclinar la cabeza hacia su lado derecho. Estuvo así un largo rato. Sintió unos pasos lejanos. Levantó la cabeza y miró a lo lejos. Le pareció ver una figura acercándose. Tenía una larga barba como su esposo.
Fue todo lo que pudo percibir antes de caer nuevamente en estado soñoliento. Sintió unas manos que la tocaba y ya no supo más.
Una suave brisa se coló por la ventana de la humilde casita donde Camila dormía plácidamente junto al recién nacido. No se dio cuenta cuando Manuel abrió la puerta del cuarto. Grande fue la sorpresa de éste al ver a su mujer junto al niño. Se quedó observando aquellos dos seres humanos, madre e hijo por un largo rato. Iba a salir del cuarto para no molestar el sueño de aquéllos, cuando sintió la voz de la mujer que le llamaba.
-¿Manuel, verdad que es precioso?
- Sí mujer, que lo es.
- Si no hubieras llegado a tiempo, se hubiera malogrado.
- ¿Qué estás diciendo mujer?
- ¡Qué fuiste tú quien hizo el parto!
Manuel miró a su mujer con una mirada incrédula. Por su mente pasaron muchas dudas.
¿Estará delirando? ¿Está perdiendo la memoria?
La mujer volvió a decirle.
- «Sí Manuel, fuiste tú quien me ayudó cuando quedé inconsciente en la tala». - ¡Pero mujer! !Si yo acabo de llegar del pueblo! ¡Yo no podría estar en la tala y en el pueblo a la misma vez!
- ¡Pero yo te vi llegar! Eras tú. Tu rostro, tu barba. Yo sentí tus manos cuando sacabas el niño y como me apoyé en tu brazo cuando me trajiste a la casa. Y el beso que me diste en la frente. Mis manos estaban llenas de tierra. Dejé las huellas en tu camisa.
Manuel miró su camisa y notó que tenía las huellas de una mano. Manuel quedó desconcertado. Solamente balbuceó.
- ¡Pero… yo no estuve alli!
- Manuel, eres un buen hombre.
Camila pidió a Manuel que le ayudara a levantarse. Con paso lento y ayudada por Manuel, la mujer se asomó a la ventana. Miró hacia la tala y vio a un
hombre dentro de la tala, parado en el mismo lugar donde ella había tenido su hijo. Dejó escapar un grito y dijo:
- ¡Manuel, hay un hombre en la tala!
Manuel se acercó a la ventana y vio un hombre alto, con el pelo largo que caía sobre sus hombros. El hombre que estaba de espaldas, volteó su cuerpo y miró con ojos profundos hacia la humilde choza.
-Manuel, ese es el hombre que me ayudó en el parto- exclamó Camila. Tomando al recién nacido en sus brazos y seguido por Manuel y Pedrito, Camila se dirigió a la tala. Encontraron a ella, pero el hombre ya no estaba. En su luqar encontraron un pequeño crucifijo. Manuel hincó sus rodillas en tierra, imitándole Camila y Pedrito. Persignándose, Manuel exclamó:
-¡Es un milagro!
Por sus rostros rodaron gruesas lágrimas.
-Es el milagro de la tala- exclamó Pedrito.
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