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El traje de exploración era pesado y hacía difíciles los movimientos de Allen y Vicent. Pero les resguardaba del frío atroz de la zona en la que se encontraban.
Era un área escarpada y agreste, formada por rocas volcánicas. Sin duda, había que ser bastante inconsciente para aventurarse por aquellos terrenos, sin ninguna compañía y escasa preparación. Al menos había que ser tan joven e inconsciente como Blaz Nupic.
En su declaración, informó que había llegado a la cueva mientras exploraba el terreno en busca de nuevos minerales. Había ido sólo, únicamente provisto de un analizador de suelo y escasas provisiones.
Tanto el aparato para rastrear la existencia de minerales a escasa profundidad como el vehículo los había cogido sin permiso de su padre, que era el único familiar que tenía en LV-200, después del fallecimiento de su madre a causa de un cáncer unos años atrás.
Después de varias horas, había descubierto una hondonada de difícil acceso que servía de entrada a una gruta. Al entrar en ella, había encontrado el cuerpo de una persona degollada, por lo que había llamado inmediatamente a la comandancia.
El joven informó a los agentes de que no sabía a quién pertenecían los restos, ni había coincidido con aquella persona anteriormente.
Allen encargaría después a Vicent investigar al joven, pero, viendo su cara de terror, estaba convencido de que decía la verdad y su única conexión con el asunto era la de la mala suerte de encontrar al difunto.
Además, era más que probable que no tuviese ningún tipo de relación con el muerto: LV-200 era una colonia minera relativamente grande y esto suponía que tenía un porcentaje alto población flotante. Había mucha gente que iba y venía continuamente al asteroide y no eran muchos los que tenían residencia fija en el mismo. Era prácticamente imposible conocer a todo el mundo en una ciudad como aquella.
John Allen se sintió ligeramente mareado al contemplar el cadáver. No llevaba bien que la muerte fuera tan parecida a la de Clarise.
Necesitó un buen trago de su petaca para volver a concentrarse. El calor y el picor del líquido en su garganta le hicieron sentirse algo mejor. Vicent hizo una mueca, mezcla de sorpresa porque bebiera en medio de una investigación y desaprobación por ello. Allen se percató del disgusto del novato, pero había sido prácticamente un acto reflejo que no había podido evitar. Era cierto que no era muy profesional, pero la imagen de su pequeña en el aparcamiento, atacada por aquellos miserables era demasiado dolorosa para él y el whisky atenuaba sus sentimientos. En cualquier caso, se prometió intentar limitar sus tragos lo máximo posible, aunque tenía serias dudas de que lo pudiera conseguir.
Resolvió centrarse en el trabajo.
El comisario ya no tenía duda alguna de que estaban ante un caso de asesinato. La incisión del cuello se había llevado a cabo con un elemento fino y cortante. Con toda probabilidad, a falta del examen del laboratorio, por un cable o hilo metálico. Todo el lugar estaba manchado con restos de sangre coagulada.
Era una forma extraña de matar. Lo habitual es que se utilice algún tipo de arma. Incluso no es infrecuente encontrar asesinos que utilizan alguna artimaña para cargarse a la víctima, como el uso de veneno. De esta forma, evitan que el que va a morir pueda defenderse.
Lo malo de ambos métodos es que suelen dejar rastro: siempre es posible rastrear el origen de un arma e invariablemente se termina sabiendo quién compra un veneno.
En el caso que tenían entre manos, sin embargo, era más complicado: Aún en el improbable caso de que encontraran el cable utilizado para perpetrar el acto, era prácticamente imposible que les proporcionara una pista que les llevara al asesino.
El que había hecho esto sabía lo que hacía. Allen pensó que probablemente estaban tratando con un profesional.
Era necesaria mucha fuerza y precisión para poder degollar a alguien de semejante forma. La víctima, con toda probabilidad, habría intentado resistirse. Seguramente habían forcejeado y el delincuente se había impuesto. Debía ser alguien fornido.
El fallecido mediría entorno al metro setenta y cinco. Su atacante tendría que ser más alto, por encima del metro noventa, dado que la incisión se había hecho por la espalda y de abajo a arriba. El muerto no parecía alguien fornido ni habituado a pelear. Era difícil creer que hubiera tenido ninguna posibilidad sería de escapar a su destino.
John Allen se agachó y, con mucho cuidado, puso el cuerpo de costado de tal forma que pudiera observar la espalda del finado.
Advirtió ciertas heridas que probablemente se habían producido post-mortem, con casi toda probabilidad producidas al trasladar el cuerpo. También distinguió otro tipo de abrasiones, especialmente en el lateral derecho del cuello, donde los daños eran más intensos. No pudo identificar qué las había provocado.
Al comisario le parecía una ironía que se hubiese usado un método tan tradicional de matar: había que aproximarse mucho a la víctima para poder hacer lo que le habían hecho a este pobre diablo. Y esto era algo bastante impropio de los tiempos que corrían, los de la exploración en el espacio, en los que hasta las cosas más nimias implicaban un elevado grado de tecnología. Era una forma propia de matar de mafias o asesinos a sueldo. No había sido un crimen pasional, fruto de algún momento de arrebato. Había sido algo premeditado y ejecutado con fría determinación.
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