A veces pienso que si alguna vez luego de leer alguno de mis relatos alguien acota que mejor sería me dedique a carpintero, me sentiría honrado. Inmensamente honrado por la profesión.

La historia que luego pasaré a contar fue relatada hace pocos días por Rayito de Luna, tuvo el buen tino de hacerlo, utilizó el derecho que le concede el haber accedido a una página web que le permite expresarse. Alguien con muy mala leche le agregó el siguiente comentario: "dedicate a carpintero porque no tenes ni idea de lo que es escribir un cuento". No hablaré de este individuo.

"El misterio irresuelto" deja librado al criterio de cada lector cual haya sido el fin de Magdalena la protagonista. Gracias a personas como Rayito de Luna, que nos acercan sus historias, podemos hoy conocer en profundidad lo insondable de la mente humana.

Esta es una historia real, pasada de boca en boca y de generación en generación desde tiempos pretéritos e ignotos. Sucedió en un tiempo al que sólo podemos vislumbrar internándonos en aquellos pueblillos alejados de la civilización. Y quizá aún no alcance porque la modernidad de alguna manera los ha alcanzado.
Bástenos saber con que Magdalena, una niña de 21 años, niña en la inocencia de la juventud campestre, lejos de apenarse por sentir que de a poco se alejaba la niñez de ella, soñaba reflejándose en el agua del río. Soñaba que siempre era, como el agua que transcurre y siempre es agua. Así se imaginaba, saltando cantarina e incansable. Como si en vez de 21 y ya con alguna fatiga que tardaba en irse, tuviera 12, o 13...y sin cansancio.
Una tarde lavando ropa a la vera del río, con las manos doloridas y ateridas de frío, una lágrima de pena asomó y escapó de su cautiverio, fue la primera y la más pura. Cayó en el agua y cual un pez luminoso se fue alejando arrastrada por la corriente.
Desde ese día algo en su interior pareció cambiar, su mirada adoptó el aire de los que sueñan. De aquellos que sueñan con los ojos despiertos para ver el cumplimiento de sus deseos.
Ese verano muchos se ahogaron en el río, sus aguas eran torrentosas, pero aún el hombre no había encerrado el río en la piscina. Algunos cuerpos pudieron ser rescatados, entre ellos estaba el de Magdalena.
Gran aflicción hubo en la aldea, que por ser pequeña, era una gran familia. Fue un entierro desolador. La inhumaron al borde del río, junto al árbol grande bajo el cual solía sentarse a ver nadar los peces. Nadie se percató del cardumen que en procesión pasó lentamente.
Esa noche una gran luna pareció iluminarlo todo. El valle entero envuelto en su luz plateada se entregó al descanso que precede a las grandes penas.
El nuevo día trajo el misterio que durante centurias nadie pudo descifrar. Es decir casi nadie. A Rayito de Luna se lo contaron, su madre se lo develó tal como la suya se lo había develado a ella, y así como había sido desde los siglos.
Magdalena no estaba, la tierra removida y con sus entrañas abiertas no mostraba el delgado cuerpo que ocultaba la víspera.
Que las alimañas la habían devorado, que había despertado y liberádose de su encierro.
Los campesinos que venían de la labranza dicen haber visto, no con certeza, sino como quien vislumbra por el rabillo del ojo, una sombra fugaz contonearse en las aguas. Otros oyeron enternecedores cantos de voz femenina.
Un joven nadador valiente y veloz dice que en un pez vio una sonrisa y no se atrevió a seguirla.
Sólo Rayito de Luna conoce el motivo del secreto. Ella sabe que en el mar hay sirenas y en los ríos ondinas. Siempre jóvenes, siempre alegres, siempre inocentes.

Gracias Rayito de Luna. Trabajar un relato es como tallar madera. Primero es una astilla, luego va adquiriendo forma hasta definirse y permanecer, como Magdalena. Siempre.
Tu amigo el carpintero.