Una elegante dama de París entra al salón de Jean Pier, sombrerero cuyas creaciones son la locura de estrellas cinematográficas y muchachas de la alta sociedad.
Necesito que me haga usted inmediatamente un sombrero para una fiesta a que debo asistir esta tarde.
Pier toma cuatro metros de cinta, las entrelaza artísticamente y se las pone en la cabeza.
Ahí tiene usted su sombrero, señora.
La dama se mira al espejo y exclama:
¡Es maravilloso!
Veinte dólares, dice Jean Pier.
¡Pero eso es demasiado por cuatro metros de cinta!, objeta ella alarmada.
Pier desbarata su obra, dobla con cuidado la cinta y ofreciéndosela a la dama cortésmente, le dice:
Señora, la cinta es gratis.