Tenía dos libros para leer. Cogí el primero, lo leí. Cogí el segundo, lo leí. Ambos me gustaron pero no me sentí satisfecho, así que, salí a una librería a buscar otros libros que leer, pero antes me fije cuánto dinero tenía... mmm, pensé, no tenía para más de tres libros, y eso que no deberían ser muy caros. Entré y escogí tres libros cuyos títulos y autores jamás había escuchado. Es normal, no tengo amigos que leen, la mayoría ven televisión o se dedican a juntar dinero, pasiones, y cosas por estilo... pero nada de leer. Recuerdo un negro amigo de mi padre que estaba en la misma jaula, cárcel que mi padre, diciéndome: Niño, tráeme algo para leer... Miré a mi padre y me dijo que sí, pues el negro era su amigo, a pesar que a mi padre no le gustaba leer. Compré un libro y se lo dejé al negro, y este me dijo: Niño, mmmm ¡Mucha letra! Le entendí que buscaba unos chistes, o ejemplares de Superman, Batman, y ese tipo de revistas. Miré a mi padre y esbozó una sonrisa, y me dijo: No vuelvas más... Nunca más volví a visitarlo pero de vez en cuando veía al negro y este me contaba que mi padre ya había salido de la jaula para no volver más. Me sentí solo, muy solo, pero continué leyendo a lo largo de mi vida hasta el día de hoy en que he salido a comprarme tres libros con no mucho dinero y me he dado con la sorpresa de que en la puerta de entrada está el mismo negro que acompañaba a mi padre en la cárcel y que me decía: Mucha letra. No le dije nada al negro y con los tres libros en la mano fui a pagarlos. Los pagué y en la salida de entrada me encontré con mi padre junto a dos chicos que le llamaban papá. Me oculté, y no supe por qué, pero el negro me vio y me dijo: Hola chico, ¿aún sigues leyendo? Sí, le dije. Me cogió del hombro y me dijo que continuara mi camino sin nadie a mi lado, pero que cuando quiera podría venir a visitarlo, y, si tenía suerte podría jalarse uno que otro libro. Ok, le dije.
Ya en mi cuarto, cogí uno de los tres libros. Lo leí, y leía los otros dos. No me gustaron... y fue entonces que decidí empezar a escribir mi propio libro. Me gustó tanto que se lo llevé al negro que trabajaba en la librería, y este me dijo: ¡Mucha letra! Ya me estaba yendo hacia mi cuarto cuando el negro me alcanzó con una bolsa llena de libros. Me los regaló. Gracias le dije, y me fui hacia mi cuarto, pero esta ves no abrí ni un solo libro. Preferí escribir mi segunda novela que quizás jamás sería publicada como el primero, pero al menos, tendría un lector, uno solo, el más exigente: Yo.
San isidro, enero del 2006