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Enviaba Gonzalo un encendido correo electrónico a su amada. Gustaba de teclear en la penumbra de su departamento de soltero para lograr el ambiente de intimidad que necesitaba en aquellos momentos.

La pantalla azulosa reflejaba las pequeñas letras que decían lo siguiente:
-Como te extraño mi amor por qué será
te extraño tanto que voy a enloquecer…

En cada ojo de Gonzalo se refleja una pequeña pantallita, lo que le confiere a su mirada un fulgor muy especial. El muchacho toma el vaso de ginebra que mantiene junto al escritorio y se echa al gaznate un sorbo del gustoso licor. Va a continuar tecleando cuando presiente que alguien está a sus espaldas. Antes que atine a volverse, dos vigorosos brazos le inmovilizan a la silla giratoria, luego siente que otra mano le coloca un trapo en la boca y luego lo amordaza fuertemente. Por último, se siente atado de pies y manos a su silla. Una voz ronca de lenguaje pueblerino le pregunta: -¿Dónde está la plata? La silla es girada con violencia y se encuentra frente a dos tipos que lo miran fijamente. -¡Dónde está la plata, la guita, la lana, que se yo!- ya no pregunta sino exige el que parece ser el de más autoridad. El pobre muchacho trata de indicar algo, con la escasa libertad de acción que le permiten las amarras. La facha de los tipos es atemorizante. Uno de ellos porta un arma de gran calibre y el otro un cuchillo que, bien visto, más parece una cimitarra. El jefe, un gordo inmenso con rostro cetrino y ligeramente barbado, le promete al muchacho quitarle la mordaza con la condición que no grite pidiendo ayuda. Gonzalo asiente y liberado con destreza de esos molestos vendajes, explica que el no guarda dinero en su departamento. -¿Cómo que no? ¿Y de que vives entonces?-pregunta el barbado y el subalterno, un tipo pequeño pero de mirada malévola, repite las palabras del otro –Si. ¿De que vives entonces? Gonzalo se encoge de hombros y comenta: -tarjetas, giros, ustedes saben… -No. No sabemos. –Claro. No sabemos. El subalterno, apodado el Pájaro, se fija en la pantalla del computador y lee con atención. Luego se vuelve a su compinche, a quien llaman La Fiera y le comenta divertido: -Mira. El hombre es poco original. Le escribe a su amada y copia los versos de Sandro.
-¡Yaco Monti, imbécil!-corrige el energúmeno. El muchacho, dentro de su agonía, esboza una ligera sonrisa para corregir: - Palito Ortega. El grandulón se enfurece y golpea con violencia sobre la mesa del comedor. -¡Es Yaco Monti!- No lo voy a saber yo, que soy un fanático de ese cantante. Que no se hable más.
–Juraría que esa canción la canta Sandro-reclama con timidez el Pájaro. Gonzalo mueve su cabeza de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, mientras pronuncia apenas
–Palito.
–No me contradiga el par de idiotas. ¿Cómo voy a olvidar los acordes llorosos de ese gran cantante, de mi ídolo de aquellos años, del sin par Yaco, Yaco Monti. Y La fiera comienza a repetir las estrofas escritas en el computador entonándolas con desabrida voz: -Como te extraño mi amor por qué será, te extraño tanto que… Se detiene bruscamente para inquirirle al muchacho: ¿A quien le escribes esto? El chico se apresura en contestarle que es un correo para su novia. –¡Pero pedazo de imbécil! ¿Cómo la vas a conquistar copiando los versos del gran Yaco? ¡Tienes que ser más original, rata descerebrada! ¡Inventa algo tuyo! ¿O no eres capaz de hacerlo? El muchacho nuevamente se encoge de hombros para musitar un lastimero no. –Ese es mi talón de Aquiles. No se escribir ni una sílaba que parezca romántica. ¿No le parece a usted triste?
–Claro que es triste, muchacho, a la mujer se la conquista con palabras, con requiebros, con música. ¿Cómo se llama tu novia?
–Jasmín- responde el muchacho.
–Lindo nombre para una hermosa mujer. ¿O me equivoco?
–No, no se equivoca en nada. Ella es como la mañana, tierna, suave, vaporosa…su sonrisa es un bálsamo que alumbra mi existencia… ¡Oh Dios, como la amo!
-Oye muchacho. ¡Lo que has dicho es hermoso! ¡Pero si eso es un verdadero poema!
-Ese es mi drama. Frente al teclado se me bloquea la mente y sólo puedo copiar palabras de otro.
-Mmmmm. Yo te podría ayudar.
-¿Lo haría usted?- pregunta Gonzalo entusiasmado.
-Por supuesto que si. Uno tiene que ser caritativo en esta vida. ¡Oye Pájaro! Tú embala los objetos que encuentres de valor mientras yo trato de auxiliar a este pobre infeliz. Dime muchacho ¿Qué tengo que hacer?
-Muy poco, apretar este botoncito rojo y empezar a escribir. El hombrón empuja la silla con muchacho y todo, acomodándose frente al teclado.
-Ahora sólo tengo que escribir tus palabras, ya que tu no eres capaz de hacerlo. ¿Cómo era? Mmmm. A ver…Eres tierna como ¿la mañana? Si, como la mañana, claro.
-¡Ah! Y póngale que esta vez no le escribo los versos de Palito…
-De Yacooo!
-Bueno. De Yaco… El hombre teclea con dificultad, desentonando las estrofas de la canción. Luego, siguiendo las indicaciones del muchacho, envía el correo.
-Gracias señor- le musita el muchacho.
-Oh, no es nada. Espero que esto sirva para que tu enamorada te dé el anhelado si.
-Por supuesto. Sino fuera por las circunstancia, le pediría a usted que fuese nuestro padrino de bodas.
-¿Me concederías ese tremendo honor? ¡Oye Pájaro! ¡El muchacho quiere que sea su padrino? ¡Claro que acepto pues hombre! La Fiera se levanta alborozado y comienza a bailar. –Bien decía mi madre que hay que sembrar para cosechar, claro que si, mi pobre vieja. Apúrate pues Pájaro.
El socio ya tiene todo dispuesto en un par de maletas que encontró en el dormitorio del joven. Antes de abandonar el departamento, La Fiera, pasándose el dorso de su manaza derecha por su gruesa nariz, le dice al muchacho: -Te recomiendo que revises tus conocimientos, chiquillo. No se puede andar por la vida sin saber que cosa le pertenece a quien. Se disponen a salir cuando un grupo de policías les intercede el paso, encañonándolos con sus armas de reglamento. -¡Alto bribones! ¡Manos arriba! Los tipos, tomados de sorpresa, obedecen y son esposados de inmediato. El capitán le guiña un ojo a Gonzalo, mientras le desata: -Fue una buena idea la tuya de pedirle al tipo que se colocara frente a la cámara de tu computador. Además, al accionar el botón, pudimos escuchar todo lo que decía.
-Si papá. Debo agradecerte que hayas instalado este sistema en mi CPU. Si no, otro gallo cantaría en estos momentos.
-Además, el muy ignorante ni siquiera sabe que la canción esa es del gran Fito Páez .
-Papá, Palito Ortega.
-No me contradigas, chiquillo porfiado. Esa memorable canción es del gran Fito Páez.
-Palito.
-Fito.
-Palito.
El policía que conducía a los delincuentes, le tocó tímidamente el hombro a su jefe.
–Perdone mi intromisión, señor…He escuchado sin querer su conversación y yo, sin el ánimo de parecer impertinente, debo decirle que esa canción la conozco de memoria y puedo asegurarle con absoluta autoridad que pertenece al único, al sin par, al gran maestro…¡Charlie García!
Datos del Cuento
  • Autor: lugui
  • Código: 6715
  • Fecha: 23-01-2004
  • Categoría: Urbanos
  • Media: 6
  • Votos: 17
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3259
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