llegó el miedo. lo tomé con las manos y esta quemaba, duro, duro. solté el miedo y mis manos ardían como leña al fuego. quise gritar y el dolor vino a mi cabeza. ¡grita!, dijo. no pude hacerlo y vino la calma y una voz en susurros que decía: calma. sonreí y cuando vi mis manos negras como el caucho me dije que enloquecía, pero el dolor ya no estaba, no había mas que risas por todos lados. vi a la locura enfrente de mí que no cesaba de hacerme muecas y gestos y bailes tontos que tuve que cerrar los ojos cuando vino la conciencia y ella me dijo una cosa que nunca olvidaré: ya pasará. abrí los ojos y vi al tiempo pasar por mi lado con sus pesados pies sobre todo lo creado. me gustó verle y le llamé para que me llevara a su lado, pero el tiempo no quiso darse la vuelta y tan solo bufó como un toro de lidia. sonreí y vi que tras de mi y a mi alrededor no había nada, absolutamente nada. quise decir algo, pensar en algo pero nada, tan solo la nada absoluta y su voz que parecía decir que estaba en el presente y ese sacro lugar solo hay espacio para la nada y para mi existir. di un paso hacia adelante y todo cuanto me rodeaba empezó a colorearse y luego nacieron de un punto brillante miles de formas que se mezclaban con los colores que como peces nadaban por aquel lienzo blanco de la nada. seguí mis pasos hasta llegar a unas aguas de color amarillo pato. me gustó y quise beberla. sentí, mientras esas aguas pasaban por mi garganta que todo se hacía amarillo dulce. fue bello, tanto que supe que debía dislocarme las manos para dejar de escribir, pero vino la tristeza, la melancolía y nunca jamás dejé de escribir para ti y para mí. fue bello, pues, me leí y mientras lo hacía, todo se puso de color blanco y negro. fue bello y supe que muy pronto volvería a existir en el tiempo.
san isidro, junio de 2008