Ayer me dije a mi mismo que nunca mas cometería el mismo error, me equivoqué, nuevamente...
Mis padres siempre fueron extrañamente amorosos conmigo, aun así siempre les rechacé, odiaba todo aquello que no saliera de unos ojos, voz, ser, lleno de autenticidad. Por ello viví recostado sobre el muro de mi cuarto, cogido al sonido de un guitarra, del silencio, de la nada...
Sino fuera porque la noche entró en el almacén de mi interior no hubiese salido nunca. Cogí una sábana blanca, me puse mis pantuflas, un pasamontañas y decidí husmear como un fantasma a la noche, el lugar mas hermoso que sentía. "Se parece a mí", me decía a mis ocho años.
En mi larga travesía encontré a un perro callejero que parecía estar como yo, perdido y con hambre de afecto. Nos acercamos llenos de temor y cuando le vi el brillo en los ojos, el perro saltó sobre mis brazos y comenzó a lamerme todo el cuerpo. Fue agradable, si, en verdad lo fue. Desde aquel día no he vuelto a regresar a mi casa.
Tomamos un camino desconocido, y entramos a una casa grande y oscura, llena de ratas, vagabundos, drogadictos, perros, gatos, y muchos niños así como yo. Cuando tratábamos de buscar un lugar para descansar no lo encontramos, mas bien, toda la gente parecía estar incómoda con nuestra presencia. Decidimos salir del lugar.
Nos quedamos a la intemperie durante toda la noche, mi noche, mi hermana, mi compañera, m perro que estaba enroscado en mi cabeza y yo que no podía cerrar los ojos contemplando a mi noche, mi amada, mi hermana...
No recuerdo si cerré los ojos o lo soñé, pero vi que desde las profundidades de mi amor salió como un halo dorado que llegó hasta mis ojos y se quedó contemplándome como si fueran los ojos de la noche, o la boca, no lo sé, pero era una manifestación de mi noche, o bien podría ser locura. De pronto vi que la aurora nos bañaba a ambos y traté de levantarme. Vi al perro aun durmiendo sobre mí. Lo sacudí y empezó a estirarse, a sacudir su cuerpo y a lamerme toda la cara, era un buen amigo.
Caminé hasta llegar a la casa de mis padres que estaban por la calle buscándome con los rostros lívidos, y cuando me vieron envuelto en las sábanas y el pasamontañas pronunciaron palabras llenas miseria, dolor, y algo más que mis oídos rechazaron. Me cogieron en sus brazos y me llevaron en el coche a visitar a un loquero. Frente al doctorejo, no pronuncie palabra. Nos miramos por varios minutos, pero no hablé. El tipo se paró, comenzó a dar un paseo por su pieza y luego me dijo: "Es todo, puedes regresar con tus padres".
No sé lo que les dijo a mis padres pero desde aquel día se mostraron comprensibles conmigo. "Quieren engañarme", pensé. Llegamos a la casa y entré a mi cuarto, me recosté sobre mi muro y empecé a soñar con mi noche, eso fue lo único que pude hacer pues las puertas de mi pieza estaban cerradas. Todas las noches del resto de mi vida la pasé escuchando el aullido de mi perro, que parecía sentirse triste, pero yo no, yo cerraba los ojos y lo vislumbraba. Miraba el cielo negro y sonreía, mi noche, mi amada, mi nada... y no dejaba de contemplarla hasta que ella abría esos ojos dorados, o esa boca, o algo que era de ella acercándose ante mí. Era tan hermosa que nunca volví a mi casa… quedándome con ella el resto de mi vida...
Surquillo, febrero del 2005.