La noche estaba fría, podría afirmar que todo aquel pueblo estaba dormido pero... una de aquellas casitas tenía un leve resplandor. Curiosamente nos acercamos como si fuéramos personajes de un sueño y nos damos cuenta que hay una vela encendida tras aquella casita. Entramos a través de las paredes, y vemos en uno de los cuartos a un niño de no mas de once años sentado en una silla, con un lápiz en la mano derecha anotando sobre un papel algo que parece tener vida propia pues hace que seamos atraídos por aquellas líneas que como sierpes parecen danzar sobre aquel canasto de papel hipnotizando nuestra identidad...
Entramos en el papel y nos hayamos en un lugar lleno de arena, olas, sol y grandes palmeras que nos hablan y cuentan la historia del nacimiento del narrador de cuentos...
Fue hermoso escuchar, primero, a las plantas, y luego, como si atildaran su puesto y tono de voz cada uno de los seres que vivían en aquella isla creada por el niño de no más de once años... Uno de ellos me contaba que venía de una familia de grandes colores y que un dios de oro le dio su imagen y la dejó brillando en torno a la bola celeste, otro me contó que las viejas olas no dejaban de pronunciar todos los nombres de las criaturas que dios había hecho y que la arena no era mas que los infinitos números que tienen los nombres de dios, y así, cada una de las criaturas del cuento me cantaban sus bellas historias, llenas de música y bondad... hasta que una luz más grande que todas las luces hizo que toda aquella visión despareciera como si jamás hubiera existido.
Y allí estaba, flotando sobre aquel cuarto de un niño que sobre una vieja mesa de madera había quedado dormido sobre una ruma de papeles escritos... La magia de su propia creación parecía haberse apagado, pero vi que de cada uno de los papeles aparecían miles de ojos que cuidaba al niño narrador.
Tuve que alejarme de aquel cuarto pues el alborear me jalaba hacia mi morada que estaba no lejos de allí, en un lugar cálido, tranquilo y lleno de encanto... Dejé mi máquina de escribir y, satisfecho por lo imaginado y escrito, sonreí. Me paré, me vestí y bajé a tomar el desayuno mientras leía el texto, antes de ir al trabajo...
San isidro, octubre del 2005