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No existe la paz

Arturo, es un joven estudiante, de piel blanca y cachetes colorados, ojos cafés y nariz aguileña; enemigo del agua y del jabón (-con quienes se enfrenta cada martes-); posee unos delgados labios, de los cuales sólo salen las palabras que considera necesarias pronunciar; cosa contraria ocurre en su pequeña cabeza, donde los pensamientos y las preguntas fluyen sin poderse detener. La inquietud de su cerebro lo lleva constantemente a momentos de desesperación, pues no existe cosa alguna que pueda pasar desapercibida ante su imaginación, la cual descansa únicamente cuando Arturo toca el Arpa que su padre le regalara un día antes de que cinco hombres con ametralladoras y pañoletas con la silueta del ¨Che¨ cubriéndoles el rostro, se lo llevaran con la justificación de un juicio Revolucionario que el pobre Arturito, quien entonces contaba con tan sólo 4 años de edad, no podía entender; aunque tal vez lo relacionara con lo sucedido a su madre un año antes. Vivía en un pequeño pueblo del departamento de Antioquia, ubicado al oriente de un país muy conocido en el mundo entero. Un país con un nombre que para el resto de La Tierra es sinónimo de cocaína, guerra, secuestro, corrupción.

Arturo se levanta con el sol, y se dedica a trabajar en el minifundio de café que su abuelo Zacarías le encomendó para que pudiera pagar su estudio. Este chico siempre se había preguntado por qué su vida había estado tan marcada por el sufrimiento; y a través de su aprendizaje había estado buscando respuestas para ello. Un día, al ver la violencia que atormentaba a su pequeño pueblo (que de por cierto tiene nombre de arma), decidió emprender un viaje por todo el país, en busca de alguien que pudiese revelarle el secreto para ahuyentar la guerra y el sufrimiento, y atraer la paz y la alegría.

Empezó por sus profesores, a quienes pidió que le hablaran sobre la paz. Cada uno de sus maestros pronunció hermosos discursos, en los que exponían sus tesis sobre la soñada armonía entre los ciudadanos y las condiciones que deben primar en cada pueblo y estado para que esta se dé; pero Arturo notó que ellos no hacían más que decir bellas palabras, y que cuando alguien no estaba de acuerdo con el discurso del otro, entraban en una dura polémica que terminaba en un gran resentimiento entre colegas con opiniones encontradas.

De allí sacó una conclusión que le ayudó demasiado: las respuestas a sus cuestionamientos se encontraban más lejos de lo que creía. (Digo que esto le ayudó, porque de no haberse percatado de tal situación, su ignorancia sobre el problema sería mayor). Entonces creyó que el alcalde de Granada, su pueblo, podría orientarlo en este sentido. Lo visitó, y le solicitó expresase su opinión sobre la paz. Él le habló sobre la imposibilidad de existencia de la paz en un país donde la miseria sobreabundaba en la mayoría de la población, mientras existían unos cuantos privilegiados que cada día conseguían más dinero a costillas de los desprivilegiados; cosa que sembraba gran inconformismo y resentimiento en estos últimos. Arturo no descartó la teoría del señor Alcalde, pero esperaba que no fuera cierta, pues de ser así su búsqueda era inútil.

El inquieto muchacho no se conformó con esto. Por lo que se dirigió a Medellín, más exactamente a la terminal del Norte. Donde estuvo pidiendo dinero a los ¨civilizados¨ ciudadanos que descendían de un extraño gusano eléctrico. Arturo hubiese pasado la noche en la calle de no ser por un noble joven, llamado Germán, que le ayudó con unos cuantos pesos, que le sirvieron para pagar una mísera y oscura habitación en el centro de la ciudad.

Al otro día, con el sol, como siempre, despertó Arturo. De inmediato se lanzó a las calles a pedir dinero a los pasajeros de los buses, con el fín de recaudar fondos para comprar un tiquete que lo llevaría a S. Fe de Bogotá, donde esperaba poder hablar con el Presidente de la República, sobre lo expuesto anteriormente sobre la paz por el alcalde de Granada.

En una ciudad como Medellín, acostumbrada a manifestar su indiferencia ante los problemas, regalando simples monedas, no le fue difícil recoger lo necesario para viajar. A las 8:00 p.m. tomó el bus que lo conduciría hacia la Capital. En la madrugada el día siguiente llegó a su destino, pero se halló con una gran sorpresa al saber que era totalmente imposible que un sucio campesino como él se dirigiera al alto mandatario de la Nación. Por más que el chico intentó entrar a Palacio, esto le fue imposible.

Fue entonces cuando andando por las contaminadas calles capitalinas, encontró un pequeño papel donde se encontraba la respuesta a su inquietud. Este decía: ¨No existe la paz.... existen hombres pacíficos¨. Arturo sintió un fuerte escalofrío que recorría todo su cuerpo, había descifrado el acertijo. Ahora podía comprender que la paz no podía regir una nación. Si lo que se buscaba era vivir en armonía, entonces cada individuo debería ser un hombre de paz, que ayudara a sus conciudadanos dándoles un ejemplo que ellos desearían copiar; pues cuando un hombre es pacífico trae grandes beneficios para su comunidad, pero siempre es él el más afortunado, pues su vida deja de ser tristeza, resentimiento, envidia, intolerancia y desesperación y se convierte en total armonía.

Dos días después, Arturo regresó a Granada. Pero se encontró con un montón de escombros. Todos sus conocidos: los jóvenes con los que había crecido, los maestros que le habían enseñado a leer y a escribir, los ancianos que siempre lo habían aconsejado, y el viejo alcalde que varias veces discutió con él; estaban sepultados bajo los restos de sus propias casas, casas que habían tardado años en construir con el sudor de su frente y que habían sido derrumbadas por unas cuantas pipetas de gas detonadas con dinamita.

El pobre muchacho había encontrado la fórmula para alcanzar la paz, pero lástima que esto halla sido un poco tarde. Si todos lo habitantes de este país comprendieran el verdadero significado de esta sencilla frase, una situación como esta nunca se hubiera dado. Es decisión de cada persona, ser o no un hombre de paz. Parece algo insignificante, pero si todos fuésemos pacíficos, no necesitaríamos buscar la solución a nuestros problemas utilizando poderosas armas que lo único que hacen es perpetuar la guerra y la miseria de un país, que como va hasta entonces, no tiene ningún futuro.

Aunque Granada se reconstruye lentamente, sus habitantes aún no quieren ser ciudadanos de paz, pues siguen esperando que la tranquilidad venga por parte de los grupos subversivos y del estado.La violencia azota a todo este pobre pueblo, el cual sólo se calma con las dulces notas de un arpa tocada por un habilidoso joven que emana una misteriosa tranquilidad.
Datos del Cuento
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1 comentarios. Página 1 de 1
PILAR
invitado-PILAR 15-04-2003 00:00:00

Efectivamente, esta frase es la que estaba yo buscando cuando pensaba que tenemos demasiados pacifistas de moda(violentos) y muy pocas personas pacificas de verdad.

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