“Aquellas palabras no me sueltan, me empujan, me irritan, me hacen sentir ansiedad... Pues bien. Sea. ¡No puedo esperar más!” – Él pensaba. De pronto sonó la puerta – “¿Quién será... Habrá alguien adentro o es la puerta del costado?” – Dejó la pistola y se encaminó hacia ella, a ver quién había entrado o salido o pasado o respirado.
Las paredes, mudas, pálidas, frías; quizás por lo que hubieren visto o escuchado, o que estuvieren por suceder o no; como testigos le observaban... El sonido de sus pasos, el palpitar revuelto de su corazón y el de su largo aliento y desaliento, como el de un dragón adentro de una caverna.
Llegó a la puerta y paró un instante. La abrió de un sopetón y nadie había; ni un alma ni un suspiro, ni en su piso ni enfrente. Se acercó a la baranda y miró hacia abajo; eran no menos de seis pisos. Vio la baranda, y la tocó y la sintió; era madera gastada casi apolillada por el tiempo, fría y olvidada; al frente había otra igual a la suya y detrás de ella las ciegas y mudas puertas; entre las barandas se ataban varias cuerdas, y en ellas los vecinos colgaban a secar sus ropas húmedas. Las puertas de los demás pisos estaban cerradas, por la escalera vio pasar a un gato, y comenzó a oler a orinado, y comenzó a escuchar el goteo de algún caño mal cerrado. La luz del Sol pasó como un chorro dorado por la entrada del edificio, podía ver claramente los polvillos que flotaban como plumas en el aire; cerró los ojos ante aquella dorada lumbre que aclaraba y diluía sus oscuros pensamientos.
“No” – Reflexionó – “No puedo esperar más. Y si... ¿Simplemente me tiro? ” – Sintió una brisa tibia en su mente que con avidez la abrigó – “Nadie se daría cuenta, pues podría ser como un accidente... Sí” – Le emocionaba cada vez más la idea. De pronto como un hedor frío y pestilente, una nube gris tapó su mente y su idea; y dudó – “Pero los niños, los vecinos, los amigos, la repugnante imagen... No. Sería dantesco”.
Regresó ferozmente a su cuarto sin atrancar la puerta. Su corazón bombeaba su sangre con presión a través de sus venas, sintiendo su ser a punto de explotar, y su respirar se hacía hondo como si estuviera dentro de una caja cerrada sin aire.
Vio la pistola y su mano comenzó a temblar mientras se le acercaba, y su frente comenzó a bullir agua como si todo su rostro llorase, y su respirar se hacía más ahogado, casi como si se asfixiara...
- ¡No puedo esperar más! – Gritó - “Oh. Espero que nadie haya escuchado” – pensó - “Espero que no... Que podrían pensar, que estoy loco. No. Eso no”.
Cogió la pistola y con la mano aún temblando se la puso en la boca, le supo a sabor a pólvora, frío. Miró el lugar en donde él podría caer y se fijó que su carta, en donde explicaba el porqué de su actitud, estuviera en un lugar bastante visible.
“Sí... Todo está en orden, será mejor concluir esto” – pensaba, mientras apretaba fuerte la pistola con las dos manos– “ No puedo esperar más” – apretó el gatillo y...
- ¡Tract tac! – Sonó la pistola – “Mierda... No tiene balas” – Pensó. Fastidiado se tiró al piso y tiró la pistola a cualquier lado. La palabra loca seguía sonando adentro de él – “No puedo esperar más”.
De pronto escuchó unos pasos que se le acercaban. No se inmutó. Vio a un niño caminar hacia él, se miraron y el niño le sonrió; no supo por qué, pero ese inocente rostro se le hacía familiar, no del edificio, y no recordaba en donde lo había visto antes.
Después escuchó varios pasos mas de cuatro a cinco personas que lo rodearon; lo miraron y todos le sonrieron. Se levantó y les preguntó:
- ¿Quiénes son ustedes?
- Eso no importa – le respondieron todos – Acompáñanos, pues ¡No podemos esperar más!
Se puso al lado de ellos y juntos caminaron hacia la puerta; antes de cruzarla volteó un instante para ver su cuarto... Y vio un charco de sangre y su cuerpo inerte con los ojos abiertos sobre el piso, y un niño observando aquella escena, como quién mira un pedazo de excremento...