siempre me pregunto cosas que, mientras leo, me entran las ganas de tirar el libro por la ventana. en verdad no entiendo el por qué, debe ser una especie de impaciencia lectoral al saber que, lo que se dice es lo mismo que se expresa y se escribirá por siempre. en eso estaba cuando por la puerta de mi cuarto entró mi perro, sigiloso, y cuando estuvo a unos pasos, se detuvo, como cuando puntea hacia algo que va a cazar. estiró el lomo e inesperadamente empezó aullar como un lobo. de pronto se hizo silencio, un frío silencio, y cuando de una parte de la pared una voz brotó sentí un escalofrío en el espinazo, como un escupitajo de la nada. el perro salió como si le hubiesen pateado o gritado, yo quedé estático, mirando atentamente la pared cuando observé unas líneas que empezaban a manifestarse. me acerqué y noté que eran como arabescos. lo toqué. estaban en alto relieve. un milagro, o una especie de grieta por algún cáncer de la pared. la voz no volvió. las letras empezaron aumentar mas y mas. salí a la calle y llamé a un gasfitero. me dijo que vendría al día siguiente. esperé sin dormir y cuando llegó me dijo que eran cosas de las paredes, de lo viejas que estaban. le dije que había escuchado rumores, me dijo que eran alucinaciones o demencia al leer tanto. le dije que no podía leer o terminar un libro. me dijo que mi cabecita estaba llena de letras y letras, estaba empachado de tanto libro. miré los rincones de mi casa y casi no había espacio para nada que no sean los libros, libros grandes y pequeños, nuevos y de segunda, y la gran mayoría más viejos que yo. debe ser, pensé. le pagué al gasfitero y este sonrió como esos toros que miran a una presa vieja. no le dije nada, pero dentro de mí, le maldije. le vi alejarse y como no sabía qué hacer me senté a escuchar música clásica. de pronto volví a escuchar la voz, esta vez era mas clara, como gotas de agua cayendo sobre un balde vacío. lee, decía. no puedo, le contesté. ¿por qué?, dijo la voz. es que, apenas me siento a leer me duele la barriga o la cabeza, o simplemente me entran las ganas de sexo o escuchar música o ver la TV. lee, pero lee despacio y cuando entiendas que lo que leas es como manantial vital, sabrás que es uno de los más imprescindibles placeres, es como leerse a uno mismo, empiezas a conocerte, a escucharte… debieras leer a los más grandes, aquellos que nacieron antes de la televisión o internet, pues ellos aprendieron a escucharnos. entiendo, le dije, leeré. sí, eso debes hacer, sé por qué te lo digo. la voz me dejó. me paré y fui hacia una de las paredes más infectadas de libros y sin mirarlos, escogí uno de ellos. leí el título: El Libro Negro, de Papinni. lo abrí y leí el año de su edición: 1930. seguí pasando hoja tras hoja, página tras página cuando vi un retrato de Papinni. era viejo y ciego, parecía de bronce, arrugado y con gestos tan serios. de pronto sus ojos apuntaron a los míos. y, escuché: lee. obedecí y leí sin parar a lo largo de toda la noche, hoja tras hoja, página tras página. cuando terminé, volví a mirar la foto y me pareció distinto, contento y joven. sonreí y noté un mareo por el exceso. sentí que necesitaba lentes, potentes, así como los de Papinni, para aprender a escuchar y escucharme…