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Noelia quiere una tortilla

¿No os ha pasado nunca que de repente os entran muchas ganas de comer algo determinado? Es un deseo muy fuerte de hincarle un diente a una gominola, a un trozo de chocolate, a un buen bocadillo de chorizo o a unos macarrones con tomate. A Noelia aquel día se le había antojado una buena tortilla francesa.

– ¡Qué antojo más raro, Noelia! – le había dicho su amigo Carmelo, cuando en medio del recreo la niña le había confesado que en vez de aquella manzana ácida, lo que le apetecía era una rica tortilla francesa.

– Pues sí que es raro, pero qué quieres…¡me apetece mucho! Es que mi padre las hace muy bien…

Tenía razón, el padre de Noelia hacía las mejores tortillas francesas del mundo. Era capaz de voltearlas en el aire una vez y otra vez con un estilo, que ya querrían para si los grandes cocineros franceses. Aquel día, Noelia no dejó de pensar ni un minuto en la deliciosa tortilla de Papá.

Por eso, cuando por fin llegó a casa, antes incluso de ponerse a hacer los deberes, Noelia le dio un fuerte abrazo a Papá y le pidió que por favor, por favor, por favor le hiciera para cenar una tortilla francesa.

– Pero si hemos comprado pescado. No puede ser Noelia…
– Papá, que tengo muchas ganas…Llevo todo el día pensando en lo mismo, por favor…

Y tanto insistió que al final a Papá no le quedó otro remedio que aceptar. Eso sí, Papá puso sus condiciones:

– De acuerdo, dejaremos el pescado para mañana, pero tendrás que ser mi pinche de cocina. Pero antes…¡deberes!

Noelia sacó el cuaderno de Mates y terminó los problemas, copió las palabras del dictado que había escrito mal, y terminó de pintar una lámina que le había quedado a medias en Plástica.

– Ya está, Papá. ¿Hacemos la tortilla?

Tal y como le indicó Papa, Noelia abrió la nevera y buscó los huevos. Solo quedaba uno y era un huevo raro, más grande que el resto y con un blanco mucho más brillante de lo normal.

– Venga, cáscalo contra el plato y comienza a batir – exclamó Papá mientras se ponía el delantal.
Pero cuando la cáscara del huevo hizo crac, Papá y Noelia se llevaron el susto más grande de su vida. En vez de la yema, amarilla y redonda, se encontraron un extraño y diminuto animal.
– Pero, pero, pero… – balbuceaba Papá sin saber muy bien qué decir.
– Papá, es un dragón, es un dragón enano. Es un dragón igualito, igualito a los que salen en los cuentos…
– Pero, pero, pero…¿cómo va a ser un dragón?

Para resolver todas las dudas de Papá, el minúsculo dragón resopló y unas pequeñas llamas de fuego salieron de los orificios de su nariz.

– Pero, pero, pero…¿de dónde ha salido este dragón?
– Pues del huevo Papá, ¿no lo has visto? – Noelia pensó por un momento cómo era posible que una persona tan despistada como Papá pudiera hacer unas tortillas tan deliciosas.
– Claro que lo he visto, pero no puedo creerlo. ¿Qué hará este dragón aquí?

Una vez más el dragón fue el encargado de resolver todas las dudas de Papá.

– Me aburría en casa y decidí salir a dar una vuelta. Pero he acabado en este huevo horrible y ahora que estoy fuera quiero volver a mi hogar.
– Pero, pero, pero…¿cuál es tu hogar?

Y por mucho que el dragón trató de explicarles de dónde procedía, ni Papá ni Noelia eran capaces de entender dónde se encontraba su hogar.

– ¿Qué dice de libros y de fantasía? ¿tú entiendes algo?

Menos mal que en aquel momento llegó de trabajar Mamá. (Mamá trabajaba por las tardes y llegaba a casa justo después de que Noelia hubiera cenado. Justo a tiempo para contarle un cuento antes de dormir). Cuando Mamá vio la que había montada en la cocina: cáscaras de huevo, un dragón diminuto y lo peor de todo, Noelia sin cenar, se enfadó mucho.

– Pero, pero, pero…¡es que tenemos un dragón!
– Vaya cosa, ¡un dragón! – exclamó como si fuera lo más normal del mundo – Seguro que se ha escapado de algún libro. Pasa muchísimo. Se aburren de que nadie los lea y salen a dar una vuelta, y luego no saben volver.
– Pero, pero, pero…¿ahora que hacemos?
– Muy fácil, tenemos que encontrar de cuál de todos los libros de cuentos que tenemos se ha marchado.

Así que los tres se pusieron manos a la obra a rebuscar por todos los libros de la casa. Por fin, cuando ya llevaban media hora abriendo y cerrando libros, el diminuto dragón comenzó a soltar más fuego por la nariz que de costumbre.

– Es ahí, es ahí. ¡¡Seguro!! Allá voy…

Dicho y hecho. En un periquete el dragón volvió a su libro y Mamá , Papá y Noelia volvieron a la cocina. Como no quedaban más huevos, Noelia no tuvo otro remedio que comerse el pescado. Después, Mamá le contó un cuento antes de dormir. Por supuesto, aquella noche, el cuento elegido fue el del Dragón que se había escapado de su historia. Para que no se aburriera y tuviera ganas de volver a la realidad…

– Pues así acaba la historia, Noelia. ¿Te ha gustado?

Claro que le había gustado. Es cierto que Papá hacía unas tortillas francesas deliciosas, pensó Noelia, pero no había nadie en el mundo que contara los cuentos como Mamá.
Y acto seguido se durmió profundamente.

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