Pudo bajar de un sopetón a la calle, pero eran nueve pisos, nueve no ocho ni seis. No siguió pensando en su deprimente idea y miró hacia otro lado del cuarto y vio a su gato arrinconado en una esquina. Aún tenía el ave en la boca, muerta, y este lo miraba a los ojos como diciéndole: "salta de una vez." Lanzó un bostezo, volteó y siguió mirando por la ventana a la calle y vio frente a su ventana a un anciano mirándole tal cual el gato, y sintió que pensaba lo mismo que este, sí es que piensan… Lo saludó con un gesto en la cabeza y una sonrisa ladeada y forzada. El viejo bajó la mirada y entró a su pieza cerrando la ventana. Volvió a sonreír y siguió pensando en saltar, en pensar en el número de pisos en que vivía. Miró hacia abajo y observó que la gente iba de un lado hacia otro, apurados pero a la misma velocidad e inercia, como hormigas sobre caliente sartén. Autos que pasaban como juguetes de un gigante. No quiso nada, ni desear ni pensar nada, nada. Entró a su pieza y encendió la TV. El gato dejó la esquina en que estaba y se puso en su regazo. Lo acarició y este se puso a ronronear… No daban nada interesante en la TV pero siguió mirando, pensando en si debía saltar los nueve pisos o no, morir o vivir, decisión importante, aunque eso de morir es nada, saltas y otra puerta se abre… Vivir era difícil pero aún estaba allí, ronroneando como el gato por las manos del tiempo y el espacio. Apagó la TV y abrió la ventana. Cogió al gato y con delicadeza lo tiró por la ventana desde los nueves pisos en que estaba. Este cayó sobre un árbol, tal cual un mono, y empezó a mirarlo sorprendido, mudo ante lo inesperado de los hombres. Cerró la ventana y empezó a vestirse. Ya era medio día y no había asistido al trabajo. Los asuntos lo esperaban pero, no tenía ganas de nada, más que saltar por la ventana… La volvió a abrir y vio al gato parado en su borde. Lo cogió con ternura pero este le arañó las manos para irse a un rincón de la casa. Sonrió de todo lo pasado y pensado y cerró la ventana… Abrió la puerta y con su maleta de trabajo se dispuso a salir, bajando los nueve pisos en que estaba… Llamó desde su móvil a la oficina de que ya llegaba. Está bien, le dijo su jefe. Llegó y volvió a la rutina diaria… Todo igual menos ese sentimiento de saltar por la ventana del edificio en donde laboraba, pero, ¿eran cuatro o cinco pisos?, no, mejor seguía pensando en qué hacer mas tarde. Quizá salir con la novia, comer helados con amigos, tomarse una copa solo en un Bar, pensar en todos los edificios de nueve pisos del mundo, mientras manejaba sin rumbo fijo… Sí, había tantas cosas para embadurnar su obsesión de acabar con su vida que entendió que algo mas grande que él se preocuparía por ello… sí, eso entendió y esbozó una sonrisa, pensando que tenía un problema menos en qué pensar…
San isidro, enero del 2008