El cielo escribe su vida en un viejo papel carcomido. Llorando gotas de dolor del que perdona sin entender. Alumbrando las banquetas y casas grises con la luz dorada opaca como quien ha fracasado en su deber.
En las sombras de las sombras se asoma una pequeña alma de ojos astutos y de aura abandonada. Presumiendo el destino de quien tiene mucho que ganar tras perder aun mas. La pequeña figura apenas comprendiendo las leyes, camina contemplando los andares de la gente que de los años ah perdido el sentido de la vida. Alejándose eternamente de su pasado y apenas acariciando el presente quien esconde al futuro llora dejando las gotas en el suelo. Llorando, tal vez, olvidara las manchas de sus recuerdos, limpiara las impurezas depositadas como un parasito en las vidas de las menos gozosas. El pequeño niño avanza del mismo modo como retrocedió años atrás, estando solo.
Entonces como si el viento soplara bendiciones ocultas por acertijos pintados de materia, el niño ve al tren parándose enfrente de su nariz. Duda, como toda cosa buena antes de confiarse, y decide no sin antes voltear a sus espaldas entrar al viejo tren rojo de paredes oxidadas y de procedencia de calidad dudosa. Siente la necesidad de sentarse por unas rodillas envejecidas por la nostalgia en un cuerpo nuevo de fortaleza pero al alzar la vista llorosa solo ve gente desinteresada en siquiera mirarlo sentada en las butacas del tren. El niño quiere llorar, necesita llorar, grita en silencio por huir de la realidad, y como si el tiempo no lo esperase, la carcacha de metal se empieza a mover gritando con sus ruidos mecánicos lo que el niño no pudo gritar. El viaje parece ser largo, tan largo que no vale la pena contar los segundos.
Desesperado por la quietud, el pequeño aventurero huye del vagón y se instala en el siguiente reconociendo nuevas caras pero iguales de aburridas. Se hace paso entre los trajes negros de la gente que ignoran su pasar. Siente que el oxigeno se acaba en por las alturas en las que él se mueve y corre hacia el siguiente vagón que parece menos poblado. Al llegar al final, descubre sin impresionarse de que la vida ah jugado con él, rectificando que él es el mejor juguete de los dioses, enfrente de él solo hay una puerta de aluminio. El final del tren.
Agobiado por su trayecto decide mejor quedarse ahí y acostumbrarse a su nueva vista. Pero entonces se arma de voluntad y agrediendo la ley de la obediencia opta por ver por un agujero lo que está del otro lado sabiendo que ese no puede ser el final. Fija el ojo en la chapa de la herradura y tras una cortina de luz ve un cuarto vacio solo habitado por la luz que entra de las ventanas. Voltea sus ojos para encontrarse con la humanidad de hombres de trajes negros y desea poder salir de aquel infierno. Busca la forma de abrir la puerta pero no encuentra la forma. Entonces visualiza un alambre en el suelo y lo levanta con sus manos delicadas de manos puras y desliza el alambre por el agujero de la herradura. Consigue que el mecanismo haga un sonido, el sonido del júbilo seguido del deslizamiento de la puerta. Nadie parece saber de la existencia de la puerta, sin ninguna dificultad el niño pasa al otro vagón y se rectifica a sí mismo de que ese es el ultimo vagón porque puede ver el horizonte de un sol agotado y preparándose para dormir. Se deja bañar en una sala de acaricias amarillas y doradas y descubre que no está solo.
Unos ojos dulces y agitados le observan desde el rincón del vagón, la imagen de una niña de risos castaños y de rostro limpio se resguarda al lado de la puerta contando como única defensa su mirada. Los dos se contemplan detenidamente viendo el reflejo de cada quien en los ojos de quienes esperan milenios ese mágico momento. El silencio habla por ellos con su lenguaje misterioso y deja llegar las palabras que se esconden en sus más íntimos pensamientos sin necesidad de decirlos. EL miedo se disipa de sus rostros y una luz, la más fina de todas se despliega de por debajo de la puerta. El vapor deja de salir del techo y el tren se detiene en seco como despidiendo a un invitado no deseado. Una puerta inexistente se abre del otro lado del vagón e invita al niño atontado a bajar por la escalera de metal. El niño se rehúsa y busca en la mirada de la niña la salvación. Ella como si supiese el futuro lo mira con sus ojos grandes y se despide alzando su pequeña mano y moviéndola de un lado al otro. El niño traicionado por su recuerdo más reciente se ve forzado a bajar, deseando que tras tantos abandonos el horizonte planee algo mejor para él. Entonces baja del tren, despidiéndose a calladas decidido a no voltear atrás. Una vez abajo y con su vista derrotada clavada en el suelo escucha como el motor se enciende y hace avanzar la bestia más feroz de todas, el olvido.
Casi festejando victoria sobre sí mismo, una idea germina en su mente y se extiende a su corazón en cuestión de segundos y lo hace girar hacia el vagón donde se fue su última esperanza. Ahí la ve con su piel de ángel, vestida de amargura, la niña que le observo cuando entro por primera vez. La niña recargándose sobre la barra metálica observando por quizá la última vez la figura del niño que se queda cada vez más atrás de lo que se puede sentir. Aquellas dos almas se separan en cuestión de palpitaciones. El tren junto con la niña se pierde en la orilla de lo que alcanza a cubrir el relieve y una vez desaparecido de vista, desaparece de igual forma su sonido. El niño queda solo a las orillas de un bosque, tratando de no pensar en la noche como si eso le fuere a convencer de que no venga.
El niño confundido y con su alma en llamas se pregunta qué hacer. Piensa en seguir las vías y alcanzar la fuente de su inspiración aun germinando en la silueta de la niña. Luego piensa en volver al lugar donde siempre ha pertenecido, al lugar que lo conocía mas a él de lo que él a el mismo. Pero derrotado por el peso de la luna decide que se quedara en ese mismo lugar. La sombra de la sombra de un ángel se queda a las orillas de un bosque esperando a ser cubierta del frio por el calor de la esperanza. Duda si su esperanza podrá contra la brusquedad de la obscuridad. Pero a pesar de todo esperara como de mismo modo hizo años atrás, estando solo.