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Categoría: Mitológicos

Olaf

La suave brisa de los mares del norte mecía las ramas de los árboles, produciendo un rumor siseante. Parecía que los árboles hablaran entre ellos, comentando el bonito atardecer que el bosque estaba presenciando. A lo lejos, se oía el sonido de las olas y el de las gaviotas.
Olaf estaba sentado bajo la sombra de un árbol, contemplando a lo lejos el mar que se perdía en el horizonte. Pensaba que algún día podría surcarlo, llegar hasta nuevos territorios y vivir mil aventuras.
Olaf era un chico de 14 años, castaño y alto. Sus ojos negros intentaban ver más allá del horizonte, imaginando sus mayores deseos. Olaf pasaba cada atardecer en el bosque, sentado junto a la sombra de un cerezo, observando al mar.
Vivía en Altair, una aldea portuaria no muy lejana al bosque, con su padre y su hermano.
Una cadeña montañosa rodeaba Altair, impidiendo el comercio por tierra. El comercio se establecía por mar, en barcos de carga.

Olaf vió el resplandor de la luna aparecer tras una colina. Se hacía de noche. Pero a el parecía no importarle, ya que seguía mirando atentamente el horizonte, que se teñía de azul. Su padre le había contado miles de historias sobre los jinetes de dragón, a los que tanto admiraba. Ellos eran quién protegían el reino de Tirza y todas sus ciudades y aldeas, incuyendo Altair, según le había contado su padre. Se decía que tan solo era una leyenda, pero Olaf creía firmemente en ellos, pero nunca se dejaban ver, o al menos eso creía Olaf.
Admiraba a los jinetes, pero sobretodo, admiraba a los dragones, esas magníficas y bellas criaturas, nobles y fuertes, que arriesgarían su vida por la lealtad hacia su jinete.
No existían especies distintas de dragones; cada uno tenía su color, su tamaño y su personalidad. Pero los dragones dejaron de existir en Tirza hace miles de años, cuando Raganok, un jinete que se reveló contra la Orden, desencadenó junto a su dragón una batalla encarnizada contra todos los seres de Tirza. En la batalla, los jinetes abatieron a su dragón, pero no a Raganok, que desapareció. Se dice que aún anda por Tirza buscando venganza, reclutando a un ejército de criaturas oscuras y atacando aldeas perdidas. Por eso los dragones dejaron de existir... Y por eso los jinetes de dragón se habían convertido en una leyenda.

La luna se asomó por la colina. Era luna nueva, redonda y blanca. Su tenue luz proyectaba sobre la tierra siluetas tenebrosas, como fantasmas de la noche. Olaf se levantó, se sacudió la hierba que había quedado adherida en sus piernas y tomó el camino hacia Altair.
La brisa se había convertido en un viento frío que soplaba sin cesar en dirección Sur, y daba de pleno en la cara a Olaf. Este, se tapó los ojos con la manga, ya que se le estaban irritando a causa del frío, y siguió su camino.
No tardó mucho en distinguir las miles de luces en Altair. Era época de fiestas, y centenaress de comerciantes, malabaristas y cuentacuentos establecían sus tiendas en la aldea para entretener a los habitantes por la noche. Ya se podía distinguir el griterío y las risas de los aldeanos desde el bosque.
De repente, el fuerte viento cesó. Olaf, extrañado, dejó de taparse los ojos y siguió andando por el oscuro camino. Una persona normal, que no conociera el bosque, ya se habría perdido. Pero él conocía el bosque mejor que su casa, ya que desde niño venía a contemplar el amanecer y el atardecer al borde del acantilado, donde el bosque terminaba.
De pronto, el viento del Sur volvió tan fuerte, que le hizo retroceder unos pasos. Olaf se tapo la cara e intentó caminar, pero era imposible. El viento tenía mucha fuerza. Parecía que quisiera aprisionar a Olaf con unas cadenas etéreas, sin dejarle avanzar.
Y, como antes, el viento cesó de repente. Olaf miró asustado hacia el cielo; y luego, sus ojos se detuvieron en una sombra que había aparecido en medio del camino, de la que no se había dado cuenta. Parecía haber surgido de la misma ráfaga.
El corazón empezó a latirle fuertemente. La sombra, no más grande que un cervato, se movía.
La sombra emitía destellos azules. Parecía que estuviese recubierta de diamantes azulados.
De repente, lo que pareció ser la cabeza de la criatura, miró a Olaf. Sus ojos eran muy brillantes, y se distinguían perfectamente en la oscuridad, como la luz de una vela en una habitación oscura. Olaf pudo distinguir en esos ojos almendrados unas pupilas azules verticales. Tan pronto como se fijó en sus ojos, la criatura emitió un leve gruñido; sus ojos empezaron a iluminarse más y más. La criatura rugió, y de sus ojos manó una luz tan potente como los rayos del sol. Y le dió de pleno a los ojos de Olaf.
Este, gritó por el dolor. Los rayos le habían chocado como espadas. Pero no podía apartar la vista de los ojos de aquella criatura; le tenía aprisionado, controlado con aquella luz que le quemaba las pupilas.
Tras unos segundos, la luz cesó. Se oyó un susurro encima de la cabeza de Olaf, y la criatura desapareció.
Olaf había quedado ciego; o al menos, eso creía. No distinguía nada en la oscuridad. Le escocían los ojos, como si acabaran de salir del fuego. Parecía que las venas le iban a estallar. Olaf palpó los árboles y el suelo, intentando continuar por el camino hasta Altair.
Cuando hubo recorrido la mitad del camino a tientas, notó que su vista empezó a aclararse. Empezó a distinguir las luces de la fiesta como manchas iluminadas entre la oscuridad de sus ojos. Cuando hubo llegado a la entrada de Altari, la vista se le aclaró por completo.
Olaf, asustado por lo que acababa de ocurrir, entró en la aldea. Aquí, el ambiente era totalmente diferente: toda la ciudad estaba iluminada, se podían oir cánticos, el sonido de una flauta y risas. Hombres y mujeres se reunían en torno al fuego, reían, y cantaban. Los mercaderes repartían comida, ya que era tradición.
En un rincón, varios cuentacuentos entretenían a un grupo de niños y adultos, con sus historias de criaturas mágicas y de reinos lejanos. Los malabaristas jugaban con antorchas y cuchillos, pasandoselos entre ellos con gracia.
Al pasar un rato en Altair, Olaf olvidó lo sucedido. El ambiente eliminó temporalmente esos pensamientos de su cabeza.
Olaf paseó entre las tiendas de los mercaderes. Se detuvo en unas cuantas, pero no encontró nada de su agrado. Suguió paseando, y se detuvo en una en la que vendían piedras talladas y figuras hechas con minerales. El mercader estaba sentado en una silla, fumando una pipa. Era un hombre extraño, totalmente cubierto por una capa, que le envolvía el cuerpo y le tapaba la cabeza y los ojos con una capucha. La capucha dejaba ver una barba blanca que le llegaba hasta el pecho.
Olaf se pusó a mirar con interés las figuras de mineral, sin mirar de vez en cuando al misterioso hombre. El humo que salía de la pipa formaba aros y siluetas extrañas, pero a la vez bellas.
Olaf se fijó en una figura de dragón tallada en un material plateado parecido al marfil, pero más áspero. Le sorprendió su belleza; la figura tenía el tamaño de un dedo, y estaba atada a un cordel, a modo de colgante. Olaf no se lo pensó dos veces.
- Me llevo esa. -Dijo señalando la figura.-
- No está en venta. -Respondió el mercader con una voz suave. El mercader miró de arriba a abajo a Olaf. Los ojos del mercader se posaron de repente en su cara; le miró a los ojos. Los estudió detenidamente.
Olaf distinguió la cara del mercader al mirarle. Era un anciano, de ojos castaños y pelo blanco.
- Tus.. ojos... -Susurró el mercader.
- ¿Qué les pasa a mis ojos? -dijo Olaf, recordando lo sucedido.
-Nada; no les pasa nada. -respondío el mercader. -Puedes llevarte el colgante. Tú eres el elegido.
Antes de que a Olaf le diera tiempo a reaccionar, el mercader se quitó la capucha y le estrechó la mano. -Siento haberte asustado. Mi nombre es Helden.- Olaf estaba cada vez más confuso. Intentó hablar, pero el mercader le cortó.
- No, no debes decirme nada ahora. -dijo el mercader- Te espero mañana por la noche en la taberna. Allí hablaremos.
Acto seguido, el mercader empezó a recoger la tienda, ignorando a Olaf, y se fué.
Olaf se dió cuenta de una cosa: tenía el colgante en la mano. La belleza de la figura le volvió a impresionar.
Ya era muy tarde, así que fué hacia su casa.
¿Quién era aquel hombre? ¿Por qué querría hablar con él? y lo más importante... ¿Que le pasaba a Olaf?

Olaf continuará...
Datos del Cuento
  • Autor: Saphira
  • Código: 13644
  • Fecha: 27-02-2005
  • Categoría: Mitológicos
  • Media: 4.94
  • Votos: 80
  • Envios: 1
  • Lecturas: 4432
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