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Olaf 2: La sombra de la luz.

Olaf fué hacia su casa; por el camino, pensó lo que le había sucedido ese día: Una extraña criatura le había dejado ciego con una potente luz durante unos minutos y un mercader le había regalado un colgante y quería hablar con él en una taberna.
Olaf llevaba el colgante en el bolsillo. Lo palpaba con los dedos, notando la suavidad del extraño material plateado con el que estaba hecho. El frío mineral creaba escalofríos que recorrían sus dedos hasta llegar a su brazo. Parecía que la figura tuviera vida propia.
Olaf no tardó en llegar a su casa, situada en las afueras de la aldea. Abrió la puerta, y entró. Después de cerrar la puerta, subió las escaleras y entró a su habitación para contemplar detenidamente el colgante de dragón.
Unos pesados pasos le interrumpieron. Su padre abrió la puerta de la habitación y le miró desde la puerta. Olaf se guardó el colgante en el bolsillo. Tenía el permiso de su padre para comprar lo que le gustara durante las fiestas, pero no quería que su padre descubriera la figura. Prefería mantenerla.. en secreto.
- ¿Qué manera son esas de entrar a casa, Olaf? -preguntó extrañado su padre. - Sin saludar siquiera... ¿Pasa algo, hijo?
- Lo siento, padre. -respondió Olaf.- estaba muy cansado... solo pensaba en dormir -Olaf puso cara de somnoliento.
- Te entiendo.. -le respondió su padre. -No deberías ir todo los días a ese bosque. El camino es largo, y lo único que consigues es fatigarte. Deberías quedarte más en casa con tu hermano pequeño.
- Intentaré hacerlo. -dijo Olaf, naturalmente, mintiendo.

Los únicos parientes de Olaf, su padre y su hermano, pasaban gran parte del día en su casa. Su padre, Norman, era un hombre esbelto y trabajador. Trabajaba en los cultivos de trigo, en un valle cercano a la casa. Tenía unos ojos ambarinos y una espesa barba castaña.
Su hermano pequeño de 7 años, Owen, pasaba los días en la plaza de la aldea, jugando con sus amigos, o en el río, pescando peces. Era de estatura baja, rubio y de ojos verdosos.

La madre de Olaf había muerto en un accidente ocurrido en el bosque. Su padre le contó que estaban al borde del acantilado un atardecer cuando hubo un derrumbamiento que arrastró a la madre de Olaf al mar... Desde el momento en el que su padre le contó esa historia, el no había dejado de ir al bosque. Pero también iba por otra razón, acudía porque la serenidad de aquel paraje, el rumor de las olas y la soledad le ayudaban a olvidar los problemas y a imaginar sus más profundos deseos, sin pensar cosas como "eso es imposible" o "nunca podrá pasar".

El padre de Olaf fué hacia la puerta y la cerró suavemente. Olaf no tenía sueño, pero se tumbó en la cama y miró hacia la ventana abierta, donde se podían ver las estrellas.
Se sacó el colgante del bolsillo y lo estudió detenidamente. El mineral del que estaba hecho brillaba como las estrellas en una noche oscura. Brillaba como los ojos de aquella criatura a la que tanto recordaba...
La figura estaba tallada perfectamente, cuidando pequeños detalles como las escamas del dragón o las pupilas, pese a que la figura no era muy grande.
Olaf cerró los ojos, y poco a poco se fué durmiendo con el colgante en la mano...

Olaf se despertó. Era de día, y por la ventana abierta entraban suaves rayos de sol que iluminaban la estancia. Notó algo frío en su mano: el colgante. Se había dormido con el. Sin darle importancia, se lo guardó en el bolsillo y bajó las escaleras, directo a la cocina. Era hora de desayunar.
- Buenos días, padre. -dijo Olaf al entrar.
- Buenos días, hijo. -le respondió. -Siéntate, he preparado tortas de trigo con miel. -Olaf se relamió.
- ¡Papá! ¡Mira Papá!! -gritó Owen, entrando pesadamente a la cocina.
- ¿A qué vienen esos gritos, hijo?
- ¡He capturado un lagarto! -respondió Owen, quién, emocionado, se sacó el reptil del bolsillo, que no paraba de retorcerse y forcejear.
- Hijo, los lagartos deben ser libres. Recuerda que son los descendientes de los dragones...
- Owen, esos lagartos se convierten en cocodrilos gigantes por la noche y devoran a todos los niños malos que encuentran. Es una maldición que los rept...
- ¡Olaf, para de decir tonterías! -gritó su padre. - Owen, ve afuera y deja libre al lagarto. Después, ven a desayunar.
- Esta...b..bien -dijo Owen, que se había puesto pálido, sin dejar de mirar a Olaf.

Olaf comió unas cuantas tortas y se marchó. Fué, como de costumbre, al bosque. En el camino, se detuvo en el sitio donde la noche anterior había encontrado a la criatura. Examinó el suelo, en busca de huellas, pero no encontró nada. Lo palpó y notó un bulto sospechoso en la superficie. De repente, cuando iba a coger el bulto, un golpe le azotó en la espalda y lo derribó. Olaf quedó tendido en el suelo.

- ¡Oh, lo siento, chico! -gritó una voz desde atrás. - Olaf levantó la mirada para ver lo que le había tirado. Era un hombre mayor montado sobre un caballo. El hombre, desmontó y fué hacia Olaf; le ayudó a incorporarse.
- No era mi intención, de veras.. -dijo el hombre. Lucía una armadura nemeana de plata, y una capa de terciopelo verde. En la cintura llevaba colgando Parecía alguien importante.
- No ha sido nada... -respondió Olaf, ocultando el terrible dolor que le punzaba en las costillas.
Olaf se incorporó y miró hacia el caballo. Era un magnífico ejemplar de color negro, con cola y crin larga y fina. La silla de montar era roja y dorada, cargada con espadas y sacos. El hombre miró al chico;
- ¿Magnifico caballo, eh?? Viene de tierras muy lejanas al reino de Tizna. Tierras de arena... -el hombre se calló unos segundos. - Oye, chico, no habrás visto alguna luz por el bosque? -Olaf miró al hombre.
- No... no he visto ninguna.. luz. -respondió Olaf.
- Oh, muy bien.. -dijo el hombre.- ¿Conoces este bosque?
- Sí, señor; lo conozco mejor que la aldea. -dijo Olaf.
- ¿Y vienes mucho por aquí?
- Todas las mañanas y tardes de cada día del año.
- Bien; entonces ten este silbato. Si alguna vez ves alguna luz sospechosa... tócalo. -le dijo el hombre. -Bueno, chico, debo irme. Un placer. - El hombre montó en su caballo y se fué. Olaf se quedó en el camino, observando al hombre perderse en la lejanía. Luego observó el silbato: era de oro, y tenía grabado letras en un extraño lenguaje. También tenía un dragón, pero no parecía de la raza de Tirza. La cola del dragón grabado acababa en una amenazante maza llena de pinchos.
Olaf continuó su camino. Cuando llegó al cerezo que tanto conocía, se tumbó bajo su sombra y miró hacia el mar. Como de costumbre, intentó distinguir más allá de la lejanía... A Olaf le pareció ver tierras lejanas tras la línea recta que ponía límites al mar... De repente, Olaf notó que podía ver más allá de los límites mar. Podía ver como nunca lo había hecho. Incluso vió, desde el borde del acantilado, la costa de Salma, la isla costera más cercana a Altari, a unos 5km, separada por el mar. Olaf se maravilló; podía ver a los pescadores de Salma arriando las velas de sus barcos pesqueros. Podía ver a las gaviotas pescando en el mar; veía cada zambullida de los pájaros como si estuviera allí mismo, a pesar de estar a centenares de metros. Olaf se levantó y se acercó al borde del acantilado para comprobar que lo que veía era real; sin duda alguna. Veía la tierra como lo haría un águila desde los cielos... o como lo haría un dragón.
Olaf se quedó como petrificado, cautivado por la belleza de los territorios que nunca había visto. Miró hacia el cielo, y creyó ver incuso hasta las estrellas del universo...

Se hizo de noche, pero Olaf continuaba allí. Pudo ver la luna con todo detalle: sus cráteres, sus montañas, y hasta un conejo grabado en su cara. Sentía su resplandor como nunca lo había hecho. Luego, miró hacia las estrellas. Parecía que podía tocarlas.
De repente, recordó su cita con el mercader del día anterior. Llegaba tarde.
Fué corriendo por el camino que tomaba todos los días para volver a la aldea. No tardó mucho en llegar, gracias a la velocidad que le proporcionaba la emoción. Entró en Altari y tomó el camino que llevaba a la taberna.
Ya se distinguían las risas de los hombres cuando estuvo a unos metros. Olaf entró en la taberna, y recorrió la estancia con la mirada para comprobar si estaba el viejo mercader. Allí estaba, en una mesa, con su capa y su pipa.
- Te he estado esperando. -dijo cuando él se acercó.
- Siento haber tardado. -respondió Olaf.
- No pasa nada. -dijo el mercader.- Seguro que te has embobado mirando las estrellas con tu nueva vista, ¿No?- Olaf se sorprendió.
- ¿Como sabes que...?
- Porque yo también he pasado por eso. -Respondió el mercader. -Escúchame. -bajó la voz y se acercó a Olaf- Antiguamente, a los jinetes se nos hacía mirar a los ojos a nuestros dragones, y estos nos infundían sus mismos ojos, su misma vista, mediante una luz mágica con la que sellaban nuestro pacto. -dijo el mercader.-
El pacto por el cual prometiamos ser fieles a la Orden y morir si era necesario con tal de proteger el reino de Tizna. -Olaf se quedó completamente boquiabierto.
- Así que tu.. eres un..?
- No, eso fué hace ya mucho tiempo. -respondió.- Mataron a mi dragón, robaron mis armas y se llevaron mis artefactos. Desde ese día, me limito a vender minerales... Y a intentar encontrar un nuevo jinete, un sucesor. Y ese eres tú, chico. A todo esto, ¿Cual es tu nombre?
- Olaf, se..señor -dijo Olaf, sorprendido por lo que acababa de contarle. -Entonces, aquella luz.. era.. un dragón?
- Sí, un dragón. El único dragón salvaje que queda en Tizna. Seguro que Raganok está buscándolo para matarlo. Y ese dragón te ha elegido a ti, Olaf de Altari, para que seas su jinete.
- ¿Pero ya no quedan más jinetes en Tizna? -Preguntó Olaf.
- Sí, si que quedan. 5 son los jinetes supervivientes a la matanza de Raganok. Ahora sobrevuelan Tizna en busca de Raganok, pero no pueden ocuparse de la seguridad del continente. Pero, a decir verdad, hace mucho que no sé de los jinetes. Tal vez.. se hayan extinguido. No lo sé. Pero ahora debemos ocuparnos de tu instrucción. Escucha: el colgante que te llevaste ayer era uno muy especial. Es el colgante que todos los jinetes de dragón deben llevar: El colgante de la telepatía.
- ¿Para qué sirve?? -Preguntó Olaf, emocionado.
- Ya que los jinetes no podían hablar con los dragones, ni los dragones con los jinetes, los magos del continente de Tizna inventaron esas figuras con el poder de poder hablar con la mente con los dragones. Así, el dragón podía comunicarse con el jinete y el jinete con el dragón. Ahora debemos encontrar a tu dragón.
- Un momento. -dijo Olaf. -Por la mañana, iba hacia el bosque. Me tropecé con un tipo, y me dió esto. -Olaf sacó el silbato.- Buscaba una luz. Dijo que si la encontraba, que tocara el silbido.
- Dejame verlo. -dijo el mercader. Cogió el silbido, lo examinó detenidamente en sus manos y, de repente, le dió un golpe seco contra la mesa y lo partió en dos.
- ¡Sirvientes de Raganok! -exclamó furioso.- Su dragón está grabado en el silbato. Deberías haberlo visto.
- El que me dió el silbato.. parecía un buen hombre.. -declaró Olaf.
- No es un hombre el que te ha dado el silbato. -respondió Helendir, el mercader, con una voz misteriosa. -Luego te lo explicaré todo. Ahora, debemos ir al sitio donde el dragón te miró a los ojos. Deberás aprenderte un silbido que te enseñaré para llamarle. Cuando lleves puesto el colgante, simplemente piensa lo que le quieras decir al dragón y el automaticamente te contestará. Aunque, primero, deberás practicar un poco.

Olaf, acompañado de Helendir, salió de la taberna, en busca del dragón.
¿Qué misterios aguardarán a Olaf? ¿Encontrará a su dragón, y se convertirá en un jinete?

Olaf continuará...
Datos del Cuento
  • Autor: Saphira
  • Código: 13654
  • Fecha: 28-02-2005
  • Categoría: Mitológicos
  • Media: 5.52
  • Votos: 58
  • Envios: 1
  • Lecturas: 2691
  • Valoración:
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