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Olaf 5: La gran batalla

Olaf despertó; estaba acostado en una cama blanda de suaves sábanas, y tenía vendado el costado izquierdo.
Miró al techo; pese a que tenía la vista algo borrosa, distinguió una lámpara de aceite que iluminaba la estancia.
La puerta se abrió con un chirrido. Allí estaba Helendir.
- ¿Como te encuentras? -le dijo a Olaf, sorprendido por que se hubiera despertado.
- Las costillas.. me duelen un poco, pero por lo demás, estoy bien.
De repente, Olaf se acordó de Baruk.- ¿Y Baruk? ¿Donde está?? ¿Está a salvo??
- Me alegra que te preocupes por él. Está a salvo, en la dragonera.
- ¿Dragonera? -Olaf miró perplejo a Helendir.- ¿Qué es eso??
- Verás, primero debería decirte donde estamos. Estamos en el castillo de Némeso. El castillo está encima de la montaña Urjat, que, como debes saber, es el pico más alto de Tizna, donde pocos pueden llegar a pie. La única manera de llegar hasta aquí es volando. - Helendir hizo una pequeña pausa, y prosiguió - Este castillo se usaba para los jinetes; bueno, no es tan grande como un castillo, pero los habitantes de Némeso, la ciudad al pie de la montaña que da nombre al castillo, decidieron llamarle así.
Los jinetes se reunían aquí para hablar o debatir sobre decisiones que tenían que tomar. Un lugar de descanso, por decirlo así. También la Orden se reunía aquí para elegir a los nuevos jinetes.
> Pero todo acabó cuando Raganok exterminó a la mayoría de jinetes de la Orden. La primera Orden del dragón, la original, de la cual surgieron todos los jinetes conocidos, estaba formada por cinco jinetes. Tres de ellos fueron asesinados. La desaparición de otro fué un misterio...
- Y, ¿qué pasó con el quinto? -preguntó Olaf con interés.
- El quinto, -respondió Helendir- se encuentra aquí, en este mismo castillo. Es el jinete que te dije que veríamos. -Olaf iba a decirle que cuando podría verlo, pero Helendir, adivinando sus pensamientos, lo cortó- Ahora está arriba, en las almenas, luchando contra un par de estirges enviadas por Raganok; él ya sabe que dos jinetes se han reunido aquí y.. en fin va a haber una.. - Helendir se calló, y cambió de tema.- Por lo visto, el espectro se fué de la boca. Lo que importa ahora es sobrevivir. - Cuando hubo terminado, miró a Olaf, esperando sus preguntas.
- Pero.. ¿Como he llegado aquí? ¿Y hay alguien más en este castillo??
- Verás, el jinete, o mejor dicho, la jinete, sabía que íbamos hacia Némeso, pero también sabía que quedaba demasiado lejos de Altair, que tardaríamos demasiado en llegar, y que el espectro nos alcanzaría. Así que vino en nuestra busca desde Némeso con su dragón y un batallón de hombres nemeanos montados sobre wyverns. Cuando nos vió, produció un destello de luz pura que aturdió al espíritu, que, acto seguido, huyó. Pero por lo visto, la luz también te aturdió a tí, que te estampaste de pleno contra un árbol. -Olaf sonrió avergonzado.- Los wyverns nos trajeron hasta este castillo; aquí hay trescientos hombres nemeanos, cien jinetes wyvern y cien elfos guerreros a las órdenes de la jinete. Esperan un gran ataque de Raganok en cualquier momento. No quise preocuparte, pero ahora creo que debes saberlo. -Helendir terminó.
Olaf lo miró incrédulo. Se oyó el rugido de un cuerno.
- Creo que vienen.. - Helendir miró hacia la ventana.
- Pero.. ¿Vendrá también Raganok?? - dijo Olaf, nervioso.
- Tal vez.. no lo sé. Lo que importa ahora es sobrevivir, como te he dicho; vístete y sígueme.
Olaf se puso el suéter de piel como pudo y siguió a Helendir a través de innumerables pasillos y escaleras, hasta que, por fin,
llegó a las murallas. Olaf se maravilló:
La montaña debería tener al menos cinco mil metros de altura. Todo lo que se veía abajo era nieve.
La cima no tenía la forma de un pico, sino que era plana.
La fortaleza estaba rodeada por dos murallas, la superior y la inferior. La superior era más pequeña y rodeaba las torres y las partes superiores del castillo, mientras que la inferior, más grande, rodeaba la entrada y las salas principales.
En la muralla superior, decenas de elfos de pelo rubio armados con arcos aguardaban tras las almenas. Sus armaduras eran ligeras, con figuras dibujadas.
En la muralla inferior, visible desde la superior, aguardaban los hombres nemeanos con sus jabalinas y arcos. Algunos jinetes wyvern sobrevolaban la fortaleza.
El cuerno volvió a sonar.
- ¡Se acercan! -dijo un hombre.
Se empezaron a oir rugidos muy lejanos.
"Baruk.. ¡Baruk!! ¿Donde estás? ¡Está apunto de comenzar una guerra!"
Los pensamientos no tardaron en llegar.
"Estoy en una torre; no temas, Berenice me proteje"
- ¿Quién? -dijo Olaf, saliendo de sus pensamientos sin querer. El ruido le desconcentraba.
Intentó concentrarse de nuevo, pero no podía.
Helendir estaba unos metros más allá, dando ordenes a un batallón de elfos.
- ¡Helendir! -gritó Olaf.- ¿Que haremos?
- ¡Ve a la dragonera y cuida de Baruk mientras todo pasa! - dijo Helendir como única respuesta.
Pero Olaf no estaba dispuesto a quedarse con Baruk mientras centenares de personas sacrificaban sus vidas... No, iba a pelear; además, Baruk estaba protegido por una tal Berenice, como le había dicho hace apenas unos momentos. Así que, confió en él y fué a la habitación de armas.
Olaf había visto esa habitación cuando Helendir le guió hacia la muralla. De sus paredes colgaban arcos muy trabajados y espadas de hojas afiladas.
Entró. Las paredes eran de mármol puro.
La habitación debería tener quince metros de largo. Varias mesas estaban puestas a lo largo de la estancia, sobre las que descansaban todo tipo de armas perfectamente forjadas.
El costado de Olaf estaba vendado, pero sus brazos aún tenían la fuerza suficiente para empuñar un arma.
Fué cogiendo los distintos tipos de arma, pero ninguno le convencía: algunas pesaban mucho, y otras eran demasiado difíciles para un muchacho de catorce años.
Al final de la estancia, había un baúl con el grabado de un dragón y de una "I". Olaf lo abrió con curiosidad.
Dentro había un bulto envuelto en una fina tela blanca.
Olaf lo fué desenvolviendo, hasta que la tela resbaló suavemente por la hoja del arma. Los ojos de Olaf brillaron.
Tenía entre sus manos una espada que relucía como el sol, perfectamente equilibrada; no era muy grande ni pesada. Una hendidura del grosor de un alambre cruzaba la hoja de la espada. Olaf vió que en la hoja tenía grabado el símbolo de un dragón.
Los bordes de la hoja se curvaban con elegancia, acabando en una afiladísima punta que podría clavarse en cualquier superficie.
La empuñadura era de oro. Un pequeño dragón de oro recorría los primeros centímetros de la hoja enroscándose en el metal, sellándola a la empuñadura.
Olaf, maravillado, la guardó en su estuche de cuero y se la colgó al cinto.
Después, buscó una armadura; como no tenía mucho tiempo, cogió una armadura elfa ligera de su talla y se la puso. Después, se calzó con unas botas de cuero duro, y cogió los guantes a conjunto. Estaba preparado.
Fuera se oían los rugidos de los nerviosos wyvern. El tercer cuerno sonó.
Olaf corrió hacia la muralla superior. Cuando llegó, pudo ver a los hombres preparándose para el ataque definitivo. Olaf pasó entre los hombres para situarse en un punto que tuviera buena vista; cuando pasó, varios hombres y elfos que le vieron bajaron la cabeza y susurraron algo en señal de respeto. Sabían que era un jinete.
Olaf se situó entre dos elfos; se preparó.
De repente, una luz vino de la derecha. Era la misma que hizo que Olaf se chocara contra un árbol, pero esta vez venía con mucha menos intensidad.
Todos los hombres y elfos gritaron algo.
Olaf quedó atónito a lo que iba a salir de la luz:
Un auténtico dragón blanco, reluciente como la luna en una noche oscura. Sus alas, grandes y fuertes, batían el viento con facilidad. Sus ojos eran de un azul pálido. Por un momento, a Olaf le pareció que le miraban.
El reptil debería medir veinte metros desde la punta del hocico hasta la cola. La cara de la jinete estaba oculta por un yelmo; todo su cuerpo estaba envuelto por una armadura metálica.
Los hombres y elfos le recibieron con gritos de esperanza. El jinete, desde su dragón, levantó su mano derecha y produció un destello. Cuando el destello se apagó, una espada larga apareció en su mano.
Se empezaron a oír los rugidos de las estirges llegar.
Los hombres volvieron a rugir. La esperanza llegó a sus corazones.
Miles de estirges se divisaron a lo lejos... Olaf tembló, pensando que era la primera batalla en la que participaría, pero se calmó, y la valentía se apoderó de él. Las estirges llegaron al piso inferior. Una ola de ellas venía hacía la superior.
Olaf levantó su mano derecha y gritó. Los hombres le siguieron.
El dragón rugió y se precipitó contra las estirges. Lanzó una gran llamarada de fuego que abrasó a decenas de ellas.
Las estirges, seres parecidos a humanos de pequeño tamaño con un gran pico y alas, se precipitaban sobre los elfos y los hombres y les succionaban la sangre.
Había tantas que apenas podía distinguirse el paraje. Todo estaba rodeado por estos murciélagos gigantes.
La jinete levantó su mano derecha y emitió un destello que acalló todo los sonidos y produció una onda expansiva tan poderosa que derribó a Olaf y a todos los hombres. Todo estaba sumido en el silencio, y solo se veía el destello salir de la mano de la jinete. El destello se fué apagando. Cuando se terminó de extinguir, Olaf observó el nuevo panorama: Todas las estirges estaban en el suelo, muertas. Los hombres gritaron de alegría.
Olaf estaba sorprendido. Intentó ver la cara de la jinete, pero el dragón descendió hasta la muralla inferior para ocuparse de las pocas estirges que habían preferido atacar los bajos niveles.
- Esto es solo el principio -Oyó decir a un elfo.
De repente, se oyó el eco de un cuerno. Pero no era un cuerno elfo ni humano... Era el cuerno del enemigo. Produció un sonido ahogado, parecido a los llantos de una criatura a la que estuvieran torturando. El eco retumbo en la fortaleza. La piedra tembló. Se oyó un rugido lejano que se hacía cada vez más fuerte.
La jinete volvió a subir al nivel superior. Ordenó a los jinetes wyvern que bajaran al nivel inferior; sabía lo que se avecinaba.
Olaf oyó que la jinete gritaba:
-¡Soltad a los rocs!
Unos hombres fueron directos a la torre y abrieron una compuerta de madera. La puerta chirrió.
Dos águilas de enorme tamaño surgieron de la torre y graznaron. Se situaron a izquierda y derecha del dragón.
La tierra retumbó. El cielo se estaba oscureciendo;
Se divisaban millones de puntos rojos brillantes llegar desde lo lejos... pero llegaban del aire. Esto extrañó a los hombres y elfos, que tensaron sus arcos y prepararon sus jabalinas.
El cielo se oscureció aún más. Entonces, pudieron ver lo que se les acercaba:
centenares de esqueletos, algunos de ellos aún en descomposición, montados en pesadillas, caballos muertos con pezuñas y crines de fuego.
Los hombres y elfos se aterrorizaron.
Los rocs chillaron.
Las pesadillas rugieron; cada vez se acercaban más. Se acercaban a la fortaleza...
Los hombres lanzaron sus jabalinas, los elfos, sus flechas. Pero transpasaban a los esqueletos y a las pesadillas, que seguían avanzando sin inmutarse.
Llegaron a las murallas inferiores. El cielo se tiñó de rojo fuego y sangre.
Los rocs se lanzaron. Algunos esqueletos, al ver a los rocs, retrocedieron. Los que huían de la batalla, se desintegraban para ligarse al tormento eterno.
Los esqueletos rugieron. Llegaron a la muralla superior.
Olaf empezó a luchar. Dió un golpe a un esqueleto en la cabeza con la hoja; la cabeza salió rodando, pero el esqueleto siguió en pié blandiendo su espada, tratando de darle a Olaf.
La jinete levantó su mano derecha y de ella salieron miles de destellos que fueron a parar a la punta de todas las armas de los humanos y elfos que allí luchaban.
Olaf, con la punta de la espada iluminada por el destello de la jinete, volvió a dar un golpe en el costado al esqueleto, y los huesos de este se desparramaron por el suelo.
Un roc había sido atravesado por miles de flechas provenientes de los esqueletos y yacía en el suelo; el otro, aún vivo, luchaba contra los esqueletos, a los que mataba sin dificultad; pero los humanos no lo tenían tan fácil.
Las pesadillas subían a la fortaleza para dejar a los esqueletos y volver a las sombras del mundo negro del que provenían. Olaf se preguntó donde estaría Helendir.
La mayoría de jinetes wyvern seguían en pie. Muchos nemeanos habían muerto.
Olaf peleaba contra algunos esqueletos; podía quitarles la vida fácilmente con la luz que ahora emitía su espada.
Los niveles inferiores se libraron de gran parte de los esqueletos. La sangre pintaba las paredes del castillo.
Varios batallones de esqueletos y pesadillas huyeron debido a los rugidos del roc, a quién tenían tremendo temor. Los rocs eran las únicas criaturas que podían acabar con las vidas de los muertos sin necesitar conjuro o ayuda alguna. Pero por desgracia, eran escasos.
El gran ave que aún quedaba viva se avalanzó sobre el ejército de pesadillas. Barrió a muchos esqueletos con sus garras;
Pero pronto los problemas se agrandaron. Se oyó un cuerno y un rugido. Todos los esqueletos pararon de matar; las pesadillas pararon en seco mientras miraban un punto del cielo con solemnidad.
Los esqueletos de las murallas bajaron a los niveles inferiores. Los hombres aprovecharon para vengar las muertes que habían presenciado matando a los esqueletos, que no se inmutaban.
El cielo se oscureció por completo.
Las nubes se batieron en un punto, formando un torbellino del que salió un rugido. el torbellino estalló en llamas.
Los hombres miraba boquiabiertos y se temían lo peor. La jinete permanecía en su dragón, mirando al torbellino. Avivó la luz de su arma.
La ladera estaba iluminaba por las llamas de las pesadillas, que permanecían quietas.
De repente, el torbellino de fuego literalmente explotó. Miles de llamas fueron lanzadas a los humanos. Algunos puntos del castillo se incendiaron. Muchos hombres gritaron mientras el fuego consumía sus cuerpos.
Eran tan pocos...
El torbellino amainó, y dejó al descubierto la criatura que había causado el fuego.
Y allí estaba, el dragón negro gigante, batiendo sus alas con fuerza, envuelto por un aura negra que sembrava la muerte. Su cola terminaba en una maza con enormes púas.
Y sentado sobre el dragón estaba Raganok. Olaf no pudo verlo, ya que estaba demasiado lejos. Solo pudo llegar a distinguir que llevaba un cráneo de centauro cornudo a modo de yelmo.
Raganok gritó con su voz de diablo.
La jinete produció un destello que ni siquiera aturdió al dragón negro, que rugió. Olaf se tapó los oídos.
La jinete gritó y se lanzó contra el dragón negro. Este era al menos diez metros más grande que el de la jinete.
Las pesadillas no se movían, los hombres tan poco. El roc que quedaba estaba demasiado débil para luchar y volvió a la torre para recuperarse.
Raganok paró sin esfuerzo la embestida de la jinete. Parecía un sueño. Olaf nunca había visto nada igual; el cielo estaba oscuro, en la ladera habían miles de pesadillas, y allí estaba él, el más temido. Y había parado sin dificultad el ataque de la que era la mejor unidad.
Todo parecía un sueño... Todo..
Los hombres desesperaron...
El dragón de Raganok dió un coletazo al dragón de la jinete en los costados; el dragón blanco temblo y rugió.
Todo parecía perdido... Tal como Olaf había visto mientras perdió el conocimiento.. el dragón blanco cayó al suelo.. profundo fué el dolor de la jinete.

Olaf continuará...
Datos del Cuento
  • Autor: Saphira
  • Código: 13790
  • Fecha: 12-03-2005
  • Categoría: Mitológicos
  • Media: 5.11
  • Votos: 56
  • Envios: 1
  • Lecturas: 3339
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