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Ondas de Vida

Me gusta pasear por las calles, sobre todo cuando no hay gente. No es que sea tímido o extraño, no, no es eso, lo que ocurre es que me agrada estar solo, totalmente solo. Durante el día la pasó encerrado en mi cuarto, sin comer ni buscar conversación con nadie…

Las noches son para mí, y solo para mí. En ella encuentro todo lo que necesito: un silencio, un espacio que se hacen cómplices con mis pensamientos. Observo el firmamento, la luna, las estrellas, o la simple oscuridad y me siento muy bien con ellos, como si fueran parte de mi infinita soledad…

Una de las tantas noches en que por las calles buscaba alimento, observé a un anciano que, al igual que yo, andaba con la mirada puesta en los basurales. A tres metros de distancia noté que se embutía algo en la boca con sus asquerosas manos. “Debe ser un mendrugo de pan”, pensé. Cuando nos cruzamos nos ojeamos por el rabillo de los ojos. No le di importancia y continué mi camino. No lejos del lugar vislumbré la puerta abierta de una vieja panadería. El aroma del pan recién salido del horno me atrajo como si fuera un imán, y cuando estuve a unos pasos de aquel olor, vi que dos panaderos tiraban al basural una canasta llena de panes... “Tengo suerte”, me dije. Esperé que los muchachos se metieran al local, y cuando cerraron la puerta corrí como un perro hambriento, sacando una ruma de bolillos de pan que estaban semi-crudos o casi quemados. Aún así, me los tragué. Tuve sed, y fui por un poco de agua. Caminé hasta llegar a un oscuro corralón en donde vivían poco más de cincuenta familias, y para todos ellos existía un solo caño ubicado en el centro del lugar. Con una bolsa de plástico entré al corralón, y como un gato me arrastré hasta llegar al caño. Llené mi bolsa con el agua y me fui antes que nadie se diera cuenta, pues el líquido vital, en ese lugar costaba una vida…

Mientras retornaba hacia mi cuarto, el hambre me dijo que no me podía esperar. Me detuve, y busqué una banca para saciarme. No lejos de allí vi una banca rodeada de gente que, al igual que yo, vivían por la noche. El primer sentimiento fue el de alejarme, pero no lo hice. Empecé a acercarme con cierta timidez, y sentí que de aquel lugar brotaba un calor, como un aroma, un ambiente que siempre había anhelado estar. Vi al anciano que momentos antes me crucé y a otras personas que comían en silencio, como en un rito. Ninguno de ellos se miraba. De pronto, el anciano alzó sus ojos hacia el cielo, y comenzó a hablar sin parar, pero no hacia nadie en especial sino hacia algo que estaba más allá de toda comprensión… Levanté mis ojos, y observé que todo el cielo evolucionaba en innumerables entes del tamaño de un punto que parecían avivarse por las palabras del viejo. Mientras más hablaba, los puntos parecían brillar como diminutas estrellas… Ante esta experiencia, cerré los ojos un momento y caí desmayado por el suelo. Cuando recobré la conciencia, la aurora empezaba asomarse. Me levanté como pude, y corrí sin parar hasta llegar a mi cuarto.

Dormí todo el día y cuando llegó la media noche, como un vampiro salí rumbo al lugar en donde caí desmallado. Cuando llegué, no encontré a nadie, y esperé y esperé por mucho tiempo. Y en ese esperar sentí un irrefrenable impulso por observar el firmamento. Fue hermoso. Sentí que mi aliento que iba y venía se perdía en su inmensidad, como esas piedras que caen sobre un lago apacible provocando ondas que se expanden y expanden hasta perderse en la nada. Eso sentí, y continué respirando y respirando mi aliento durante toda la noche hasta que la aurora empezó a asomar sus narices. Ya estaba por volver a mi cuarto, cuando me crucé con el anciano que me miró con unos ojos que parecía ser estrellas del firmamento. Un inmenso silencio, como la noche, fue nuestra única comunicación. Llegué a mi cuarto sin un grado de sueño, y desde aquella mañana fue el inicio de mi camino de escritor, pues al no poder soñar ni dormir, las letras llenaron mi silencio, mi alimento, mis sueños… todo.

No sé cuanto he escrito, pero al ver mi cuarto repleto de cuadernillos me siento acompañado por algo que me hace sentir separado del mundo aunque esté allí. Y desde aquella noche de total comunión con el universo a través de mi respiración, he vuelto a salir al mundo durante el día. Me relaciono lo necesario con la gente, he vuelto a cenar en restaurantes y he aprendido que la soledad no es cuestión de estar cerca o lejos de alguien, no, la soledad es cuando estás vacío de todo lo que cargabas desde que naciste, y lleno de ese aliento que respiro y respiro noche tras noche… Allí, uno se siente como esas ondas que agua que se expanden y expanden en el agua haciéndose uno con todo…

Si por la calle, alguien me saluda, le respondo, y si me piden un favor, si puedo lo hago. Todo me es igual. He perdido el miedo al mañana, el odio a mis defectos, y el deseo a mis afanes… Me siento como un punto en el universo que se alimenta de una vibración, de un aliento, para sentir eso llamado paz y libertad…




Lima, junio del 2005
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 14998
  • Fecha: 19-06-2005
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.94
  • Votos: 171
  • Envios: 0
  • Lecturas: 1213
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