Esa mañana me desperté sobresaltado, calzando mis chancletas salí a la calle aun en pijamas para encontrarme con que no había un solo auto, todo era silencio, no habían pajarillos trinando ni nigún tipo de bulla matutina, ese silencio que partía el alma laceró mis oídos y grité, grité primero de miedo, luego de terror, y por último de dolor. No había nadie, nadie escuchaba mi voz ni mi lamento, comencé a caminar calles abajo alejándome cada vez más del calor de mi hogar pero el paisaje era el mismo, soledad de soledades, vino a mi mente entonces la soberbia de mis palabras para con mis familiares y amigos, comencé a transitar por el camino de los recuerdos y rememoré mi jactanciosa posición ante los demás por el éxito que había tenido en la vida, mi pan, aquel que no compartí con nadie se reveló dentro de mi estomago haciendo un nudo tan duro como una piedra y decidí volver presuroso sobre mis pasos ante el temor de morir por la impresión, entré a mi casa y había olor de café, en el horno de la cocina se doraban sendos deliciosos panes de maíz, pero fuera de esto todo era igual que en la calle, un silencio abrumador, sentí un ruido y corrí hasta mi estudio a ver si mi hija ya se había levantado pero solo encontré un desparramo de papeles por el suelo, tomé un puñado de ellos y pude ver que eran mis escritos, aquellos que me parecían bellos poemas y retazos de mi última novela yacían por todas partes, leí de aquí y de allá y me pareció pulcro lo que yo había escrito durante horas frente a mi computador, pero ¿ahora quien leería aquellas a mi criterio perlas de gran precio? De repente entró un intenso rayo de luz por la ventana de mi estudio, por un instante quede ciego cayendo de rodillas, y vino a mi mente en ese momento la comprensión que viene de lo divino...
No soy un genio porque escribo, es un legado de Dios que debo repartir y compartir con los demás, no me hace rico lo que gano, sino lo que estoy dispuesto a compartir, no me hace sabio lo que digo en medio de la contienda, sino lo que callo buscando reconciliación, la belleza está en valorar a otros por encima de nosotros mismos, porque la cima del monte que busca el jactancioso se llama soledad. Cerré mis ojos, descansé por un momento y de repente un incremento en el aroma del café recién colado me hizo abrirlos nuevamente para encontrarme sobre mi lecho con mi amada al frente, empuñando en una mano una enorme taza del aromático elixir mientras con la otra limpiaba las copiosas lagrimas que cubrían mi cara.
Noto y percibo en este cuento onìrico una tremenda necesidad de no encontrarte solo pues para tì eso es peor que estar muerto.Yo no soy especialista en sueños pero segùn este,al final del cuento,das como un respiro al sentir que por lo menos estabas con alguien que se preocupaba de tì y te ofrecia una taza de cafè.Ahi es cuando despiertas y te das cuenta de tus lagrimas derramadas...pero son de alegria de sentirte querido y amado por la persona que siempre ha estado a tu lado. Paloma